De joven antes de enrolarme en la vida militar, me dejaba seducir por los planteamientos del Partido Liberal, quizás por la enorme personalidad de mi papá, pero me atraía mi mamá, de cuna conservadora, por su nobleza y ánimo me permitía expresar lo que quisiera; mi papá liberal era más conservador que mamá.
Finalmente nunca me decidí por un partido y me olvidé de esas lides cuando ingresé a la Escuela Naval; desde entonces, seguí en vivo y en directo las elecciones en cada provincia donde servía, reflexionando sobre el comportamiento de candidatos y electores.
Ahora en este tiempo de activismo político, cuando por primera vez en mi vida ciudadana puedo acudir a las urnas, me emociona la posibilidad de ayudar desde cualquiera de las orillas de la democracia. Con mi esposa e hijos quienes ya han hecho uso de su derecho al voto, aprendo todos los días sobre estas lides que apasionan.
En casa durante la cena, protagonizamos extensas tertulias sobre política; mis hijos no distinguen grandes diferencias entre los liberales y conservadores; intento explicarles sus postulados y raíces, recurriendo a los ideales de Bolívar y Santander, pasando por sus diferencias políticas que en principio intentaban corregir el feudalismo; también recurro a los primeros presidentes de mediados del siglo XIX, quienes buscaron equilibrios entre el laicismo extremo en la administración de lo público, las libertades individuales absolutistas y los ideales de los proteccionistas y conservacionistas.
Siempre llegamos al mismo punto. Los partidos tradicionales hoy día no tienen muchas diferencias; estas las hacen quienes los representan, más por su personalidad, que por sus planteamientos generadores de escepticismo.
Las discusiones en casa concluyen en que tenemos buenos candidatos y nuevos partidos, que hay líderes con muy buenas ideas y que el futuro de la nación es promisorio. Hay candidatos de lujo, pero siguen vigentes especies salidas del tiempo jurásico, otros que no quieren desprenderse del poder, y otros, que son los mismos: usan dinero mal habido y sus influencias para ganar voluntades, entregando sancochos y botellas de ron por un voto.
Nos surge siempre la idea de cómo aislar a la política pura del clientelismo, del amiguismo, como blindar a las instituciones de los apetitos del poder y las codicias; llegamos a la misma conclusión: existe una crisis universal sobre la ética, que ni se promueve, ni se practica; nos falta defender la unidad de la familia, educar con más amor y cuidado, nos falta más educación de calidad en las regiones y pareciera que la "no educación" fuera una decisión para mantener el status quo, que propicia la dinámica maquiavélica de los sistemas: prima el interés particular, sobre el general.
Y un tema que nos hace reír en estas tertulias, es el caso de los “mamertos”. Me divierto escuchando como los definen: son “mamertos” los apasionados recalcitrantes quienes creen que desde su propia lucha redimirán el mundo; son los dueños de la verdad, todo lo contradicen…, predican pero no practican.
Su misión es cambiar la tierra porque piensan que todo está mal: “la revolución no es personal; compañero, la revolución es de masas…, es del pueblo”. Tantas contradicciones de los “mamertos” que toman coca cola, se toman fotos en Disney; iguales estilos, gestos, modales, ropa.
Pero llegamos a otra conclusión: los “mamertos” no son exclusivos de la izquierda extrema. Los hay del mismo calibre, intensidad y pelambre, en la derecha extrema. Ambos bandos de “mamertos” son igual de cansones, fanáticos y manipuladores. Todo lo torpedean; siempre ponen condiciones, nada es bueno y ambos extremos le hacen cajón a la derrota del Estado y del gobierno de turno.
En las próximas contiendas electorales, debe prevalecer el sentido común y la madurez de los ciudadanos; los colombianos vamos a votar bien, porque tanta polarización, nos conduce a más confrontación y al atraso. Una democracia se fortalece con los partidos; es cierto, pero ante la confusión, debemos ayudarlos a que recobren su identidad y que se nutran de buenos servidores; el mejor resultado de un político debe ser el bienestar de la gente, unir a la sociedad colombiana, dentro del respeto y los valores democráticos, sin tanta prosopopeya y sin tantas pasiones.
Coletilla desde mi orilla: Comenzó en Cartagena (mar Caribe), la “Cumbre Alianza del Pacifico”, que busca elevar el intercambio entre sus miembros y con Asia. Se desarrolla a 1.110 kilómetros de Buenaventura, esta sí, incrustada en el Pacífico colombiano. Cartagena está cerca de un ejemplo de incapacidades institucionales: Montes de María, territorio campesino que no tiene servicios ni vías para sacar productos a las plazas de mercado. Necesitamos infraestructura clave, para estar en igualdad de condiciones con México, Perú y Chile, de lo contrario esta Alianza pasará a la historia como otro escenario de abrazos y cocteles.