La incapacidad, la ineptitud y la mentira terminaron por cobrarle al ministro Botero la factura que desde su polémico nombramiento guardaba en uno de los cajones de su escritorio.
No es del caso enumerar los grandes desaciertos del ministro, el país los repudia y conoce de sobra, pero no por ello debemos ignorar el perverso fin para el cual fue nombrado.
Desde su despacho se trazó toda una infame estrategia para reactivar la guerra y retornar a lo que se ha constituido en la mayor vergüenza del ejército colombiano en toda su historia: los falsos positivos. Revivir una página sangrienta que los colombianos unánime y dolorosamente estamos tratando de dejar atrás es un signo de decadencia mental.
Sus entrevistas concedidas a los medios de comunicación, sus opiniones sobre el asesinato de líderes sociales y sus declaraciones de cuentista de circo pobre sobre operaciones militares en las que murieron menores de edad solo demuestran lo cuadripléjico de su cerebro.
Muchos hechos atroces hubieran podido evitarse si senadores y representantes hubieran actuado con firmeza cuando se presentó la primera moción de censura contra el ministro. Todos, absolutamente todos sabían a ciencia cierta la orden perentoria que Botero recibió del senador Álvaro Uribe: reactivar la guerra y acabar con los acuerdos de paz.
Sin embargo, tuvieron que pasar muchos asesinatos y masacres para que nuestros padres de la patria dejaran de lado sus colores partidistas y sus ambiciones personales y entendieran que lo primero es la vida de los colombianos.