De cuanto en mayor extensión convendría en ocuparse el Arte en sus múltiples, dialécticas expresiones; en su asunción del ser y el acontecer de la sociedad contemporánea y del individuo que la conforma y reproduce como colectivo humano, debería ser en servir de instrumento para provocar rupturas que penetren y expongan las lastimaduras de una y otro.
Que dejen al descubierto cuanto tienen de putrefactas y contagiosas de derechos inalienables del ser; de la dignidad y la convivencia entre humanos estigmatizados por su condición racial y social; de organismos carcomidos por la desigualdad y la inequidad; por la indiferencia.
Desde luego y bajo circunstancia alguna, sin sacrificar, ni omitir, ni dejar de lado, o pasar a un segundo plano, esa condición determinante del e inherente al arte: la estética, cuya expresión natural es la forma, el signo, la representación, significando con ello los diversos, múltiples, confluyentes, aspectos que tal entraña y define, y su relación intrínseca con el concepto que en ella habrá de concretar el artista.
Es de creer por tanto que la militancia ideológica, la praxis política, la disidencia o el compromiso definido por una causa, escuela, movimiento o tendencia en el arte, no sean razones válidas para que las artes plásticas, la literatura, las artes escénicas, entre las más, se sustraigan de su deber ser estético, a la vez que asumen el de desentrañar lo feo de la sociedad.
En eso y de eso, se debe “meter” y “ensuciar” la plástica nacional; poner a prueba de lo sucio, de lo feo, de lo incorrectamente bello según el canon, lo estético; darle matices que connoten lo social, lo político; que alteren el concepto predominantemente “solido”, inmóvil, que la caracteriza; darle valor, luz, a la monotonía; revocar, si se quiere, todo ese universo falaz que la coopta.
Para mí, lego del común en estos saberes de las plásticas, nacional y local, cuanto me deja sentir y decir, sin prevenciones ni afectaciones, la exposición Tejiendo calle, es que Ruby Rumié, artista plástica de Cartagena, Colombia, navega con propiedad y autonomía conceptual en las coordenadas que bien pueden dar con el despertar, insurgir, provocar, convocar, subvertir, el concepto, las formas, el compromiso, y entiéndase por tal todo cuanto reivindique lo ancestral/marginal, la identidad arrinconada, lo humano estigmatizado y fragmentado social y racialmente, del arte contemporáneo en Cartagena y el Caribe, de suyo hibernando en la placidez de lo sólido desde los tiempos de ruptura de Grau, Cecilia Porras, Guerrero, Morales, Cogollo, y ¿?
Tejiendo calle, a cuanto convida actuante es a “descuadernar”, “desestabilizar”, desde el imperativo estético, lo invisible/cotidiano, “lo que siempre ha estado ahí”, representado en las cincuenta Dominga Torres Terán que pueblan exponencialmente el universo social y humano de Cartagena.
A develar contextos, rostros, laceraciones, estigmas, discriminaciones aberrantes, que son la cotidianidad paradojal de una sociedad que, entre lentejuelas y efímeras beldades de icopor, títulos falseados y abolengos en entredicho, se solaza en la discriminación y el apartheid.
En la más vasta extensión y objetividad del concepto, es tiempo imperativo de rupturas y de compromiso, tanto en lo estético como en lo ético y lo político susceptibles de expresar por el arte, como en lo social que el aflora.
Así y no de ahora, lo ha asumido con alta competencia, decisión y coraje Ruby Rumié, desde los provocadores campos de la plástica contemporánea como signo indeleble de una modernidad de la que todavía somos deudores, mayormente en estas tierras a cuyo imaginario y representación a perpetuidad, parece que le basta y sobra Macondo.
Poeta
@CristoGarciaTap