La algarabía montada con la llegada de un puñado de bandidos a los sitios de acogida, despierta y legitima todas las sospechas. El Tratado de Versalles o la rendición en el Missouri son un par de tonterías comparadas con este triunfo apoteósico. ¿Qué se guarda tras de tanto ridículo aparato?
Para empezar, el insignificante número de los que llegan. Después de invitar amigos, compañeras y voluntarios dispuestos a ganarse las millonadas que se les pagarán, la cifra vacila entre cuatro y seis mil “combatientes” como se hacen llamar estos terroristas, asesinos, violadores y narcotraficantes. Nada, como quien dice. La montaña parió un ratón.
No empieza el espectáculo y ya se violaron los dos primeros plazos para el proceso de desarme. Imaginemos el resto.
Los niños, por parte alguna. Se los tragó la tierra. Y las armas pesadas, las de verdad, deben estar al cuidado de los niños.
Los niños, por parte alguna. Se los tragó la tierra.
Y las armas pesadas, las de verdad,
deben estar al cuidado de los niños
Nadie ha podido mostrar un campo de coca desmantelado, una narcorruta descubierta o un dólar devuelto. Y nadie podrá mostrarlo.
Nadie ha visto la destrucción de una fábrica para acabar los ríos, como nadie ha mostrado que pare la deforestación inclemente, de la que ya se queja la OCDE. Y nadie ensaya la explicación de las más de ciento cincuenta mil hectáreas de coca sembradas mientras avanzaba la pantomima de La Habana. Y ya el Secretario de Estado de los Estados Unidos preguntó por el detallito. Sálvese quien pueda.
Para todos los alcaldes del país, el problema capital que enfrentan es el de las ollas del microtráfico. Y el fiscal Martínez advirtió que íbamos a perder una generación entera. Poca cosa, dirá De la Calle. Una sonrisa de Timochenko bien lo vale.
Mientras esto pasa en el corazón de la comedia que quieren volver epopeya, se tapa la corrupción funesta.
Se robaron, entera, una bonanza petrolera de más de cien mil millones de dólares. Sí señores. Trescientos billones de pesos o dos años de recaudos tributarios. ¿Alguien supo que se hizo semejante montaña de oro?
Nos endeudó el sujeto Presidente en cincuenta mil millones de dólares, más de lo que hicieron sus antecesores desde Simón Bolívar hasta Álvaro Uribe. ¿Alguien sabe del paradero de ese platal? Lo único claro es que tendremos que pagarlo.
En Reficar se embolataron más de cuatro mil millones de dólares. En un par de semanas tendremos noticias, vale decir, presos. Tapen, tapen.
Nadie pregunta por la Ruta del Sol II lo que se debe preguntar. ¿Cuánto vale seguirla y quién y cuándo lo hará? Lo mismo que por Ocaña-Gamarra. Pero tranquilos. Los implicados son dos ministras impolutas del corazón de Santos y su secretario privado.
Nadie da razón cierta por el Túnel de la Línea, también abandonado. Ni por la carretera Villeta Guaduas, en manos de Mario Huertas, el más entusiasta en el festejo de la reelección de Santos. Solo sabemos que sin ese tramo, el resto de la vía queda valiendo nada. Tapen. Tapen.
También hay que tapar la crisis económica, la pobreza angustiosa de los colombianos.
Por eso el Dane se niega a dar el crecimiento del último trimestre del año y del 2016 entero. Será algo parecido al 1,6 %. Y el propio Banco de la República, siempre optimista, calcula en 2 % el de este año. ¿Saben lo que eso significa? Hambre, desempleo, violencia.
El hueco fiscal es enorme y no lo tapará la Reforma Tributaria, que ya le robó al salario mínimo dos de los siete puntos de aumento. Las calificadoras de riesgo nos descalificaron de hecho. A tapar con créditos caros, para sumarlos a la deuda impagable que nos agobia.
Las exportaciones van hacia abajo, como la cola de las vacas. Y si no exportamos, morimos. ¿Lo tenemos claro? La “Mesa” quebró al país. Pero tapen, por favor.
La cartera mala de los bancos viaja en dirección opuesta. Ascendente, claro. La gente no tiene con qué pagar lo que debe, después de dar vueltas y revueltas con las tarjetas de crédito que le han repartido. Cuidado con una crisis financiera. Esa ya no la tapa nadie.
La industria cae, la producción agropecuaria es una pena, la recesión golpea sin clemencia. Pero no importa. Trayendo cuatro premios Nobel sin importancia por cuenta del erario público y de la Cámara de Comercio, todo eso se olvida.
La producción petrolera se ha reducido en más de ciento cincuenta mil barriles por día. Y nadie viene a invertir un dólar en un país comido por el narcotráfico y en manos de bandidos. Que nadie recuerde esas cifras, por favor.
Y no hablemos de salud, o de educación o de ciencia y tecnología. En un país donde se para la gangrena de los venenos ofídicos cortando piernas y brazos de la gente, no hay para qué menear esos detalles. Tapen, tapen, por favor.