Tarjetones, resquemores y perdedores en las elecciones presidenciales

Tarjetones, resquemores y perdedores en las elecciones presidenciales

Millones de mujeres y hombres saldremos el domingo 29 de mayo a votar por una de las ocho fórmulas binomiales. Una crónica de lo que podría pasar ese día

Por: CÉSAR CURVELO
mayo 26, 2022
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Tarjetones, resquemores y perdedores en las elecciones presidenciales
Foto: Leonel Cordero

Millones de mujeres y hombres saldremos el domingo 29 de mayo a votar por una de las ocho fórmulas binomiales aspirantes a a encaramarse a la última rama del árbol más alto de la Casa del Presidentiño, digo, de Nariño.

Tú eres una persona conciente de tus derechos, y así llueva, truene o relampaguee, vas a cumplir determinadas mores en esa fecha trascendental. Las mores son sucintas unidades de comportamiento, según definición que puedes ver en el libro Sociología, de Horton y Hunt.

Supongamos que las mores al respecto irán desde el instante en que te despierteCs hasta el momento en que regreses y vuelvas a poner un pie en tu hogar-dulce-hogar para informarte vía computador, televisión o celular del triunfo del impactante Club Popular Oncemillonarios ―que podría obtener once millones de votos―, y quizás las caras derrotadas del Equipito Tapita.

Así las cosas, lo primero que harás es levantarte con plena disposición de llevar a cabo tu misión posible: poner tu granito de arena en la base del rascacielos del cambio. Te la canto de una: pase lo que pase, habrá trasformaciones sociales. Algunas impredecibles. Desde ya es bueno que lo sepas.

Luego de un largo bostezo, recuerdas que soñaste que estabas en una calle oscura y veías un camión destartalado con su caja de carga llena de tipos de pie que tenían cabezas de toros, con tremendos cachos en la cabeza, libando ron. A renglón seguido el vehículo carcacha fue detenido por una patrulla de la policía y uno de los agentes les gritó a todo pulmón a los del camión:

―¡Cachones, están todos acusados de vender el voto y por tanto los llevaremos presos al matadero municipal, donde la máquina de cortar tontos los hará picadillo y en pedazos como el pan!

Cavilas un poco y recuerdas que así dice la letra de una añeja canción del Grupo Acuario, Solo para tontos. “Qué sueño tan raro”, piensas.

Vas al baño, haces tus necesidades, te cepillas los dientes, te das un refrescante baño y te secas tarareando una vieja balada:

―¡Libre..., como el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar...! ―. A lo Nino Bravo. Letra de José Luis Armenteros y Pablo Herrero.

Te echas desodorante, te pones un bóxer y una camisilla, y encima ropa deportiva. Desayunas con dos huevos pericos, pan y una torreja de jamón, un vaso de leche con cola granulada y un jugo de naranja, todo finamente preparado por tu cónyuge, señora madre o suegra, o un hijo o hija. O por ti mismo.

Es probable que haya otros ciudadanos en tu vivienda. Quizás les toque ir a puestos distintos al tuyo. O a lo mejor es al mismo y vayan juntos. O por turnos, para no dejar sola la vivienda. Es que con tantos rateros...

Irás a pie. O en auto, si es un poco lejos y claro, si tienes carro o alguien te ha invitado a llevarte. O quizás te toque coger autobús.

Atraviesas un retén policial a media cuadra de la entrada del puesto. En el portón de ingreso, una agente con cara de pocas pulgas te hace cosquillas al pasar sus manos por las costillas al revisarte de pies a cabeza. O es laxa la vigilancia y te basta con mostrar la cédula.

Ya adentro, en una cartelera repleta de hojas llenas de números de cédulas ordenados de menor a mayor, verificas la mesa en que debes ir a votar.

Luego arribas a una cancha, un salón o un corredor. Allí están los sacrificados jurados ―aplastados en las sillas―, con sus semblantes serios. Las mesas están llenas de papeles; plumeros tinta violeta, por lo que vi la última vez; y cajas de cartón con el logo condórico de la Registraduría, que son las urnas.

Frente a la mesa correspondiente, entregas tu cédula a uno de los jurados, quien, habiendo encontrado tu nombre en un listado, le pasa un resaltador amarillento. En otra planilla se anotan tus nombres y apellidos. La cédula te la retienen por lo pronto. Siempre hay un protocolo de control.

Otro jurado te entrega la tarjeta electoral y miras si está firmada.

―¡Hey, este tarjetón no tiene autógrafo! ―reclamas. Un jurado con cara de sorprendido verifica que estás en lo cierto y le pone su rúbrica.

―Disculpe, señor, ¡qué falla! ―dice. Y entonces sí vas al cubículo.

Pones el famoso tarjetón sobre la mesita acartonada del cubículo y marcas por tu preferencia. Repintas la equis sin salirte del recuadro, como para que le no quede duda a los escrutadores y no sea fácil de ser borrada.

Doblas el tarjetón de tal forma que se vea la firma del jurado.

Con una sonrisa de oreja a oreja llegas otra vez a la mesa.

El jurado que firmó te dice que debe verificar que el tarjetón tenga su rúbrica. Comprobado lo anterior, se te permite meter tu valioso voto en la urna.

Vuelas de una, de vuelta a tu casa o apartacho, puesto que oyes por radio bemba que hay rumores de golpe y paros armados.

¡Caramba, zambomba, recórcholis! Se informa que al bando fracasado le asaltan resquemores y aseguran que hubo chocorazo. Sus militantes malos perdedores iracundos se dirigen a protestar a la plaza mayor. Pero las plazas ya están ocupadas. Los ganadores festejan como locos y bailan en un solo pie.

Twitter: @CesarCurvelo

YouTube: elvesinal

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