Y ojalá tuviera 40, tengo 43 y pesan como un muerto. Los llevo sobre el hombro. A los 30 creí que lo peor había pasado, que la podredumbre física sería compensada con la sabiduría que uno cree pueden tener los hombres calvos. Pero nada, la madurez no es más que la falta de energía. Somos más lentos porque todo cuesta más. Aguantarse a los demás, por Dios, sobre todo cuando son más jóvenes, es un suplicio y uno empieza a preguntarse ¿dónde putas está todo el mundo? Ya ni siquiera tenemos redes sociales, ¿a dónde se fueron todos los que estaban en Facebook? ¿Quiénes se quedaron en el pueblo que está en llamas? Me siento un sobreviviente, los que crecieron conmigo se van quedando en el camino y todo el tiempo es como empezar de cero, como arrancar de nuevo y ya uno no tiene las ganas, ni la disposición, ni el ánimo. Además, no hay ningún mérito en eso de sobrevivir.
El dolor se apaga cuando estoy solo. Entonces quedo solo con la música. Entonces no tengo que conversar con nadie. No tengo que estar presionado de hacer reír, para caer bien. No hay nada que agote más que la gente. Hubo un tiempo en el que nos desvivíamos por estar en fiestas, hoy pagamos para que nadie nos invite. Compadezco a todos esos solteros que buscan reafirmarse teniendo dizque una vida social agitada. ¿No tienen los suficientes recursos espirituales como para estar solos con ellos mismos? A los 43 se está muy viejo para tener amigos y muy joven para morir. El suicidio parece siempre una puerta de emergencia y empieza a ser un consuelo para el dolor este que no se apaga. La saturación de emociones hace que, el vislumbramiento de la vejez, sea un abismo que agobia cada noche. Si estoy así ahora ¿qué nos queda al final?
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El dolor se apaga cuando estoy solo. Entonces quedo solo con la música. Entonces no tengo que conversar con nadie
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Con una mano escribo, con la otra me sostengo, decía un borracho que escribía para no matarse. Nadie está preparado para llegar a esta edad. Nadie está preparado para afrontar el fracaso, el final de la ilusión. Nunca fuimos lo que pensamos ser. Los que lo soportan más y mejor son los que nunca tuvieron demasiadas expectativas, la inmensa mayoría que lucha para no ser diferente. Los que se casaron solo para reproducirse. Ellos se consuelan con no sentirse caducos, fuera de onda, con sus putos perfiles de Facebook que cuidan con la misma laboriosidad que lo hacían en el 2007, cuando recién se graduaban de la universidad y soñaban con hacer los negocios con los que presuntamente se harían multimillonarios. Tienen al Señor de consuelo. Al Dios del perdón y la mediocridad. Tienen las bendiciones en forma de niños que no paran de chillar. El mundo siempre fue un lugar ancho y ajeno que no importaba demasiado. Al final solo los cretinos no nos conformamos con una felicidad prefabricada. ¿De qué sirven todos los putos libros si el vacío, el hueco, se hizo más hondo?
Nadie nos preparó para tener cuarenta años. En las películas aparecían los manes a esta edad con la suficiente plata como para comprarse un convertible, ¿cómo afrontamos esta crisis nosotros, los asalariados? Equivocándonos una y otra vez. Como en la ranchera de Chavela Vargas, nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores. Y eso que se supone que soy una persona afortunada, y eso que tengo un trabajo estable y supuestamente me gano la vida con lo que me gusta. Y eso que muchos dirán que hay problemas peores y que, por estar en ellos, no se vive el absurdo de la mitad de la vida. Pues me tiene sin cuidado usted y sus problemas. Jóvenes, agárrense bien fuerte, lo peor está por venir.