La estupenda participación de la Selección Colombia en el mundial fue un bálsamo para nuestras miserias cotidianas. Durante veinte días, ese equipo logró que todos hiciéramos parte de una sola ilusión. Como pocas veces en nuestra violenta historia, fanáticos y apáticos jalaron para el mismo lado. Sin embargo, después de los agradecimientos y aplacado el inevitable arrebato de patrioterismo, conviene reconocer que falta mucho para tener un país verdaderamente unido y en paz.
El domingo 15 de junio, mientras la mayoría de los hinchas colombianos se debatían entre el guayabo por la victoria ante Grecia y la tranquilidad por la derrota del uribismo, el Presidente Santos asumió en su discurso el mandato por la solución política al conflicto armado. Y fue más allá. Agradeció a los sectores de izquierda que promovieron su reelección, se comprometió a profundizar el compromiso social de su gobierno y hasta se bautizó con el nombre que le puso una señora tan humilde y espontánea como desorientada.
Días más tarde, varios hechos refutaron los anuncios. Antes del cierre de la anterior legislatura, la plenaria del Senado hundió el proyecto que pretendía aumentar las horas extras para los trabajadores colombianos. La iniciativa, que Santos convirtió en promesa durante uno de los debates presidenciales, ya había sido presentada en el año 2012 por la bancada del Polo Democrático. En contraste, la aprobación del acuerdo marco del TLC de la Alianza del Pacífico, criticado por este mismo partido, se dio en menos de tres semanas.
Es cierto que “JuanPa” no tiene que adoptar la agenda del Polo. Si algo está claro es que Santos no es de izquierda. Pero otros hechos que pasaron relativamente desapercibidos muestran que el talante del gobierno está lejos de cambiar. Mientras el país se encontraba a la expectativa de un encuentro inédito contra el anfitrión del mundial, el Presidente recibía en Cartagena a cinco líderes mundiales que apoyaron el proceso de paz (aunque hay quienes dudan respecto de su autoridad moral para hacerlo).
Aparte de dicho respaldo, importante a nivel internacional, la cumbre de la Tercera Vía tuvo más de retórica que de compromisos concretos. Varios analistas coinciden en que esta postura es una especie de neoliberalismo maquillado, y en ese sentido no representa una verdadera alternativa frente al modelo actual. Por si fuera poco, durante la Convención Científica Colombiana realizada en la misma ciudad, la directora de Colciencias, Paula Arias, anunció un recorte del presupuesto para esa entidad. A pesar de que el Ministro de Hacienda salió a desmentir a Arias, está por verse el verdadero compromiso del gobierno Santos con la ciencia y la educación.
Ahora bien, sería un error esperar que el cambio provenga únicamente de los políticos profesionales, una clase que, con contadas excepciones, nunca se ha caracterizado por representar los intereses comunes. Por eso es fundamental que todos los sectores sociales participen en la construcción del país: los empresarios siendo más generosos, el periodismo fiscalizando al gobierno, las organizaciones sociales exigiendo el cumplimiento de los compromisos adquiridos y la ciudadanía en general opinando, vigilando y movilizándose cuando sea necesario.
En suma, hay todavía muchas tareas pendientes para lograr un país unido más allá de los partidos de la selección de fútbol. En su segundo gobierno, Santos tiene que jugársela toda por una paz que para ser cierta requiere de transformaciones en la estructura de la sociedad colombiana. Pero no todo depende de él. La euforia del momento no debe diluirse en el conformismo y la indiferencia de siempre. De lo contrario, tendremos que resignarnos a sentirnos orgullosos de este país únicamente cuando triunfen sus deportistas.
@emontanov