El primer hombre que conoció Vicente Fernández fue su papá, un hombrón de más de cuarenta años que lo golpeaba de manera salvaje cada vez que llegaba borracho, que era la única manera que sabía llegar a su casa. Eran los años cuarenta en México y habían dos estrellas que brillaban mas que nadie no sólo en la música sino en el cine: Jorge Negrete y Pedro Infante. Ambos murieron muy jóvenes, antes de los cuarenta, el primero, esposo de Maria Félix, murió de tuberculosis, el otro, quien hizo su última aparición en una película al lado de Félix en la película Tizoc, era todo lo que soñaba ser el niño Vicente, quien en esa época ya sabía cantar y no llorar porque tenía prohibido hacerlo.
Los que trabajaron al lado de Vicente sabían que nunca ensayaba. No lo necesitaba. Ni siquiera necesitaba de un micrófono, siempre afinado y potente, ¿quién duda de su talento? Ir a un concierto de Vicente en cualquier estadio de Latinoamérica era un espectáculo inigualable. Sin embargo, cuando tocó la última vez en el estadio Azteca ante 85 mil personas, se vivió algo parecido a un acto religiosa, a una eucaristía de solemnidad absoluta. La gente, después de escuchar a Vicente, creían que había tomado con él y llegaban borrachos a la casa con la sensación de haber compartido con su ídolo.
Vicente solo tuvo a una mujer, Maria del Rosario Abarca, mejor conocida como Doña Cuquita, con quien convivió mas de sesenta años, viviendo primero en la pobreza más extrema y luego viviendo las mieles de la fama y la fortuna. Como suele suceder en estos casos una vez Vicente alcanzó el estrellato se dispararon sus infidelidades. Fueron muchas las amantes que tuvo que aguantarse. El éxito le llegó de pronto y no se le subió a la cabeza. Nunca dejó de ser un humilde niño campesino de Huentintan El Alto, a las afueras de Guadalajara, que pintó casas, lustróbotas y hacía mandados para vivir, además de lavar coches.
Vicente tuvo problemas económicos como en 1998 cuando secuestraron a Vicente Jr, su hijo menor, crimen cometido por el Cartel de Sinaloa y por el que tuvo que pasear por toda Latinoamerica y España junto a su hijo Alejandro para recaudar los 10 millones de dólares que pedía la banda del Chapo.
Este hombre fue un trabajador incansable, alguien que se despidió 10 mil veces, como si fuera un circo, todo para dejar una fortuna a sus tres potrillos, Gerardo, Vicente JR y Alejandro quienes, en capilla ardiente, custodian al ídolo más grande de la canción ranchera.