Vemos como los titulares de prensa ponen el tema del territorio ancestral indígena de nuevo en sus primeras planas gracias a la Minga que se adelanta por parte de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca - ACIN. Heridos, represiones y estigmatizaciones hacia los miembros del Pueblo Nasa que adelantan la retoma de sus territorios ancestrales y exigen del Gobierno Nacional el cumplimiento de los acuerdos pactados años atrás, están a la orden del día.
Para quienes no conocen la relación de los pueblos indígenas con su territorio, la exigencia que se hace por la consolidación territorial puede parecer desproporcionada. El 32% del territorio nacional está protegido bajo la figura de los Resguardos Indígenas, lo que hace pensar al colombiano promedio que el problema del territorio tiene que ver con ánimos expansionistas o de poder territorial.
Es necesario aclarar, que de las tierras indígenas, menos del 10% son tierras cultivables y que la mayoría son nudos de vida y agua del que nos beneficiamos todos los habitantes del país. La Sierra Nevada de Santa Marta, la Amazonia Colombiana, los bosques del pacifico y muchos otros nudos estratégicos ambientales, se ven protegidos y sacados del juego del mercado bajo la figura de la protección de los territorios indígenas. Es decir que gran parte del agua y el aire que tenemos todos en el país está siendo custodiado por nuestros hermanos ancestrales.
Pero la exigencia y la lucha por la tierra tienen un carácter más espiritual, más místico. Juan Chiles, líder eterno del Pueblo de los Pastos, expresaba la consigna “Recuperar la tierra para recuperarlo todo” como muestra profunda de esta relación que existe con el territorio. Para los pueblos indígenas el territorio es un ente vivo y su relación es como la de una madre con sus hijos, por eso se denomina Madre Tierra o Pacha Mama. No es un simple pedazo de tierra. No es un lugar para poner a producir y del cual se extraen los alimentos. Es un ámbito vital y esencial donde confluyen los espíritus, los saberes, los ancestros, los animales, las plantas sagradas y la vida misma; donde todo se da, donde todo existe, donde se materializan los tres mundos: el mundo de arriba, el del medio (este en el que vivimos) y el de abajo.
No se puede hablar de manera unificada sobre las creencias que tienen los 102 pueblos indígenas: cada uno tiene su propia historia, su propia cultura, su experiencia, sus saberes y sus secretos. Pero la relación espiritual con la tierra es una constante en todos los pueblos nativos y es desde allí, y no desde la burda posesión o propiedad, que se debe entender la lucha por el territorio ancestral.
Nuestra sociedad occidental tal vez se burlará de las visiones ancestrales de los hermanos indígenas. La discriminación no ha terminado y sigue siendo una constante en clas apas de la sociedad colombiana, que ve a nuestros nativos como incivilizados, personas fuera de nuestro tiempo, incluso algunos todavía creerán que son animales y que no tienen alma como lo había dicho el Rey Español para poder quedarse con el territorio de los salvajes.
Cabe preguntarse si ese conocimiento occidental que acaba con los ríos y los nevados, que contamina nuestras aguas y el aire, que extrae los recursos naturales sin consideración alguna con el medio ambiente es muy civilizado, es muy adecuado para la vida en general. Cabe preguntarse si es ridículo pensar que la tierra respira y vive, que allí vivimos todos y no tenemos otro lugar para existir. Cabe preguntarse quién es el salvaje, si el que protege la vida o el que acaba con todo a su paso. Cabe preguntarse si esos espíritus pueden más que los Dioses que hoy en día tienen en guerra al mundo. Cabe preguntarse si no es necesario que no solo los hermanos indígenas, sino todos, deberíamos alzar los bastones para recuperar la tierra.
Tal vez así, lo recuperemos todo.