Mientras para las elecciones presidenciales y de Congreso de 2018 se difundía en medios de información noticias tan alentadoras como que: "por primera vez en más de medio siglo, Colombia ha podido acudir a votar sin la existencia de un conflicto armado", con el retorno al poder de Álvaro Uribe Vélez, esta vez en cuerpo del actual presidente Iván Duque nos llueven macabras noticias que nos hacen rememorar los momentos más oscuros y crueles de la violencia en Colombia, al cual se le suman escandalosos casos de corrupción, que son asumidos por el gobierno con total desparpajo y cinismo, mientras la Fiscalía y los organismos de control, cooptados por el establecimiento, si acaso actúan, lo hacen con total negligencia y complicidad con los criminales de cuello blanco.
Las noticias vienen bañadas de sangre; a las masacres tradicionales (varias personas asesinadas en un solo hecho), con el consecuente desplazamiento forzado de comunidades enteras, se suma la modalidad que los criminólogos llaman “masacre por goteo” o “masacre silenciosa”, en la que de manera sistemática e individualmente se van aniquilando líderes y lideresas sociales y políticos(as), defensores y defensoras de derechos humanos a todo lo largo y ancho del país.
Es así como para julio de 2020 la muerte de líderes(as) sociales en Colombia, desde la firma de los acuerdos de paz con las Farc (24 de noviembre de 2016), sumaban 349, de los cuales el 52 % se habrían presentado durante los dos primeros años del gobierno de Duque, es decir, 180 asesinatos, para escalar, dentro del mismo gobierno hasta mediados de diciembre de 2021 a la cifra de 692, según la información suministrada por Indepaz, es decir, en 14 meses habría crecido en un 35 % la tasa de este tipo homicidios dentro del gobierno Duque en comparación a lo arrojado a julio de 2020, pasando de un promedio de siete muertes por mes a 30 las víctimas.
Las recientes noticias del asesinato en Santa Marta de la líder LGTBI Cristina Isabel Castillo Martínez, de Juan Carlos Jaramillo en Guacarí (Valle), de Hernán Naranjo en Arauquita (Arauca), de Juan Carlos Nieto en Meta, del valeroso y arrojado líder de la guardia indígena Albeiro Camayo, o lo más recientemente sucedido en el corregimiento de Puerto Oculto, San Martín (César), donde ultimaron vilmente a los reconocidos líderes sociales Teófilo Acuña Ribón y Jorge Tafur, portavoces de la Comisión del sur de Bolívar, centro y sur del Cesar, sur del Magdalena y procesos de los Santanderes (CISBCSC), son algunos de los hechos que dan cuenta de esas masacres que, por goteo o de manera silenciosa, enlutan el país a todo su largo y ancho, y que, a luces vista, gozan de la complicidad de un Estado altamente permeado por la corrupción y las mafias, el cual, de paso, se ha empeñado en hacer añicos el Pacto de paz de la Habana, tal como lo exigiera a su bancada el estafador Fernando Londoño Hoyos.
Ni qué decir de las masacres tradicionales, que el año pasado alcanzaron los 96 casos, y en lo que va corrido de este llegan a 20, tal como nos lo recuerda Gonzalo Guillén, mientras las cifras de desplazamientos forzados alcanzan cifras record en este gobierno, siendo muestra de ello el incremento del 100 % presentado de 2020 a 2021.
Al parecer, la misión del señor Iván Duque fue poner en marcha el país hacía el pasado, generar artificiosamente las condiciones de hambre, miseria y violencia necesarios para reposicionar a una clase política y dirigente en decadencia (duramente cuestionada y enfrentada por un pueblo valiente), y que encuentran en la guerra los insumos necesarios para un nuevo discurso político belicista y fascista, hacia una nueva versión de la política de “seguridad democrática” de Uribe, que les permita contrarrestar la creciente acogida y popularidad de las propuestas progresistas que hoy encarna un proyecto como el del Pacto Histórico, en cabeza de Gustavo Petro y de lideresas como Francia Márquez.
Después de las últimas elecciones presidenciales y de congreso, realizadas de forma pacífica en 2018, nuevamente nos vemos enfrentados a un ambiente de violencia y sangre, en medio de paros armados, de reales y falsas confrontaciones bélicas, que, en todo caso, parecen no van a ser suficientes para desviar la marcha de la historia próxima del país, orientada a introducir, mediante el voto democrático, cambios sustanciales en la sociedad y el establecimiento que gobierna esta maltratada sociedad. Cabe insistir en aquella expresión popular que dice: “la hora más oscura es precisamente antes del amanecer”.