La ausencia de proyección y de interés hacia el otro se ha convertido en una problemática social que afecta no solo a la concepción que se ha logrado construir de lo que se conoce como democracia, sino también a la noción de cultura y de diversidad. Gracias a las redes sociales y los diferentes medios de comunicación hemos logrado desarrollar un etnocentrismo moderno y adaptado al siglo XXI. Nos construimos en nuestra propia burbuja al convertirnos en “expertos” de toda la información y temas que nos conciernen individualmente, pero dejamos en el olvido esta amplia noción de desemejanza a partir de la cual se pensaban las bases de un sistema democrático.
Hoy en día, los entendimientos de lo que es un país, pueblo y democracia se han visto enfrentados a la vehemencia de discursos, opiniones, vulgaridades y pertrechos que obstruyen la suficiencia de las personas para cumplir sus motivaciones. Nos empezamos a creer el centro, ya no del universo pero de la sociedad, por tener los mismos ideales y criterios que un grupo de personas, al olvidar la opinión e intereses de los demás. La minoría deja de tener cabida en un mundo regido por aquellos que parecen tener voz y cultivado por una mediatización venenosa de ópticas unipersonales. La percepción de pueblo ha, como diría Kant, dejado de ver al otro como un fin y lo ha moldeado como un medio. Vemos a los demás como un enemigo ideológico y político únicamente porque piensa diferente, mientras nosotros poseemos la verdad absoluta. Se deja de tener en cuenta las motivaciones y argumentos del otro para construir su propia perspectiva, y se le ataca como un ignorante y desconocedor.
Para poder avanzar conjuntamente como sociedad es necesario motivar, evaluar, considerar y proyectar los efectos que tienen nuestras acciones, tanto colectivas como individuales, sobre los demás. No se puede dejar al otro atrás. Es primordial dejar de actuar por uno sin pensar en el otro, y esto también incluye acciones públicas. En toda situación de reformas laborales, fiscales, monetarias y demás se analizan, como es debido, los efectos que se tiene sobre la clase media y los cambios en el bolsillo de la población. ¿Pero qué pasa con la población afro? ¿Cómo afecta la reforma fiscal a las mujeres con respecto a los hombres? ¿De qué manera se incluye a la población indígena dentro del marco de pensiones y salud? ¿Se ve afectada la comunidad LGTBI si se aprueba el trabajo por horas? Todas estas preguntas deben realizarse para no perder de vista que somos un país multicultural, y que un cambio puede afectarnos a todos, pero no necesariamente por igual. Para recuperar el rumbo como sociedad, es necesario pensar en conjunto, y esto significa darle el mismo valor a cada persona sea igual o diferente que uno mismo. La base de la democracia es la diversidad, y sin diversidad y cultura se derrumban los cimientos de nuestra sociedad.
Algo notorio que ha dejado la coyuntura asociada al COVID-19 es que hemos empezado un ejercicio de proyección. Las difíciles circunstancias han permitido que se tenga en cuenta al otro, que se reconozca el papel que juegan los sectores más vulnerables de la sociedad y que empiece un ejercicio colectivo con el fin de apoyarlos. No obstante, es necesario que esta práctica se amplíe y continúe aún finalizada esta complicada circunstancia en la que nos encontramos juntos como sociedad.