En Colombia urge un ejercicio riguroso de pensamiento colectivo, que permita ir cimentando el proyecto de país a la atura de los desafíos actuales. Dicho ejercicio debe ser consiente de integrar en su discusión las visiones no solo de quienes han resistido a la guerra en su confrontación militar (y las victimas de todas las partes); sino que indispensablemente, este debe contener las prácticas y perspectivas de quienes sufren los embates de una sociedad degrada, por un lado, por el conflicto social paulatinamente deshumanizado con la guerra y por el otro, por la profundización de un modelo de producción depredador de la vida y sus territorios.
El primer desafío para Colombia supone la construcción de un proyecto de país con justicia social incluyente. Este horizonte no puede simular una carrera de perros cuya liebre al final termine intacta, con los perros cansados y con un exclusivo ganador. Lo importante es iniciar este ejercicio de pensamiento, no con “acuerdos desde las alturas” para definir los perros tras la liebre; sino con el necesario proceso de seducción mutua desde las mayorías que desean un país más allá de la guerra, el abandono del estado, y un país al mismo tiempo alejados de las roscas al interior de las mismas “alternativas”.
Se trata entonces de superar el trillado ejercicio de creer que unos cuantos cargos en la burocracia de gobierno, son los peldaños hacia la sociedad distinta para una Colombia después de décadas de guerra. Los ejemplos de los Luchos y Angelinos son muestra fehaciente de que el problema no está en la conquista de altos cargos burocráticos. No solamente porque no alcanza para toda la gente, sino porque quienes los ocupan se encargan de decirnos con su práctica, que la corrupción y el clientelismo son un cáncer sin ideologías.
Otro mito del que se deben alejar, sobre todo quienes se piensan la alternativa sin comillas, es aquella idea de que con la llegada de un ex guerrillero, o ex paramilitar o algún representante de la izquierda o de centro a los altos cargos del estado es señal de que por fin Colombia caminará hacia la profundización de la democracia.
Esto último es una garantía tramposa, delatada por el modelo productivo que tienen en mente quienes toman las decisiones en Colombia, un modelo alineado con las formas más excluyentes del Capital. Un modelo de producción que desprecia la vida y la somete a un implacable estrangulamiento en función de las ganancias.
Un proyecto de justica social inclusivo para Colombia, debe irse pensando, por ejemplo, el cierre definitivo de la mina de explotación del carbón en La Guajira al norte del país: Explotación altamente contaminante para el territorio y contrario al desafío global que impone el cambio climático. A partir de la cumbre el año pasado en Paris (COP21), hoy se habla del fin de la era de los combustibles fósiles y este escenario de transición nos coloca en un lugar privilegiado para la creatividad y la construcción de la alternativa. Lo anterior supone un esfuerzo para convencer a una población de que existen otras formas para reproducir la vida en sus territorios. No solamente porque es insostenible para el medio ambiente, la salud y la supervivencia de su gente y sus culturas; sino porque también es verdaderamente posible vivir de la pesca sostenible, la agroecología y de la explotación de otros minerales menos contaminantes como el gas y la sal marina. Pero en manos de la gente, no de las multinacionales. Y que también es posible reiniciar con una justificable indemnización por el maltrato al que ha sido sometido su territorio por parte del Capital. De esto se trata cuando se habla de que Colombia como proyecto de país, nunca ha estado pensada desde y hacia las regiones que la componen.
Por lo tanto, este ejercicio necesario de pensamiento debe partir por el análisis de estas situaciones que hoy pasan desapercibidas en el debate nacional. Finalmente, cabría entonces una pregunta para alimentar este ejercicio ¿Cómo metemos a La Guajira en Colombia y a Colombia en La Guajira? Y lo mismo para con las otras regiones olvidadas que componen el país.
Un proyecto de país incluyente debe estar a la altura de pensarse y repensarse las alternativas. Alternativas que precisan de otras formas, otros métodos dicen algunos amigos por ahí. Hay que mirar hacia todos lados dicen otros, pero siempre con la claridad, de que para Colombia, esta podría ser la última oportunidad para construir un proyecto éticamente inclusivo y con la capacidad de meter en su construcción a quienes la práctica política de antaño les ha alejado de su responsabilidad como sujetos.