“De las muchas espadas que tuvo Bolívar, la única que pasó a la historia fue la que el M-19 puso a combatir”
Laura Restrepo
—¿Tanta joda por una espada vieja?
Con esa pregunta mis estudiantes me bombardearon la mañana del 8 de agosto, posterior a la ceremonia de posesión de Gustavo Petro como presidente de la República.
Entonces aparecieron decenas de artículos sobre la Espada de Bolívar en medios periodísticos y redes sociales, y lo que hasta el momento parecía un acto de soberbia política del nuevo presidente frente a la última pataleta infantil de Iván Duque al frente del Estado colombiano, tomó forma y los colombianos de las últimas generaciones logramos dimensionar someramente la importancia del sable de combate del Libertador.
Me abstuve de escribir sobre el tema en la frescura de la fecha, primero, por la saturación de información sobre el mismo tema y segundo, por problemas de salud que me impidieron invocar los “poderes de la Espada”, y, aunque suene cómico, todo pareciera indicar que el sable de Simón José Antonio presenta condiciones sobrenaturales que solo las pueden percibir aquellos que estén cerca a ella o se atrevan a empuñarla.
De ello me enteré al “devorarme” la última novela del escritor puertorriqueño Josean Ramos, denominada Soy la espada y soy la herida de Publicaciones Gaviota (Puerto Rico), la cual fue presentada en una afable reunión a un selecto grupo de personas al cual me colé sin ser invitado y del cual pude acceder a un ejemplar de la primera edición boricua; el texto pronto tendrá una edición colombiana que andará rodando por las principales librerías del país, tal y como lo hizo la espada.
Y es que Ramos —quien hasta la fecha se destacaba como el principal biógrafo de Daniel Santos “El inquieto Anacobero”— y experimentado periodista, se lució con una investigación de más de una década y 439 páginas sobre la historia de la organización guerrillera M-19, donde los protagonistas no son Jaime Bateman ni Carlos Pizarro, sino la vieja Espada de acero de 83 centímetros que se escondió durante 17 años de los organismos de inteligencia del estado y hasta de los propios subversivos que la hurtaron sin el más mínimo respeto de una urna de cristal un atardecer de enero de 1974.
En un género difícil de identificar, ya que ni siquiera el mismo autor sabe si es una crónica, un texto periodístico, un ensayo, o una novela, se develan detalles hasta ahora desconocidos del robo y vagancia de la espada hasta su devolución al entonces presidente César Gaviria; con una prosa “sabrosa” de digerir, se detalla el proceso de inteligencia militar alrededor de la Quinta de Bolívar, los minutos previos y posteriores al operativo -corroborados por este autor en una extensa entrevista con uno de los sobrevivientes a la acción-, los primeros escondites y los eventuales cuidanderos de la valiosa arma, donde encontramos a los poetas Luis Vidales y León de Greiff, la artista Feliza Burzstyn, la pianista Teresita Gómez -quien amenizó la posesión presidencial mientras la Espada caminaba coqueta y oronda desde Palacio hasta la Plaza de Bolívar-, hasta nuestro nobel de literatura Gabriel García Márquez; también descansó bajo tierra al cuidado de indígenas caucanos que posteriormente tomaron las armas recobrando la memoria del Taita Manuel Quintín Lame. Por último, el fierro también cruzó las fronteras y reposó en las manos del “hombre fuerte de Panamá” Manuel Augusto Noriega y de jefes de Estado de la envergadura de los ya fallecidos Omar Torrijos y Fidel Castro Ruz.
Mientras la Espada atravesaba calles, campos, retenes militares, torturas y desapariciones, fue testigo silenciosa de hitos militares de nuestro país tales como el robo de 7000 armas de las bodegas del Cantón Norte en 1979, la toma de la Embajada de la República Dominicana en 1980, la firma del Acuerdo de cese al fuego y Diálogo Nacional en 1984, el holocausto del Palacio de Justicia en 1985, el Secuestro del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado en 1987 y la firma de la paz en las montañas de Santo Domingo (Cauca) en marzo de 1990.
No seré el responsable de un vulgar “Spoiler”; mi interés no es otro que recomendar esta hermosa obra que próximamente estará a la venta en las principales librerías del país bajo el nombre La Espada de Bolívar, bajo el sello de la Editorial Controversia. Tal vez con su lectura, mis estudiantes y demás generaciones de este país, puedan comprender de una vez por todas el “capricho” de Gustavo Petro al exigir la presencia del sable en la Plaza que lleva el nombre de su dueño inicial para ser expuesta frente al pueblo, su segundo y verdadero guardián; puede que Iván Duque también lo lea y se dé cuenta que su acto en la tarde del 7 de agosto no fue otro que una vergonzosa pataleta infantil.
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