Los temores y predicciones preparadas para el siglo XXI estuvieron marcadas por los deseos del progreso inevitable, la mejora de condiciones de bienestar, la reducción de las desigualdades y la vida digna para todos. Igual, se vaticinaba la superación de carencias básicas de agua, comida, eliminación de la desnutrición y el analfabetismo, empleo y universalidad en la realización de los derechos. Eran pocas las incertidumbres por el avance insuperable de la ciencia y sus expresiones tecnológicas al alcance de cualquier humano. Las comunicaciones en línea y la llegada de la realidad virtual al mundo material a cambio de confusión prometían información y cultura.
Veinte años después de tanta predicción (2020), en Colombia lo sólido de los derechos que quedaba en pie se siente que se desvanece y el siglo XXI, ofrece un rostro inesperado. El capitalismo más salvaje aupado por las elites se ha jugado sus últimas cartas de muerte contra la vida y larga vida para el capital, hasta convertir en su enemigo al 80% de sus habitantes, entre los que la mitad está en situación de pobreza y marginación. El siglo XX que había terminado con la constitución de 1991, dejó instalada la impostura de la economía ocupando el lugar de la política y la independencia de la nación a merced del imperio americano, para dar apoyo incondicional, acrítico y soterrado al reinicio de invasiones y guerras terminadas, a la libre conducción de destacamentos de sicarios, francotiradores y ejércitos de drones, por donde quiera, y apoyar la patente de corso para desestabilizar estados y gobiernos a su antojo, aumentar las falsificaciones de la verdad, silenciar a las Naciones Unidas, conducir la OEA, la OTAN y las alianzas regionales en beneficio propio y usar el coro de áulicos gobernantes tratados como simples marionetas.
El capitalismo global en estos 30 años ha replicado horror, arreció el despojo de todo lo que ha querido convertir a mercancía, indujo a incumplir las reglas colectivas, impuso el mercado y el pensamiento único, cambió la lógica del diálogo basado en principios políticos, por acuerdos sostenidos en intereses económicos, expulsó la historia, la ética y la política de las relaciones sociales, banalizó la esencia de la democracia del demos y del kratos de ascendencia griega y rediseñó la organización de la sociedad a través del miedo. La solidaridad fue desalojada por la competencia, el colectivismo cedió ante el individualismo y del consumo se pasó al consumismo. Volvieron más fuertes la xenofobia, el racismo, el odio, la tortura, la crueldad policial y militar.
Tardío y débil el siglo XXI, en Colombia, parece comenzar apenas en el 2020, después de haber permanecido aprisionado por el oscurantismo del poder, encarnado en el partido en el poder, que incumple pactos, manipula decisiones, traiciona acuerdos y acaba de identificar a los jóvenes como su principal enemigo a combatir por todos los medios. Busca de ellos eliminar el “gen” de su rebeldía y su espíritu de libertad. Primero quiso limitar la protesta, luego negarla, después acudió al veto y en todos los entretantos ha permanecido la barbarie adelantada masacre sobre masacre en Cauca, Santander o Bogotá, en todos lados. De colofón se anuncia y promueve una ley de terror para evitar la “radicalización” de los jóvenes, a la usanza fascista de eliminar sospechosos hoy para evitar terroristas mañana. Y en paralelo se vende la idea del envejecimiento como el problema secundario porque exige gastar “inútilmente” más dinero en medicinas y cuidados, que el gobierno no está dispuesto a destinar, en tanto los gastos en la maquinaria de guerra y el pago de deuda obtenida para la guerra, van primero, supliendo con el uso de la violencia la legitimidad que le falta al gobierno.
Lo que parecía estable, inderogable e insustituible en materia de derechos humanos, fue puesto en cuestión, tergiversado o negado por las elites. La proporción del PIB en atención sanitaria, educación, agua potable o alimentos, que dependían de los impuestos, quedaron en la incertidumbre a pesar del crecimiento de los montos de recaudo. El poder mira a otro lado y la corrupción y el clientelismo se arropan con el temor que produce el virus del COVID-19, del que se han servido para cambiar la orientación de la brújula política, inmovilizar la vida, paralizar la esperanza, reciclar fascismos y reinstalar injusticias e impunidades, con el simple clic de un Twitter, un WhatsApp o un uso intensivo de la red, que impide hablar colectivamente de ciudadanía o espacio público.
La red en manos de los fascismos empuja hacia adentro, a la busca del refugio en el exilio propio y propician la autocensura bajo la intimidación y miedo al desprestigio en Facebook, dimensionado por falsas identidades camufladas, salidas de las bodeguitas del horror, que banalizan el dolor y las diferencias e impiden mirarse y reconocerse y a cambio convocan falsamente a participar del mundo sin identidad, sin ética y a vincularse sin vínculo social a la masa amorfa, conducida con mayor capacidad por arrogantes, charlatanes, farsantes, mentirosos y odiosos personajes expertos de las fake news y la delincuencia. Si el siglo XX iluminó la vida con la electricidad, los viajes a la luna y la internet y la gente fue capaz de padecer y vencer las pestes, la maldad del führer y las sangrientas dictaduras, el siglo XXI también dará tiempo para salir avantes, cerrarle el paso al capitalismo criminal y detener sus artefactos de colonialismo, patriarcalismo y barbarie. Aunque el siglo XXI llegue tarde, débil y mutilado a la nación que votó para seguir la guerra siguiendo la astucia de su führer, en todo caso mantiene firme la esperanza en que la dignidad será el lugar de encuentro de jóvenes y viejos, de todas las vertientes de cambio, sin otra vanguardia que defender la paz, para iluminar la vida con derechos.
Posdata. Que el 2021 del siglo XXI sea para construir en colectivo la dignidad que aún falta. ¡Salud!