Sin temor a equivocarme, las elecciones del pasado domingo 13 de marzo fueron un entuerto político, un despelote, en fin, un completo desorden. Un acontecimiento bochornoso, que algunos han mirado con la lupa del apasionamiento político y donde otros se han quedado en la superficialidad. Cuando en verdad lo que más se ha fracturado con este maremagnum político es la democracia, que se siente ofendida; porque somos muchos los ciudadanos colombianos de bien que salimos a votar para hacer buen uso de este derecho constitucional.
Este trepa que sube crea incertidumbre y escepticismo en el elector consciente, que sabe que la democracia necesita perpetuarse a través de una elección impoluta. Cabe preguntarnos, ¿quién propicia ese desorden organizado? Algunos señalan al registrador nacional Alexander Vega, otros culpan al diseño que le dieron al Formulario E14 y otros dicen que por haber cambiado a los jurados por jóvenes inexpertos.
El preconteo de los voto presentó errores abismales, y del escrutinio ni se diga. Por lo que se ve, hay solo intereses marcados para que unos u otros recuperen sus votos o la curul perdida en el Senado o la Cámara, dejando de lado el componente social y estructural organizativo del país que se garantiza en una democracia real.
¿Qué pasó? Si cada mesa tenía sus jurados y habían alrededor de 6000 testigos electorales, seis misiones internacionales de observación al proceso electoral y la MOE. Para comprender mejor todo esta situación, tenemos que mirar el trasfondo histórico que siempre ha acompañado las elecciones en este país, donde la única constante ha sido la violación del Código Penal Colombiano, ya que siempre hay fraude al sufragante, corrupción, votos fraudulentos, alteración de resultados electorales, tráfico de votos y financiación de campañas electorales mediante fuentes prohibidas.
Esta histórica y truculenta situación nos lleva a pensar que el Sistema Electoral Colombiano está pidiendo a gritos una profunda reforma, que parta de la obligatoriedad del voto para que los indiferentes abstencionistas no sigan contribuyendo a la elección y reelección de los corruptos. Esto hay que hacerlo antes de que sea tarde. Estamos ad portas de unas elecciones presidenciales cruciales y ojalá se tomen todas las medidas preventivas que garanticen la seguridad ciudadana y la convivencia pacífica. Los dirigentes de los diversos partidos políticos en lugar de caldear el ambiente, al contrario, deberían llamar a unas elecciones mediante la convivencia pacífica y el bienestar de todos los colombianos. ¡Que Dios nos vea a todos!