No. Al parecer no nos caracterizamos por tener una verdadera inclinación por la memoria histórica, y cada quien tendrá sus razones. Ni más faltaba. Sin embargo, la sucesión de hechos políticos en nuestro país son un referente de primer orden para llegar a tal afirmación. Sin entrar en detalles, pues detalles y ejemplos son los que sobran, la clase política nacional ha dado muestras de un desentendimiento casi total en relación a la diversidad de aspectos que conforman el ámbito social, al contrario de su innegable y omnipresente interés si de infraestructura para el desarrollo económico se trata. Pero no con buenas intenciones, creo que en eso muchos estamos de acuerdo. Su interés verdadero es el de una que los beneficie directamente y, en consecuencia, a los grupos económicos en los cuales encuentran apoyo y que les permiten sostener perpetuamente sus prácticas clientelistas y corruptas.
Sin embargo, difícilmente deja de ser curioso el continuo apoyo que dicha clase política obtiene del pueblo colombiano y que, en últimas, es el que le permite seguir arraigada en el poder, sin importar cuántos escándalos de corrupción sean destapados al años, aun cuando estos limiten las posibilidades de un verdadero desarrollo en función del bienestar social de esa misma población.
El mismo conflicto interno armado es un ejemplo claro de esta falta de memoria histórica. Tradicionalmente, la subversión ha tenido a bien ser identificada como aquel mal mayor que siempre ha aquejado nuestro país, dificultándosele así llegar a una verdadera conciencia acerca de cuáles fueron sus orígenes con la consecuente inclinación a minimizar (sino invisibilizar) los demás actores violentos que, en la práctica, han causado más daño a la misma población. Por supuesto, se trata de una serie de responsabilidades compartidas en la que, una vez más, la corrupción política vuelve a jugar un papel protagónico y no menos fundamental.
En el marco de nuestro conflicto, muy distante de llegar a una solución pacífica, nuestra falta de memoria puede deberse, por una parte, a un desconocimiento puro y duro, pues no podemos obligar a todos a informarse y, por otra, y creo que es más acertado así afirmarlo, por pura y física practicidad y conveniencia. Así, de los derroteros del oscuro universo del desconocimiento, se desprende la necesidad de poderse conocer la verdad sobre las responsabilidades reales de la clase política, cuya corrupción que ha permeado la institucionalidad del Estado, el sector público y, como si no le fuera suficiente, los diferentes ámbitos privados del país.
La falta de memoria nos dificulta poder establecer y fortalecer un vínculo real con la democracia que se nos ha venido desvaneciendo. Así, fortalecerla de nuevo, si es que alguna lo estuvo, es reconstruir memorias y reconocer responsabilidades para que no sigamos excluyendo a los verdaderos protagonistas de todos los hechos que por décadas y décadas han atentado contra la población civil y sus derechos, mientras la clase política sigue ahí tan campante, relevándose en poder, y así visualizar impunidades y silencios ya casi institucionalizados.
