El deporte nacional de los colombianos, el afamado Tejo, ahora no solo es una costumbre ancestral de hace 500 años, es un medio para divertirse y pasar un rato con familia y amigos. Por supuesto la cerveza y la picada no pueden faltar en cada cancha. El tejo en Bogotá tiene gran acojida, pero todos los lugares son chapados a la antigua, sin embargo, en el barrio San Felipe existe un rinconcito que según algunos fue creado para ‘gomelos’.
En la muy comercial y transitada carrera 24, llegando a la calle 80, entre la 75 y 76 queda La Embajada, nacio en 2018, con las canchas a la mitad. Solo bastó una tarde de jugar tejo entre Juan Sebastián Otero y su amigo, y hoy socio, Daniel Lozano, ambos ingenieros industriales de la Universidad Los Andes, para que empezara una idea y se materializa meses más tarde, ya en 2019.
Sebastián Otero, uno de los dueños, cuenta que su amigo Daniel Lozano era socio de tres amigos más, todos de la universidad de Los Andes, en otro emprendimiento: cerveza artesanal, quienes dejaron a un lado sus estables y bien remunerados trabajos en el sector privado para unirse al negocio del tejo, que, junto a su cerveza hecha en Boyacá y acompañados con algunos inversionistas, lograron montar unas canchas de tejo tradicionales puestas en un entorno diferente, una idea tan innovadora como atrevida, que ha mostrado éxito.
El propósito de la embajada y sus dueños, es la juega de tejo, rescatar esa tradición entre los jóvenes colombianos. Además de atraer a personas que no gustande el y no se sienten cómodos con los lugares populares donde tradicionalmente se juega el también llamado turmequé.
Su propuesta es completamente diferente a la de un tejo convencional, es un lugar cerrado y ambientado con luces de colores, donde predomina el rojo que se estrella con el amarillo intenso de las escaleras y el azul de sus paredes. Si este lugar no tuviera siete canchas de minitejo al fondo del local, no se diferenciaría en nada a un buen bar de la zona rosa. Aquí se escucha buena salsa clásica con un sonido profesional que incita más a bailar que a lanzar el tejo.
También la comida, preparada por dos chefs profesionales, que en el fondo quiere ser la misma picada de rellena, chorizo y papas criollas, es diferente y tiene un toque de sofisticación que es imposible ver en una popular cancha de turmequé.
Los precios de La Embajada también se asimilan a los de un bar de la zona rosa y no pelean con los de sus colegas del tejo. La pola más económica, que se llama Ismael, hecha a base de maíz y tiene su base histórica en los antepasados indígenas del altiplano, cuesta doce mil. Sus picadas arrancan desde 56 mil y sus shots de licor desde los siete mil.
Este lugar nos recuerda que para mantener una tradición no siempre se debe seguir al pie de la letra cada indicación. A veces hay que adaptarse a las necesidades de las nuevas generaciones y crear nuevas propuestas que tengan un toque del pasado. Así como La Embajada, que permite jugar tejo de forma mucho más sofisticada, que ofrece cerveza artesanal, comida típica gourmet, un ambiente de rumba y lo mejor una experiencia que aunque es bastante juvenil recibe a todo tipo de jugadores.
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