“Nápoles es la ciudad del mundo que más santos tiene: 42”, aseguró la guía mientras recorríamos la iglesia de ‘Gesú Nuovo’, una de las más emblemáticas del puerto italiano.
“42 no, 43” interpelé yo. ¿Y dónde me dejas a Maradona?: “Él no es un santo, es Dios”, dijo sin inmutarse la guía.
Y es verdad que para los napolitanos Diego Armando Maradona es toda una deidad. En cada esquina del centro de la ciudad hay una pintura, un mural, un altar suyo. Y en todos los almacenes de souvenirs hay una camiseta con el nombre del futbolista.
Los dos homenajes más emblemáticos son un gigantesco mural, ubicado en el corazón del casco antiguo de la ciudad y una cafetería en donde hay altar, afiches, fotos, Maradonas a escala y cuyo propietario advierte, en un inglés muy itálico, que “No coffee, no photos”.
A los visitantes, en especial a los que no son futboleros, les cuesta entender semejante devoción por el gran Diego. La guía que nos hizo el recorrido por el casco viejo de Nápoles, la misma que elevó a Maradona a la categoría de Dios, explicó a qué se debe esa adoración.
“Maradona, afirmó, llegó a Nápoles en 1984. Venía del Barcelona donde brilló poco. Aterrizó acá lesionado, para muchos estaba desahuciado”. Pero el talento de Maradona encontró un sitio propicio para desarrollarse en aquella ciudad que tanto se parecía a él: Desordenada, alegre, apasionada y también genial.
En ese ambiente floreció la magia de Maradona. Y de la mano de Diego el Napoli, un equipo fundado en 1926 y que nunca había salido campeón, logró dos ‘scudetos’: los de las temporadas 87/88 y 89/90.
Este éxito deportivo repercutió en toda la ciudad, que al inicio de los 80 estaba plagada de problemas: empobrecida, insegura, sucia, anárquica (lo que sigue siendo). Nadie quería asomarse por allá. Pero el éxito de Maradona y su combo volvió a poner a Napoli en el mapa. Y le devolvió la autoestima a los napolitanos. Por eso lo consideran un Dios.
(También es cierto que los problemas de Maradona se agudizaron en Nápoles. Sobre todo su adicción a las drogas. Pero ese es otro cuento).
Toda esta historia sirve para reflejar lo que significa el fútbol, que es mucho más que un deporte. Cada partido es una representación de la vida, de los triunfos, de las derrotas, de las genialidades, de la importancia de la labor en equipo.
Me atrevería a decir que el fútbol, en los países civilizados, y en los no tanto, ha reemplazado a las guerras. Por ejemplo, la eterna rivalidad de los ingleses y los franceses se trasladó del campo de batalla al terreno de juego. Ganar una Copa Mundo equivale a las conquistas de Alejandro Magno o de Napoleón.
Para no hablar de la relación que se genera entre un equipo de fútbol y su hinchada. Lo que siente un fanático por su equipo del alma es comparable con la pasión que se profesa al ser amado. Y en algunos casos, mayor. Por algo, ese extraordinario dirigente deportivo que fue Alex Gorayeb decía que uno en la vida puede cambiar de mujer, de religión, de partido político, hasta de sexo, pero de equipo de fútbol, jamás.
Alex Gorayeb decía que uno en la vida puede cambiar de mujer, de religión, de partido político, hasta de sexo, pero de equipo de fútbol, jamás
Hace unos años, cuando Millonarios, el equipo de mis amores, decidió democratizarse y puso en venta unas acciones, decidí invertir un milloncito de pesos en el equipo, obviamente sin consultarle a mi mujer. Al cabo de un tiempo, ella, organizando unos cajones, se encontró con el recibo de pago de las acciones y me preguntó “esto que significa”. Yo no tuve más remedio que confesar mi “pecado” y, en medio de la mayor zozobra, le conté lo que había hecho. Para mi sorpresa, en lugar de regañarme, me felicitó, y con algo de sarcasmo me dijo: “Pues es la mejor inversión que ha podido hacer. Ahora por lo menos sufre por algo que es suyo”.
Gracias al fútbol, este fin de semana los colombianos nos despertamos con una sonrisa a flor de labio. Por unas horas, todos los problemas del país, el desempleo, el costo de vida, la inseguridad, la guerrilla, las torpezas del gobierno, pasaron a un segundo plano. Hoy lo único que nos importa es que nuestra selección le ganó a Brasil. Gesta histórica comparable con la batalla del Pantano de Vargas, porque nunca habíamos vencido al pentacampeón del mundo en eliminatorias al Mundial. (A falta de Rondón, en la batalla contra Brasil el que salvó la patria fue Lucho Díaz)
Además, ganamos con un equipo que se parece mucho al país: luchador, lleno de resiliencia, de valentía, de amor por la bandera. La diferencia es que mientras la Selección está bien dirigida, Colombia está muy mal de timonel.
Lo cierto es que el fútbol es una enfermedad que quienes la padecemos no nos queremos curar. ¡Así nos lleve a la tumba!