Teatros de acontecimientos en Barranquilla (V)
Opinión

Teatros de acontecimientos en Barranquilla (V)

Noticias de la otra orilla

Por:
noviembre 14, 2020
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Tendríamos que decir entonces que la vida cultural del Teatro Amira de la Rosa no se inicia a partir de 1982 con el hecho histórico de su inauguración, ni siquiera con el inicio de su construcción en 1963, ni con la conformación del Comité Pro teatro en 1948, sino en realidad con el largo peregrinaje de la idea de su construcción desde finales de los años 30 cuando se cerró el viejo teatro Emiliano y fuera luego demolido en 1943. Es  desde ese momento que la ciudad empieza a reclamar la construcción de un nuevo teatro.

El Amira es realmente la punta de un iceberg y la parte sumergida de éste no es otra cosa que historia y memoria. Es decir, esas cuatro décadas que anteceden al Amira son también el Amira. Son parte estructural de ese gran deseo de modernidad que siempre tuvo la ciudad, consciente de la importancia de tener un teatro en donde desarrollar esa otra parte de su movimiento como sociedad, además de su vocación portuaria, industrial y comercial. Una preocupación que se entiende en el marco de esa primera generación fundacional de finales del siglo XIX y comienzos del XX, constituida principalmente por inmigrantes europeos y por una élite local culta, que además de preocuparse por hacer riqueza se preocupó también por hacer cultura. No se trata desde luego de esa ciudad alejandrina que reclamaba el filósofo Julio Enrique Blanco en los años 40, pero era lo que esa élite industriosa y culta al mismo tiempo entendía por cultura: las bellas artes, la música clásica, la ópera (o lo que llegaba aquí en mayor medida que eran operetas y zarzuelas), las exposiciones de arte, la literatura, la poesía fundamentalmente declamada, las conferencias magistrales de filosofía…

Es decir, de lo que se trata entonces es de visibilizar en términos de memoria histórica y cultural, de memoria urbana, esa parte sumergida del iceberg. Porque esta ciudad, y el país en general, todos lo sabemos, ha tenido siempre un grave problema de memoria. En su huida del centro histórico, siguiendo el señuelo moderno del barrio El Prado y las luces del “progreso” la ciudad abandonó el centro y abandonó el río, y con ello una memoria fundamental de su devenir cultural como fueron los teatros y en general toda esa hermosa arquitectura republicana y art deco del centro histórico. Teatros que fueron construyéndose uno a uno a través de los años desde finales del siglo XIX fueron quedando poco en el olvido. Así el Ateneo, el Salón Fraternidad, El Cisneros, El Emiliano, el Colombia, el Apolo, el Metro y el Murillo, afectados por la fiebre imparable del cine los llevó muy rápidamente a redefinir su vocación escénica para la que fueron inicialmente concebidos, para dedicarlos casi exclusivamente a la proyección de cine. Eso es lo que hace que en solo 15 años, de 1930 a 1945, se pongan en funcionamiento 18 salas de cine en las que ocasionalmente se presentaban también espectáculos musicales, como las presentaciones de Daniel Santos en el teatro La Bamba, por ejemplo, además de la de muchos artistas populares de la época.

El cine había empezado sin duda a convertirse en el gran entretenimiento popular en el mundo, y Barranquilla no estaba al margen de este fenómeno. Eso hizo que la tradición de ir a conciertos y a obras de teatro (dramas, comedias, sainetes y zarzuelas) que tenía en la ciudad un importante arraigo tuviera ahora en el cine  un nuevo interés cultural.

 

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Alfredo Gómez Zurek fue el primer director del Teatro Amira de la Rosa

Por eso lograr tener finalmente el Amira abierto en 1982 luego de una decisiva asunción del Banco de la República en 1980 de su finalización y manejo, representó sin duda la concreción de un viejo deseo ciudadano. Y sus espacios exteriores e interiores, su gran fuente, su enorme quisco, sus espacios verdes, la magnífica sala principal, el gran foyer, su sala múltiple, su monumental telón de boca pintado por Alejandro Obregón, y una gran programación cultural,  muy pronto empezarían a hacer parte de la vida de la ciudad de la mano de Alfredo Gómez Zurek, su primer director.

Cada quien recordará el Amira con sus predilecciones y a su manera. Yo me quedaré para siempre con los conciertos de Zimbo Trío, de Brasil; del cuarteto de Gerry Mulligan; de la Orquesta de Jazz de la Universidad de Howard (con el legendario John Malachi en el piano) de la orquesta de Lionel Hampton; con los conciertos de los pianistas Pablo Arévalo, Frank Fernández, Nicolas Stavy, Jeremy Roses y Gyorgi Sandor, entre muchos grandes intérpretes invitados por el Concierto del Mes.

Me quedo también con los conciertos de Carmiña Gallo, Martha Senn y Valeriano Lanchas; con las presentaciones de Antonio Arnedo, Justo Almario, Edy Martínez, Poncho Sánchez, Gonzalo Rubalcaba, Chucho Valdés, Fred Hersh, Mulgrew Miller, Gal Costa, Rosa Passos, Kenny Barron, y muchas otras grandes figuras internacionales presentes en la ciudad gracias a Barranquijazz; con maravillas como el concierto de The Waverly Consort de Inglaterra; el del Cuarteto de piano y cuerdas de la China; con los de la Banda Sinfónica Nacional y la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.

Pero me quedo también con las presentaciones de Les Luthiers, Mercedes Sosa, Facundo Cabral, Daniel Viglieti, Alberto Cortez, Celia Cruz, Andy Montañez, Richie Ray y Bobby Cruz, Albita Rodríguez, Celio González, Rolando Laserie, Roberto Ledesma, Raphael, Piero, Los Visconti, Los Van Van de Cuba, La Original de Manzanillo,  Nelson Pinedo, Alfredo Gutiérrez, Los Gaiteros de San Jacinto y todas nuestras Divas descalzas del folclor: Totó la Momposina, Petrona Martínez, Etelvina Maldonado, Martina Camargo… y los raros dioses afrocolombianos de Tabalá de Palenque. Y muchos más!

 

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