Taxistas, esas lacras sociales

Taxistas, esas lacras sociales

¿Estamos dispuestos a que un grupo de cafres malolientes y malhablados nos intimiden con sus crucetas y bidones de gasolina?

Por: Pablo Enrique Triana Ballesteros
enero 18, 2017
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Taxistas, esas lacras sociales

La madrugada del 17 de enero de 2017 fue el lienzo sobre el que unos taxistas dibujaron y dejaron plasmada como con pinceles untados de excremento toda su chabacanería al perseguir y quemar un supuesto vehículo de Uber.

El 8 de agosto de 2016 escribí una nota en este mismo espacio en la cual argumentaba por qué el discurso, de aquel entonces, de Hugo Ospina (líder de los taxistas) era un discurso paramilitar. Hoy, casi seis meses después, no hace falta decir nada, pues las propias acciones criminales de los taxistas que ahora incendian automóviles en las calles bogotanas, hablan por sí solas y demuestran con creces lo que otrora afirmé desde algunas teorías sociológicas como las de Walter Benjamin.

Ahora resulta que la violencia que era (y sigue siendo) tan común en las carreteras y zonas rurales del país (no la de los atracos o puñaladas por intentar implementar un poco de civismo, sino la de quema de automotores) quiere ser implementada en plena ciudad por un pseudo gremio como el de los taxistas, que más que eso, se asemejan más una banda de hampones organizados que, al parecer, también operan en concubinato con la policía, como tantas otras organizaciones criminales del país. ¿O cómo más se explica que incendien un carro en plena ciudad y nada suceda?

Pero más allá de lo que ya se sabe vale la pena que como ciudadanos de una supuesta democracia nos preguntemos ¿qué vamos a hacer? Esto ya dibuja una raya que divide el antes del después. Antes eran solo palabras, amenazantes, ramplonas, groseras, pero al fin y al cabo solo palabras. Esto, en cambio, ya pasó de castaño a oscuro.

¿Estamos dispuestos a que un grupo de cafres malolientes (perdón por las ligeras excepciones) y malhablados nos intimiden con sus crucetas y bidones de gasolina?

¿En serio cualquiera de estos días pueden perseguirnos y bajarnos de nuestros vehículos en plena ciudad y prenderles fuego?

¿Dónde está la policía? ¿Dónde está el alcalde? ¿Solo sirve para “gerenciar” su empresa privada de Transmilenio y subir las tarifas de un pésimo servicio privado de transporte en el que ya ni siquiera sus propios empleados están seguros?

 

Pero es verdad… Si Peñalosa no puede ni garantizar la seguridad del personal de su propia empresa privada ¿qué podemos esperar el resto de bogotanos?

 

Por cuestiones de espacio no puedo explicar acá el concepto de estado fallido, pero invito a que nos cuestionemos si Bogotá, como el buen crisol de todo un país, acaso no se está convirtiendo en el significante ideal (o tipo ideal) de todo lo que ello representa. Y la pregunta sigue sobre la mesa ¿qué vamos a hacer al respecto?

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