La Villa de la Candelaria de Medellín esconde en sus calles con nombres peculiares historias que tal vez jamás alcancemos a conocer del todo, historias que entre sus aceras y piedras se ocultan y guardan tesoros nunca antes imaginados. Pues Tejelo es una de esas calles donde un pedacito de los pueblos aledaños a Medellín se acentuó y todavía sigue en la lucha de conservar su pequeño sitio en la ciudad.
Y esa era la idea, conservar una pequeña parte de lo que alguna vez fue Medellín, un pueblo colorido donde las frutas y las verduras un día reinaron, pero que poco a poco el despotismo característico del colombiano opacó su brillo y, aunque siguen las frutas, el gris de la cuidad, el acero y el pavimento carcomen la memoria lo que un día fue.
A pesar de lo característico que fue Tejelo, la transformación del centro de la ciudad hizo que el esplendor que un día tuvo se apagó por los desplazamientos de la gente de otros lugares de la urbe, como la que habitaba en Guayaquil; fue por esto que la calle como tal se deterioró hasta el punto en que la gente no se atrevía a ir.
Hoy la plazoleta comercial a cielo abierto Tejelo, o solo Tejelo, viene funcionando desde hace más de 30 años, un espacio destinado a la venta de frutas y verduras que comenzó debido a la desaparición de la Plaza de Cisneros; sus vendedores iniciaron una tradición comercial que aún perdura en la ciudad.
Su nombre se debe a Jerónimo Luis Tejelo, quien fue enviado por el Mariscal Jorge Robledo desde Curumaná (hoy en día Anzá) para que avanzara por las tierras situadas tras las cordilleras. El 24 de agosto de 1541, día de San Bartolomé, Don Jerónimo llegó al Valle de Aburrá, como se le llama hoy en día, y lo bautiza como Valle de San Bartolomé.
La historia de Don Jerónimo esta manchada con sangre, tras descubrir el Valle de Aburrá encontró comunidades indígenas; mientras unos luchaban por defender su territorio, otros al ver los monstruos de dos cabezas se quitaban el taparrabo y se ahorcaban con él. Pero no todos fueron tan fáciles de vencer y fue por esto que tuvo que pedir ayuda al Mariscal para reducirlos.
De vuelta al nombre, no siempre fue Tejelo, La calle 52ª tuvo el nombre del hueco, debido a que era una calle pequeña, desaseada y sin orden, luego cambió su nombre a Fernando Restrepo, quien fue un comerciante que de joven migró a Estados Unidos y aprendió a fundir cobre, volvió a Medellín, enseñó el arte a sus familiares y montaron varios negocios sobre la calle, por lo que paso a llamarse “Los Fundidores”, también se dice que tuvo el nombre de la Alhambra.
Desde el siglo XIX esta calle era habitada por personas que servían a las casas de los ricos de la ciudad, según el arquitecto Rafael Ortíz Arango, miembro de la Academia Antioqueña de Historia, “Tejelo fue una de las primeras calles de Medellín, derivada de una de las más viejas que era la Calle Real (Boyacá).”
Tejelo está ubicada entre la avenida de Greiff y Juanambú, lo más característico que tiene son los productos naturales que en ella se comercializan, a pesar de que también hay otras cosas por las que la gente la reconoce y la deambula. Una calle que tiene muchas facetas, como los bares que abren sus puertas a las 10 de la mañana y tienen sus clientes fijos, generalmente hombres de todas las edades y mujeres jóvenes con mucho maquillaje, ellos se sientan en los banquitos a tomarse una cerveza al son de canciones de despecho y uno que otro vallenato mientras conversan de algún tema banal.
Cuando Víctor León Ospina, el dueño del bar, abre las puertas de “El Parche” en Tejelo, son las 10 de la mañana, Es un bar pequeño que cuenta con cuatro mesas en cada uno de sus lados y una puerta de un metro ochenta y da la impresión de que se debe entrar agachado; sus paredes son rojas y tienen pegados espejos en forma de rombos, además de unos cuadros con fotografías de partidos de futbol con los clientes del bar.
Jose Alberto y Jaime, clientes del lugar, entran y piden dos cervezas al clima; a pesar del sol candente que viene acompañado de unos 30 grados centígrados de aquel martes, afirmando “que así les calma la sed.”
Con la cerveza tazada en un vaso de vidrio empiezan a filosofar, hablar de la vida, contar historias; pero más que todo a encontrarse a ellos mismos, como dice Jaime “nosotros somos agnósticos, no creemos en ninguna religión, después de haber estado perteneciendo a una secta cristiana por más de 20 años, nos encontramos con nosotros mismos, Dios está en cada uno de nosotros y es ahí donde no buscamos”. Ambos vienen de distintos pueblos cerca a Medellín, pueblos conservadores, Jose Alberto es de Uramita y hace 50 años llegó, Jaime es de Andes y hace 38 años que habita en la ciudad. Así como Tejelo, estos dos hombres han pasado por todas las transformaciones de la ciudad a lo largo de los años, cambiando de una vida rural, de un conservatismo y un pensamiento cerrado a una globalización imparable, los tres, Jaime, Alberto y Tejelo se han vuelto parte de la ciudad, se han homogeneizado.
Las transformaciones por las que ha pasado Tejelo han sido muchas, desde que era una callecita empedrada con puestos de venta callejera, construidos en madera que hacían alusión a las viviendas de los pueblos de la época; pasaron a ser construidos en metal y contar con servicios públicos, iguales a los que existen por toda la ciudad.
Es una calle luchadora, que a pesar de que varias alcaldías la han querido acabar hoy sigue en pie luchando por lo que fue y lo que será.