El auge de la tinta ha tomado cierto furor en los últimos años. Ya se puede observar que atrás quedó esa percepción cultural de que los tatuajes solo pertenecían al mundo de los piratas, reos, prostitutas o marineros, como muchos críticos con pensamientos ambiguos lo hacían ver. Ahora el boom de los tatuajes ha tomado un rumbo diferente, convirtiéndose en toda una expresión del cuerpo para los que se atreven y en todo un arte para el que lo realiza.
Actualmente, hacerse un tatuaje conlleva a una parafernalia y una preparación logística gigante y premeditada. Va desde la investigación del tipo de popularidad, fama en redes sociales, calidad de sus trabajos artísticos, avalancha de seguidores que tenga el tatuador, hasta su aspecto que ayude a tomarse una buena fotografía para el recuerdo con alguien diferente por su aspecto rudo e inverosímil.
El mundo del tatuaje se ha convertido en algo más grande. Genera éxtasis y admiración profunda. A nivel mundial se organizan festivales como el Tattoo Music International Fest o The Calgary Tattoo & Arts Festival en pro de estas máquinas que graban maravillas perennes. Deportistas, cantantes y actores reconocidos le han dado un realce exponencial a la industria del arte corporal. Cada tatuador con su estilo propio y forma energética de hacer cierto tipo de feeling con quien le proporciona en bandeja de plata alguna parte de su cuerpo para que sea tatuada de la forma más artística posible.
“Estudié comunicación y derecho, pero lo mío es el arte”, afirma Andrea Blanco, tatuadora de 25 años, que decidió postergar la culminación de sus estudios y dedicarse a especializarse en el mundo de la tinta. Al principio sus padres disgustados con la noticia y con el temor que su hija rayara su cuerpo, acompañado de la creencia arraigada que ese mundo es solo para personas que no tienen definida su línea o propósito de vida, decidieron apoyarla cuando sintieron la pasión de su hija por este oficio. Su padre, carpintero empírico, elaboró el inmobiliario para el espacio donde gente desbordada por una grabación de piel era anotada en la agenda de citas… o de espera de su hija que ya empezaba a ser reconocida en el medio.
Andrea empezó hace dos años con esta práctica estética, recuerda que su primera vez se lo realizó al hijo de una rectora de una universidad muy reconocida en la ciudad de Barranquilla. “Llegué temprano con mi maleta de instrumentación a su casa, me recibió su abuelita que al verme preguntó quien era y a qué iba. Le dije que estaba allí para tatuar a un nieto a lo que horrorizada me dijo que me fuera con un tono amenazador”, cuenta rememorando el suceso, mientras su máquina suelta un ruido espeluznante, parecido a las temerosas fresas de odontología.
Con obstáculos y trabas hizo su primer tatuaje bajo las miradas punzantes de esta señora de la tercera edad. Aun se asoma un destello de picardía y risa nerviosa recordando aquel incidente. “Recuerdo que, por ser principiante, no podía rotular muy bien el papel transfer que se despegó varias veces de la piel de mi amigo, así que tuve que improvisar con un bolígrafo y allí se dio la cosa”, recuerda con entusiasmo, agradeciendo a su primer voluntario por confiar en ella. “Aun lo tiene”, dice con orgullo. Ríe y complementa, “después tatué a toda la familia, me faltó la abuelita”.
Comenta mientras hace los trazos finos de un tatuaje, que este se ha vuelto una moda que llegó para quedarse. Gente que no escatima en tiempo por esperar para grabar en su piel figuras. Las redes no son lo suyo, prefiere que su nombre suene por su buen trabajo y no por la cantidad de seguidores que tiene en redes o por los medios que muestran su nombre. Su energía se siente desde que te habla. Es buena conversadora, con su aspecto rudo, brazos tatuados y sus ojos puestos en la máquina piensa que hace lo que le apasiona, así que siente que no está trabajando ni un solo día, sino que está creando, creciendo y dejando huella a su manera.