Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.
Julio Cortázar (Extracto de Rayuela)
Me enteré de la nominación de Hillary Clinton como candidata a la Presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata este martes pasado al momento de llegar a un apartamento en el centro de Medellín para asistir a una sesión de música de cámara. Me acompañaban dos mujeres a las que quiero y admiro y nos disponíamos a escuchar un concierto de piano a cuatro manos de otras dos mujeres talentosas.
Durante la presentación, y entre obras de Schubert, Debussy, Mozart y Dvorak, pensaba en la ardua batalla que con tanto sacrificio libran las mujeres para abrir espacios, aportar y brillar en sus campos profesionales. El “Todos los hombres nacen libres e iguales” redactado en Filadelfia en 1776 ha significado literalmente que los derechos están reservados para “los hombres blancos, mayores de edad con propiedades”. Ocho años de presidencia del afroamericano Barack y la posibilidad real de la llegada de Hillary, demuestran que, a pesar de barreras, murallas y sutiles velos, el mundo ha cambiado y tenemos hoy protagonistas transformadores de género y raza que simplemente no existían en ningún horizonte hace algunos años.
Fue durante la Pequeña Suite cuando, con una sonrisa cómplice, reconocí que en ese mismo instante, en esa sala llena de admiradores, nuestra anfitriona es el ejemplo vivo y poderoso del triunfo de la voluntad, el talento y de la lucha por los derechos. Teresita Gómez: pianista, docente y mujer negra.
Teresita creció en los salones y pasillos del Palacio de Bellas Artes de Medellín. Sus padres adoptivos, oriundos de Marinilla, Antioquia, fueron los vigilantes del hermoso edificio que albergaba tablados, caballetes e instrumentos musicales. Allí pasaban muchas horas artistas extranjeros y nacionales y algunos de los hijos e hijas de la conservadora y cerrada sociedad antioqueña de mediados del siglo XX. Su primer concierto fue a los 4 años y recuerda que su madre, quien le repetía una y otra vez “usted no es negra mija”, ese día le alcanzó a echar una leve capa de betún blanco para que el vestido y el moño se vieran en buen conjunto.
Cuando las monjas Carmelitas rechazaron a Teresa Gómez Arteaga por negra, su madre, creyente y rezandera, no pudo contenerse y les lanzó un “viejas pendejas”. Ahí mismo Teresita abandonó la Iglesia católica. En Bellas Artes, conoció artistas maravillosos que abrieron su mundo y que le compartieron miradas, escuelas y preocupaciones universales, pero fue en la calle, primero con su padre y luego con amigos, donde conoció la vida poderosa y simple de lo cotidiano. Con su padre caminó y conoció la Medellín de los años cincuenta con sus bares, putas, inquilinatos y con los paupérrimos asentamientos de campesinos que llegaban desplazados por la violencia rojiazul del campo. Paradójicamente, dice, ha sentido más discriminación y distancia en el mundo de la alta música que en los espacios ordinarios de la calle.
Un gobierno “liberal” de finales de los setenta le tendría preparado un proceso penal con detención, interrogatorios y amenaza incluida. En épocas de la doctrina de la Seguridad Nacional y del Estatuto de Seguridad, una negra de la Universidad Nacional, tan bien conectada y con tanto mundo tenía que ser contacto y aliada de la guerrilla. Un gobierno “conservador”, por el contrario, le permitiría llegar con sus tres hijos a la Embajada de Colombia en Berlín. Allá detrás del muro la recibiría su Excelencia el embajador con una pregunta muy poco diplomática, “¿Usted sabe leer y escribir?”. Interrogante que dice mucho de lo que los embajadores pensaban de los agregados culturales y… de los negros.
A sus 73 años Teresita Gómez ha tocado conciertos de Bach en Alemania,
de Chopin en Polonia, de Debussy en Francia
y de Adolfo Mejía en Colombia
A sus 73 años Teresita Gómez ha tocado conciertos de Bach en Alemania, de Chopin en Polonia, de Debussy en Francia y de Adolfo Mejía en Colombia. Su talento y su amor por el piano han fortalecido los procesos de formación de un gran número de estudiantes de su amada Alma Mater. Sus grabaciones de música colombiana, acompañada de tiple, bandola y guitarra, pueden ser de las mejores del mercado. Ha sufrido y llorado la muerte de su hijo Vladimir y ha superado la enfermedad que le paralizó las manos y le impidió tocar el piano durante 3 años. En los estantes y paredes de su apartamento, situado a una cuadra de su recordado palacio, reposan la Cruz de Boyacá y varios reconocimientos académicos honoris causa.
Cuando terminó la Danza Eslava de Dvorak me paré a aplaudir a Teresita y a su gran amiga, la maestra Blanca Uribe. Aplaudía por la obra que acababa de escuchar, pero sobre todo, celebraba la vida que tenía en frente. Que una niña negra, hija adoptiva de porteros, a pesar de la exclusión, la desconfianza, la discriminación y la pesada historia, brille y se destaque en todo el mundo y pueda compartir, formar e inspirar tantas otras vidas, hace que todo valga la pena y demuestra que el mundo, a veces, gira en el sentido correcto.