Amanece, la niebla cae y se transforma en escarcha que decora la montaña ubicada a unos minutos de la plaza de Bojacá.
Allí está el camino empedrado que se insinúa como un boceto al carboncillo y se pierde entre el paraje brumoso. El frío se respira, el aire es denso y cargado de un olor leñoso.
Julián Lara y Salomón Fique inician la travesía por este sendero que algunos colaboradores de la Expedición Botánica transitaron en el pasado, una ruta que conduce a Cachipay (Cundinamarca) y guarda historias de los periodos indígena, colonial y republicano, así como maravillosos tesoros naturales.
A Julián Lara, ecólogo de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), y Salomón Fique, un bojaquense apasionado por la historia, los une la inquietud por develar los misterios de este sendero.
Esta mañana se dieron cita para seguir los pasos de los viejos botánicos, los aborígenes y colonizadores protagonistas de caminatas por esta senda, considerada una de las principales rutas de comunicación entre la sábana y las tierras cálidas del Tequendama y el Alto Magdalena.
“Sobre estas piedras, primero pasaron los indígenas que llevaban la sal desde la sabana y traían desde la parte baja el algodón y el oro procedentes de tierra caliente. Encontramos partes donde se ven las formas de construcción indígenas combinadas con las técnicas españolas”, explica Salomón Fique, conocedor de la historia rica de su natal Bojacá.
La neblina se desvanece sobre las piedras que fulguran con las primeras luces del día. Un aroma de cortezas y hojas mojadas invade la estancia. El guía relata que en el periodo colonial los españoles ampliaron el camino para desplazarse a caballo.
“Básicamente cambiaron el tamaño de las rocas para asegurar el paso de los animales, por lo demás cumplieron con las ordenanzas de poblamiento del rey Felipe II sobre adoptar los caminos indígenas. Posteriormente fue usado para traer la miel a lomo de mula”, agrega Salomón, quien verifica los datos en su libreta de notas. En esa pequeña bitácora recoge datos sobre tiempos lejanos cuando Bojacá fue el territorio de la Encomienda de Funza. “Los cuadernos de los dominicos son algunos de los documentos que cuentan la historia de este camino”, concluye.
El recorrido deslumbra a cada paso. El caminante además de adentrarse en la historia, disfruta del sendero como un aula ambiental donde se aprende de biodiversidad y del ciclo del agua. Hay que caminar con mucha precaución sobre las piedras cubiertas de lama, una nata verdosa, indicador de la concentración de humedad en la zona, según apunta el biólogo de la CAR Cundinamarca.
“Este es un corredor biológico donde se encuentran los vientos fríos de esta parte alta andina y los vientos cálidos que vienen del Tequendama”. Este espectáculo natural sucede sobre la rica vegetación conocida como bosques de niebla.
Para Julián, el agua que se condensa en la parte alta de la cordillera es otro de los tesoros naturales del lugar.
“Esta humedad favorece la riqueza hídrica, la flora a donde llegan especies como el perezoso de dos dedos”, indica.
Ahora, la niebla se cierne nuevamente sobre la zona, en ondulaciones de vapor que dibujan formas caprichosas en el aire y se descomponen en ráfagas de viento frío y penetrante.
El investigador de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca desarrolló un estudio sobre el potencial de estos caminos a nivel de biodiversidad, específicamente las especies de flora y fauna.
“Estos son corredores naturales y al ser transitados por pocas personas se facilita el desplazamiento de los ejemplares de fauna que van de un ecosistema de bosque alto andino a zonas más templadas como Cachipay”, refiere Julián al tiempo que toma fotografías de un trompeto, una planta propia de Los Andes, de hojas medianas, cubiertas de una felpa suave y de ángulos perfectos en sus bordes.
“Esta especie suelta una tinta naranja, utilizada en esas épocas lejanas por dibujantes de la expedición botánica para documentar en láminas, las características de las especies del nuevo mundo”, explica el investigador de la CAR.
Julián y Salomón emulan los recorridos de los colaboradores de José Celestino Mutis. Al lado del sendero se levanta un árbol majestuoso de hojas verdes y vellosas.
