Ese señor Alejandro Ordóñez de verdad parece muy corrido. Cómo es que sigue suelto sin camisa de fuerza, con su túnica de santo, camándula en una mano y napalm en la otra, haciendo tantas maldades.
Los estragos de este orate (persona insensata, de poco juicio, moderación y prudencia), que no por ridículamente fanático de la tradición ha dejado de ser una especie peligrosa, es larga y más comprometedora que él mismo.
Su reputación lo precede, según diría Goebbels, pensador seguramente de su más alta cabecera: pasa por haber llenado de crucifijos y burocrático neofascismo un organismo de control como la Procuraduría, que cíclicamente (o encíclicamente) desde entonces no ha podido salir de la inmunda y se ahoga cada día más en el desprestigio.
Pasa por haberse tirado con todo éxito la posibilidad de controlar a los alcaldes cuando se necesita --y ciertamente buena parte de los alcaldes en el país cometen abusos sin vergüenza--, todo por su obsesión maniática que lo llevó a cebarse políticamente con Gustavo Petro o Alonso Salazar mediante fallos que obviamente, por abusivos y ligeros, se deshicieron como aserrín.
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Su obsesión maniática lo llevó a cebarse políticamente con Gustavo Petro o Alonso Salazar mediante fallos que obviamente, por abusivos y ligeros, se deshicieron como aserrín
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Ordóñez hizo todo el daño que pudo lanzando anatemas con esos colmillitos afilados de su sonrisa guasona y tantas sentencias inquisitoriales leídas en lengua de sopa: ya que se autoproclamó quemador de libros y se quedó con el vicio de los hierros candentes y las hogueras, le prendió fuego a toda idea de paz, y antes de poner la cara o las propias manos en el fuego renunció para evitar que el Consejo de Estado le notificara la nulidad de la viciada elección que lo sentó en el trono de los dictámenes políticos y dogmáticos con los que predicó el odio en este país durante cerca de siete años.
Pero no pagó ni un día de confinamiento, no ingirió la necesaria manotada de sanax. Para nada; se fue más bien a la OEA a expectorar reflexiones de su anfiteatro, pero esta vez internacionalmente, en nombre de un país llamado Colombia; esta frontera le quedó pequeña y gozando del trofeo diplomático que es dado al que más daños compruebe, logró enrolarse en la carrera desaforada del ángel perverso con lanzallamas.
Son varias sus intervenciones vergonzosas en ese organismo internacional, la más reciente contra el aborto. No importa que aquí esté decida la legitimidad de este asunto mediante una significativa jurisprudencia; de ninguna manera, eso no cabe, aquí procede lo que él y a sus señores de su Orden se les ocurre hoy para poner mucha sal en la herida, hay que hacer algo para enrarecer más el ambiente mientras se llega a las urnas y este tipo es un buen soldado de la fe de los incendiarios. Todo un personaje de Bradbury.
