La tendencia de recargar sobre los hombros de las clases medias los costos insoportables del Estado ineficiente es, además de abusiva, torpe e irresponsable desde el punto de vista político.
Es abusiva, en primer término, por injusta.
Con los costos elevadísimos que, de entrada, implican las necesidades elementales de vivienda, salud y educación, los ingresos escasos e inestables de las familias de clase media no dan abasto. Y aquí los tecnócratas cometen unas fallas de apreciación impresentables, entre otras cosas porque los diagnósticos oficiales omiten, adrede, las otras tantas cargas que podríamos denominar “para tributarias”, y que pesan sobre los hombros de la gente como otro piano a cuestas.
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No miden, por ejemplo, lo que hay que pagar por los soats, por las fotomultas desleales, lo que hay que pagar cada vez que se utiliza un cajero automático…
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No miden, por ejemplo, lo que hay que pagar por los soats, por las fotomultas desleales que llegan por sorpresa como boletas extorsivas, tampoco tienen en cuenta lo que hay que pagar cada vez que se utiliza un cajero automático o los gota-gotas impagables en que se han convertido los giros a otras ciudades, ni las valorizaciones que se inventan los alcaldes cada vez que les da la gana, o los aumentos dosificados e impenitentes de la gasolina, o los peajes más caros del mundo que pagamos cada vez que ponemos una rueda fuera de los límites de la ciudad, o los bonos de los colegios privados que cambian de nombre cada vez que los prohiben, o los derechos de grado en la universidades privadas que valen tanto como si no fueran derechos, o las cuotas de administración de los edificios que ponen a los propietarios a sentirse como en arriendo, o la plata de los taxis que hay que tomar por culpa del hacinamiento y la inseguridad de los sistemas masivos del transporte público, o el 30 y pico por ciento de los intereses que nos cobran cada vez que usamos las tarjetas de crédito… y ni qué hablar de las exigencias cada vez mayores que crea el vendaval consumista.
Pero también es clave entender que, además de abusivo, recargar a las clases medias es torpe e irresponsable desde el punto de vista político. El abuso tributario de que es víctima la clase media profundiza el agrietamiento de la frágil democracia que hemos logrado construir.
La dirigencia política jamás debiera olvidar que la peor de las enfermedades que puede atacar a una democracia es la ilegitimidad, y que la ilegitimidad es el virus cuyo caldo de cultivo, por excelencia, es el desespero de la clase media.
En fin, históricamente, todo lo abusivo termina siendo torpe y la gente está cansada de tener que pagar hasta por respirar.