Tapabocas como censura
Opinión

Tapabocas como censura

El dispositivo que hemos soportado juiciosamente como antídoto colectivo se puede tornar en el tóxico del silenciamiento, la censura o la clausura social, el símbolo de una espeluznante mordaza

Por:
mayo 28, 2020
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Hasta ahora no puede decirse con alguna evidencia seria que el confinamiento social, esa durísima limitación a las libertades civiles dictada por muchos gobiernos en el mundo (acá bajo fórmulas como cuarentena, toque de queda, alerta de colores o pico y género), no haya servido para evitar un mayor número de contagios y muertes a causa del indescifrable y ya omnipresente virus.

Es posible que jalando de una fuerte dosis de ecuanimidad incluso lo toleremos otro rato. El cerebro sorprendentemente adaptativo y el miedo lo consiguen, sobre todo si se dispone de lo suficiente para nutrirse y alimentar a los que están a cargo. Además, se afirma que durante el obligatorio encierro ciudadano (porque sin eufemismos eso es este mecanismo), los gobiernos que lo han impuesto a la vez han ganado tiempo precioso para pulir herramientas en materia hospitalaria o alimentaria frente a la dimensión de la calamidad actual o respecto de una que pudiera alcanzar peores límites.

Pero el peligro es letal para la salud y lo sería más para la democracia si llegado el momento comprobásemos que poco se hubiera avanzado en tales soluciones y si el confinamiento se entronizara a cuentagotas, mes a mes, como el comodín a la mano de las respuestas públicas, como el recurso más fácil y acomodaticio políticamente para los mandatarios del más grande Estado al más pequeño caserío.

Entonces sucedería que este dispositivo que hemos soportado juiciosamente como antídoto colectivo se tornaría en el propio veneno; el tóxico del silenciamiento, de la censura o la clausura social. El tapabocas (utensilio y símbolo actual de los pertrechos médicos), pasaría a simbolizar antes bien una espeluznante mordaza.

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Arrumar a la gente en casa y cerrar sus ventanas debilita el debate social, el control, la exigencia colectiva y política hacia las administraciones

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Es sabido que arrumar a la gente en casa y cerrar sus ventanas debilita el debate social, el control, la exigencia colectiva y política hacia las administraciones; la sociedad pierde voz, los medios bajan la guardia y el ciudadano silenciado en el lujoso o el miserable recinto de su habitación va reduciéndose más de lo que ya venía, a representar una especie de Atlas condenado a sostener en hombros al Estado que pesa, cuesta y no se deja vigilar.

Un recurso que han sabido utilizar las dictaduras de diferentes orillas ideológicas o las democracias de aserrín para bajar la tensión, para doblegar, para escupir prebendas a sus cómplices y áulicos, al margen de escrutinio o debate popular. Mejor dicho, un bocadillo delicioso al apetito de mandatarios dados a la corrupción, esos que abundan y acuden a lo que se necesite para hacerse intocables y en lo posible eternos.

El virus no ha desnudado nada, nada que no supiéramos en cuanto a que los rayos apuntan más crudamente al corazón de la pobreza; nada que no supiéramos acerca del abuso de los bancos, sobre la insuficiencia del sistema de salud pese a la catarata de dinero que recibe; tampoco en cuanto al pobre modelo educativo, humillantemente desigual entre aulas públicas y privadas, construido a base de repetitivas cartillas para educar niños como Otro ladrillo en la pared, o respecto de que la cobertura digital es tal que en nuestro caso menos de medio país puede “teletrabajar” o “teleestudiar”, y el resto aguanta. Pero lo ha agravado.

Se dice que mientras no se pesca, se repara la red. A las calles saldremos y quizá el contagio aumente. En ese escenario la decisión no podrá ser otro o más riguroso aislamiento (caso Chile).

Confiemos en que los gobiernos que han sido tan severos durante este tiempo para mantenernos en casa, hayan trabajado en esa red y afinado soluciones. Esperemos que en toda la inmensa gama de medidas de confinamiento no hayan aprendido o construido una conveniente fórmula política para pasar silbando enfrente de las puertas selladas.

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