Carlos Gardel, el muchacho del Abasto, estaba cansado en 1935. Llevaba dos años de gira y quería regresar a su tierra, abrazar a su madre querida, a la musa que insuflaba sus canciones. Le quedaba una parada, Colombia. Se presentó en Bogotá ante un lleno atronador y luego debía seguir su gira pero antes, en un viejo avión de la areolínea Scadta, hizo una parada de rigor en Medellín. El piloto, un tipo de apellido Samper, estaba bebido. Por hacer una maniobra en la pista del aeropuerto estrelló su avión contra otro. Carlitos estaba sentado justo al lado del tanque de gasolina. La muerte fue instantánea. Así abrió paso Colombia a una larga racha que sigue acompañándonos hasta hoy, cuando se confirmó la muerte del baterista Taylor Hawkins de Foo Fighters.
Porque una rumba en Bogotá mató a Gustavo Ceratti en el 2010. Luego de presentarse en el Palacio de los Deportes de Bogotá, Ceratti fue a una rumba en donde consumió cocaína y viagra. La mezcla le sobrevino en un ataque que lo sorprendió en Caracas donde cayó en coma, estado en el que estuvo hasta el 2014 cuando finalmente muere en Buenos Aires.
El bolerista Miguelito Valdés también murió en el hotel Tequendama, en agosto de 1978. Fue un infarto y tenía mucho miedo de cantar en una ciudad que queda a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Murió justo en el momento en el que estaba subiendo al escenario.
Pero no sólo cantantes y músicos han muerto en el país. Recuerden la tragedia del Chapecoense, el equipo brasilero que viajó a Medellín para disputar la Copa Sudamericana contra el Atlético Nacional en el 2016 o la muerte en agosto del 2021 del actor británico Justin Danton.
Bien tenía razón Celia Cruz cuando decía que le tenía pánico a venir a tocar a Colombia "Te puede matar o un delincuente o la altura de Bogotá".
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