Zampándome el sábado un delicioso sándwich de jamón serrano recordé como hace tiempo ya, solía ser vegetariano (ovo lacto), y promulgaba la comunión eterna con cada ser de este planeta de la forma equivocada. Y es que me declaro un defensor acérrimo de los derechos animales, pero también un constante consumidor de carne.
Muchos vegetarianos afirmarán en este sentido que soy hipócrita al defender a un animal en la mañana para almorzarle en la tarde, y se equivocan, pues defienden al animal desde un punto antinatural, más no reprochable debo aclarar.
Tal vez haya claridad respecto a mi posición, si la ilustro con un ejemplo muy animal, mi vida: he luchado dos veces por ser vegetariano, el primer intento me llevó a una descompensación física, el segundo, un poco más largo, a comprender que soy omnívoro. Llevo cerca de una década defendiendo los derechos animales, no soy un activista activo, valga la redundancia, pero he defendido largo tiempo a quienes optan por una vida comiendo paisaje. Y es que no es fácil dejar de lado los chicharrones y chorizos y churrascos y todas las combinaciones de ch y bocal que terminan siendo un deleite al paladar.
La mayoría de los vegetarianos (todos aquellos que lo hacen por razones no religiosas) consideran (yo era uno de ellos) la negación a la carne como un acto ético que pretende demostrar resistencia ante la imposición cultural del consumo de animales, pretenden demostrar que los animales son nuestros amigos y no un filete, pero es aquí donde se equivocan, el animal es nuestro amigo y nuestro filete.
El animal necesita de un hábitat libre, necesita una fuente de alimento conforme a sus necesidades físicas, necesita contar con las herramientas básicas para su subsistencia, el animal tiene derecho a comer animal. Tiene derecho a decirle a la señora gallina, “usted está muy rica, me la voy a comer” y tiene también el deber de agradecerle su carne y sus huevos, así también para con el cerdo y la vaca.
El problema central en la discusión no debe ser el consumo de carne, sino la conciencia que se tiene de ella sobre su producción, es distinta la relación que se crea cuando el animal sacrificado ha tenido vida frente a nuestros ojos, cuando se ve a la gallina palidecer en un instante y dejar de sufrir para luego convertirse en un suculento sancocho del cual podemos estar agradecidos. La carnicería no es vaquería, no vamos a ella a ver sufrimiento pues solo vemos carne, carne sin razón, sin forma, trozos de lo que suponemos fue un animal.Es un acto antinatural no tener consciencia del lugar del cual proviene la carne que está en nuestro plato tanto como dejar de comer carne cuando se pretende salvar indiscriminadamente a un animal sin tener en cuenta su posición de presa o depredador.
En suma, si es vegetariano, sígalo siendo, siéntase orgulloso también de resistir a las manías del consumo que deforman la relación que tenemos con nuestras presas. Y si es un carnívoro vigoroso sea consciente de que lo que tiene en frente, alguna vez tuvo vida y ahora hará que la suya dure un día más, agradézcalo, enseñe a sus hijos agradecer a la vaquita y a la gallina, incluso si es posible, críeles usted mismo, no creo que haya muerte más digna para un animal que entrando en el ciclo natural del cual también somos parte.
