Es cierto que somos un país prioritariamente urbano, pero se nos olvida que 30 % de la población se considera rural. Está compuesta por 5 o 6 millones de personas dispersas en nuestras montañas y el resto vive en pequeños municipios rurales, en otros un poco más grandes y en zonas que rodean a las grandes ciudades. Pero hasta ahora la pandemia se ha considerado por parte del gobierno como una crisis urbana, porque es en las ciudades donde ha llegado con mayor fuerza causando estragos sociales y económicos. Esta circunstancia ha agravado el descuido de nuestros territorios y por ello sus habitantes claman ayuda, con toda razón. Están en su derecho porque a diferencia de las ciudades, en esta parte inmensa del país no solo se vive el temor de la pandemia y sus primeros efectos, sino que siguen con la agenda no resuelta del pasado.
La violencia continúa con nuevos actores y algunos de los de siempre y sus habitantes ven asesinar a sus líderes, a los reinsertados de las Farc y a todo aquel que saque la cabeza, que alce la voz para defender los derechos de su gente, proteger la propiedad su tierra, sus medios de subsistencia. Los famosos Pdet, programas de desarrollo regional, siguen siendo para la mayoría una promesa incumplida; su infraestructura inexistente es la misma de siempre; sus escuelas, y sobre todo sus centros de salud no podrán resistir el embate de la pandemia. Pero fuera de ellos, a quien más le importa esta situación es la pregunta que se hacen sus valerosos líderes y lideresas que insisten a pesar de las limitaciones, en la lucha por el bienestar de su gente. ¿Alguien los escucha? Es el tema de recurrente porque definitivamente ese Estado de Derecho que se supone es Colombia, no aparece para ellos.
El sábado anterior se dio un encuentro virtual de los grupos aglutinados alrededor de sectores denominados Agendas Territoriales de Paz. Muchas mujeres, pero también hombres durante varias horas expresaron sus temores y sus sentimientos frente a la amenaza de la pandemia y lo solos que se sienten. La palabra más expresada fue abandono del Estado, de las autoridades especialmente nacionales y de las limitaciones inmensas de las locales, sin voz y con muy poco apoyo nacional. Mujeres rurales reclaman políticas públicas enfrentadas al desempleo, a la violencia que insistieron no puede descalificarse reduciéndola al ámbito del hogar. En eso fueron muy específicas. Los subsidios anunciados no les llegan. Muchas hablaron de crisis humanitaria en los territorios ante la indiferencia del Estado y de ese país urbano que los ignora. En esa agenda vieja aparece de nuevo el despojo de tierras por los mismos de siempre. ¿Dónde está la política pública para esta parte del país? Esa pregunta fue recurrente en todas las intervenciones.
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Mujeres rurales reclaman políticas públicas enfrentadas al desempleo, a la violencia que, insistieron, no puede descalificarse reduciéndola al ámbito del hogar
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Como además del olvido histórico la pandemia llegará a estos territorios, ojalá con menos fuerza que en las ciudades, la pregunta es si el Estado y la ciudadanía en general pueden seguir siendo indiferentes ante la realidad de esta parte del país. Lo inmediato es el freno definitivo al asesinato de líderes sociales que son nombres en las ciudades, pero en esos territorios son sus mujeres y hombres quienes caen día a día sin que nada se esclarezca. Acciones efectivas que la ciudadanía ha pedido ante los oídos sordos del gobierno. Lo segundo es la salud, porque con esas limitaciones de atención la pandemia puede ser un desastre aún más doloroso que en los centros urbanos. No por el número de afectados y muertos, sino por la desatención que se prevé, por la incapacidad de responder a esa demanda de atención.
Pero, además, claman para que sea este el momento en el cual se agilice la postergada agenda de desarrollo para los territorios colombianos que solo aparece cuando los políticos los usan para llegar al poder, pero después no existe en sus compromisos. Ni siquiera para tramitar ante el gobierno lo que debería haber hecho hace muchas décadas.
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