1. No hay dentro de Venezuela quién tumbe a Maduro y su camarilla. La derecha prointervencionista no tiene cómo. Y Trump no se va a meter en esa aventura ni los pueblos vecinos apoyarán una guerra.
2. Todavía puede surgir un “Deng Xiaoping” venezolano, que aplique una línea más dictatorial contra la corrupta burocracia, impulsar el capitalismo productivo (no rentístico) y mantener el control del Estado (ejército). O sea, poner a marchar a la gente que se quedó. Es, en forma sintética, la línea “china”. No es ningún socialismo, pero se mantiene la precaria soberanía frente al imperio estadounidense-europeo que quiere el control del petróleo.
3. No sé si Maduro lo pueda hacer, pero debe ser lo que le recomiendan Putin y Xi.
4. El único problema es que un pueblo acostumbrado a trabajar a un ritmo lento, puede reaccionar negativamente. Pero si Maduro o Cabello, o el que sea, hacen una fuerte purga anticorrupción y montan una verdadera dictadura con apoyo popular, pueden ganar tiempo.
5. Y creo que gran parte del mundo va por el camino chino, que no es socialismo sino una especie de “poscapitalismo despótico” o “capitalismo asiático”. La democracia burguesa ya no da más en ningún rincón del mundo.
6. Las grandes masas medias y conservadoras, asustadas por el derrumbe del capitalismo y la crisis sistémica de la sociedad patriarcal (delincuencia a todo nivel, liberación femenina, LGTBI, emancipación étnica) piden mano dura y tienden a refugiarse en las religiones punitivas.
7. Ese “postcapitalismo despótico” o “capitalismo asiático” lo están adornando como una nueva religión “nacionalista” (La gran madre Rusia, Primero EE.UU., El sueño chino), y ser un “buen” antídoto contra el desmadre total.
8. El “postcapitalismo despótico” o “capitalismo asiático” ya tiene todas las herramientas para controlar a las mayorías sociales usando el “esfuerzo sostenido” para enriquecerse (emprendimiento y marketing personal), la “economía naranja” (entretenimiento alienante), consumismo obsesivo, individualismo virtual, y para aquellos a quienes no les funcione esa especie de “autocontrol”, le aplicarán toda la tecnología cibernética de vigilancia virtual y los desarrollos de las neurociencias, para prevenir cualquier clase de rebelión.
9. Claro, a esa política no se le puede llamar “socialista” y menos “comunista”.
Es por todo lo anterior que la lucha de los proletarios rebeldes, los librepensadores incontrolables, los oprimidos conscientes, las mujeres libertarias, los inter-bi-trans-homo-sexuales subversivos, los indios y negros insumisos, los artistas inconformes y demás elementos sediciosos, ya ni siquiera puede hacerse “desde abajo”. Hay que diseñar nuevas estrategias para acumular fuerza desde lo “liminal”[1], desde lo subterráneo, desde las fronteras visibles e invisibles, desde las catacumbas virtuales y desde el anonimato emancipatorio.
En gran medida Julian Assange inauguró esa estrategia, pero lo hizo solo y se dejó ver.
Mientras tanto, el cambio climático y el desequilibrio ambiental hacen su trabajo. ¿Sobreviviremos?
[1] La liminalidad (del latín limes “límite” o “frontera”) es la situación que corresponde a cuando no se está ni en un sitio (que puede ser físico o mental) ni en otro. Es un concepto desarrollado por el etnólogo Arnold Van Gennep.