Llegué a Bogotá hace cinco años y medio, para muchos puede ser muy poco tiempo, pero para mi, una estudiante de “provincia”, que le tocó caminar, coger bus, vivir en chapinero y enfrentarse a la capital, ha significado un tiempo suficiente para amar y odiar a esta ciudad, que con orgullo digo, me formó profesionalmente y me ha dado la vida que hoy tengo.
En estos años llenos de cambios y transiciones, hoy digo: cómo extraño a Bogotá, a esa Bogotá que me recibió, claro que habían ladrones, claro que habían trancones, claro que habían taxistas malucos, buseteros groseros, gamines, escopolamina, robos, etc, etc. Pero me atrevo a decir que uno se sentía más seguro, porque uno podía salir caminando a coger un bus, un Transmilenio, caminar por la avenida caracas, hasta pasar tranquilamente en frente del Campin en clásicos, uno podía caminar en el centro histórico a la hora que fuese, lo digo con esa autoridad porque estudié en La Candelaria y caminaba todos los días desde Aguas hasta mi Universidad, y si un gaminn se me acercó a pedirme plata y logró robarme, fue una sola vez, porque hasta hablar con ellos se podía. Hoy, cuando tengo que enfrentarme a un transmilenio diario, a un bus en la séptima hacia el centro, a caminar en la Plaza de Bolívar, a caminar hacia el nuevo transmilenio en San Victorino, a pasar en mi carro por la circunvalar, a salir a mercar en el norte, a salir de rumba en la Zona Rosa, a coger un taxi, cuando me enfrento a todo ello, lo hago con un temor absoluto que me invade y me hace reconocer en flashback todas esas noticias absurdas y monumentales sobre la inseguridad en Bogotá, que vemos cada día.
No soy bogotana, pero me duele Bogotá, me duele que un trancón me tome cuatro horas diarias de mi tiempo, y me duele ver que nos hemos vuelto tan insensibles o quizás temerosos, que todo pasa por nuestras narices y nosotros no hacemos nada, y me incluyo, porque también veo como se cuelan en Transmilenio unos personajes y yo no soy capaz ni siquiera de avisarle a un auxiliar, si es que la estación en la que estoy tiene la fortuna (o la desgracia en algunos casos), de contar con uno de ellos. No lo hago por miedo, porque a parte de insensibles, actuamos con una torpeza increíble, la misma torpeza de los policías irreconocibles por sus enormes cascos blancos, que le pegan a una mujer, a un hombre, a un niño, a un borracho, a un habitante de la calle, con la misma torpeza del taxista que adultera el taxímetro y si le descubren su torcido, saca bates, crucetas, palos y hasta armas blancas. Sí, esa torpeza, a parte de torpes nos volvimos ridículos, porque sobornamos, grabamos en nuestro celular cuando alguien nos agrede pero no mostramos qué hicimos nosotros para ello, ridículos porque “usted no sabe quién soy yo”, y mil estupideces más.
Muchos dirán, una más que se queja y no hace nada, pero me confieso, no sé qué hacer, no sé cómo enfrentar esta Bogotá en la que hoy debo y aún quiero vivir, porque no veo autoridades, líderes y mucho menos un alcalde que quiera hacer algo por esta hermosa ciudad. No veo ciudadanos que hagan respetar su casa, porque esta no es la casa de los bogotanos, esta es la casa de todos los que vivimos aquí, no lo veo, veo absurdeces, veo hasta los mismos perros abandonados, maltratados y asustados en la calle porque en cualquier momento un conductor sea de servicio público o automóvil, los atropella, se vuela, las cámaras de seguridad lo graban pero jamás responderá por ello. No sé si esto sirva para crear conciencia, sólo sé que te extraño Bogotá.