“Esta es la palma boba, una planta que existe desde tiempos de los dinosaurios y es un indicador de un ambiente sano, acá encontramos especies de flora y fauna difíciles de encontrar en otro lugar, incluso en estado de amenaza y peligro”, apunta el ecólogo quien confiesa ser un apasionado del estudio de la flora de bosque alto andino.
Una iniciativa que aporta a la conservación y regeneración del ecosistema es la adquisición de predios en zonas de montaña y de presencia de fuentes hídricas.
“Aquí la CAR y lo gobernación de Cundinamarca compraron fincas al lado del sendero y las destinaron a regeneración, para favorecer la vida silvestre”, complementa Salomón.
Al fondo, el canto de gorriones, tángaras, picaflores y cucaracheros, forma una sinfonía de diferentes tonos, es una resonancia oculta entre los arbustos y ramajes, que semejan balcones naturales dispuestos a cada lado de este camino centenario.
El entrenamiento y oficio de estos caminantes, les permite reconocer la especie de pájaro a partir de sus cantos. “Escuchen a este personaje”, dice Julián, mientras Salomón apunta con su índice al árbol de hojas amarillentas donde un colibrí Inca Negro, suspendido en el aire, presenta un movimiento maravilloso.
“Agita sus alas 55 veces por segundo, es el ave que mueve su cuerpo con mayor rapidez en el planeta”, agrega Julián e intenta tomar una foto del pájaro en su demostración de extraordinaria velocidad. También es capaz visitar hasta seis mil flores en un día.
“Por acá hemos podido ver colibrís cometas y aves como la pava, es decir, encontramos especies con algún nivel de riesgo.
También documentamos la presencia del perezoso de dos dedos, marmotas, faras, ardillas y zarigüeyas”, el funcionario de la CAR. El bullicio de los animales que se cuela entre el silbido del viento, le da razón sobre la riqueza faunística de esta vereda.
“En 2019 un grupo de amantes de las aves recorrió el sendero como parte de la experiencia Global Big Day. En esa ocasión registramos 47 especies de pájaros en tan solo un kilómetro”, agrega Salomón, orgulloso por el potencial en biodiversidad del que llama viejo camino de herradura.
Luego de tres horas de recorrido, la neblina se disipa en un desfile de nubes traslucidas que dejan ver la flora en todo su esplendor.
Árboles como cedros, urapanes, tunos, amarillos, guamos, sangregados; hojas de todas las formas; espirales de flores amarillentas, rojas y blancas, así como racimos de bayas moradas tejen una filigrana que decora el camino legendario.
La parada final de la travesía es el sector donde se ubica el “hogar” del perezoso; es el yarumo, un árbol de tronco rugoso y veteado de colores verde y marrón.
Muy cerca están otros senderos como El Rastrero, llamado así porque estaba escondido entre el follaje y no fue descubierto por los españoles. También fue usado por los indígenas para escapar de la barbarie colonizadora y la muerte.
Julián mide una de las hojas de un yarumo que registra un metro de diámetro. Salomón se sienta sobre una roca para contemplar a un caballo que se desplaza hacia la vereda El Chilcal y deja un tibio vaho a sudor. El compás encofrado que produce el paso errabundo de los cascos sobre las piedras del camino llega como una evocación, un sonido se resiste al olvido,
“Por acá pasaron las mulas llevaban la miel o transportaban enseres desde la capital a las fincas de descanso de familias prestantes, incluso a la finca presidencial de reposo que aún se mantiene en la vereda El Ocaso”, recuerda Salomón Fique, el guía y tutor del recorrido.
De regreso a Bojacá, la sensación es haber viajado en el tiempo hasta los días de la gesta indígena y recorrer los senderos creados bajo el ingenio de los pueblos prehispánicos en medio de un territorio diverso de fauna y flora sorprendente.
Salomón Fique y Julián Lara se despiden frente al sendero empedrado. La neblina nuevamente desciende como agua pulverizada sobre las ráfagas de viento para recordar ella es el alma silenciosa de esta comarca llena de historia y naturaleza.
Esta y otras historias que dan cuenta de la rica biodiversidad del centro del país fueron registradas en la publicación Somos CAR de la CAR Cundinamarca, departamento que aporta 13.000 de las 63.000 especies que Colombia registra en el Sistema de Información sobre Biodiversidad (SIB) y se consolida como un territorio de fauna y flora sorprendentes.
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