Desde hace más de dos decenios un entonces presidente de Colombia se justificaba diciendo que todos estábamos untados, y algunos analistas afirmaban que estábamos permeados por una “cultura mafiosa”, lo que parecía una generalización que, de alguna manera, pretendía disculpar al presidente; aunque, al final, el Congreso resolvió que no había motivo alguno para enjuiciarlo, y a pesar de nuevas evidencias, ahí nos quedamos.
De una expresión generalizada para explicar las cosas, en este país se decía que “lo malo de las roscas es no estar en ellas”. Pasados los años, en medio de la impunidad, los abusos de los poderosos y el tandem entre políticos y medios masivos de comunicación, las roscas terminaron convirtiéndose en carteles y mafias que controlan todos los círculos de la vida nacional, regional y local.
'Roscas' y carteles mafiosas
La política y el gobierno funcionan perfectamente para los políticos y gobernantes de todos los niveles, no para los ciudadanos; la justicia para los magistrados y jueces envueltos en “carruseles” de nombramientos por la “puerta giratoria” que les permite pasar de una corte o tribunal a otro, no para los ciudadanos: cuatro meses sin administración de justicia y aquí “no pasó nada”, como habría dicho el expresidente Alfonso López, la impunidad sigue aumentando. La fiscalía sólo reacciona en casos mediáticos, al punto que la prestigiosa periodista María Isabel Rueda califica las actuaciones del Fiscal General como un “Sistema Radial Acusatorio”.
La seguridad policial funciona para los personajes VIP, para cuidar bancos, centros comerciales e intereses específicos y poco, muy poco, para cuidar a las personas que viven la cotidianidad soportando el miedo de salir a la calle o dejar su casa sola.
La salud es un excelente negocio para las Entidades e Instituciones prestadoras de Salud (EPS, IPS), laboratorios farmacéuticos, cadenas de farmacias y demás empresas del ramo, no para los pacientes, quienes deben sufrir enormes filas frente a los dispensarios médicos y hacerse atender vía tutelas (demandas jurídicas abreviadas), figura que están desesperados tratando de eliminar.
La educación es un gran negocio para instituciones privadas, públicas, religiosas y burócratas, no para los estudiantes. El año pasado Colombia apareció casi en el último lugar entre alrededor de 60 países del mundo, según estudios de la OCDE; vemos universidades que se hacen acreditar con “alta calidad” y que, luego que obtenerla, despiden los pocos doctores que habían contratado, o los someten a toda clase de atropellos. Nombran de ministra a una señora que, por ejemplo, la semana pasada sale oronda, en el caso de una universidad que están interviniendo y que hace mucho tiempo deberían haberlo hecho, diciendo que los funcionarios de esa entidad “deben hacernos caso” o si no, serán remplazados, como si estuviera administrando una tienda.
Las obras públicas son gran negocio para contratistas y funcionarios, pero un costo impagable para los contribuyentes, que vemos cómo obras, carreteras, edificios, apenas pasados pocos años se desbaratan y deshacen.
Los bancos y el sistema financiero, los medios masivos de comunicación, monopolios prácticamente sin control…, en fin. Y bueno, para qué seguimos, pues sería imposible terminar.
Lo grave de ello es que todas esas “roscas”, ahora parecen convertidas en auténticas mafias, carteles, que van por todo, no perdonan, manejan precios, miembros, tamaño de los negocios. Se habla de los carteles del cemento, del papel higiénico, de los contratistas de obras públicas, del azúcar, de los cuadernos. Son implacables con quien se les atraviesa; se hacen justicia por propia mano y usan medios de comunicación y costosos abogados para armarles escándalos, procesos y purgas a quienes se atreven a cuestionarlos siquiera. Y en el camino, algunos se mueren.
Clientelismo, corrupción, mafias
Es importante diferenciar entre clientelismo, corrupción y criminalidad mafiosa, pues como afirma Alejandro Gaviria, ahora resulta que la cultura mafiosa implica “la adhesión de muchos colombianos a una teoría que pretende explicarlo todo (el consumismo, la corrupción, la violencia, el machismo, el oportunismo, etc.) Pero que al final de cuentas no explica nada”.
Las mafias del narcotráfico parecen haber permeado la cultura nacional, aunque algunos pretenden que solo está entre los políticos. Por ejemplo, se ha vuelto un negocio perverso la fascinación alrededor del mundo mafioso recreado por telenovelas en canales privados que presentan a los capos como paradigmáticos héroes de la reciente historia nacional, audaces, dedicados e incluso esforzados personajes que tratan de salir adelante, cueste lo que cueste. Una variante del tema que, como otros tantos, en este país siguen pendientes de un profundo debate.
El clientelismo representa una forma de cultura política, con lenguajes, ritos, valores y comportamientos concretos y reiterados.
En la corrupción aparecen rasgos fundamentales como el secreto, la ilicitud, la violación de las reglas y el intercambio de favores o servicios por dinero; ocurren en un nivel horizontal, entre “iguales” y se originan preferencialmente en espacios de intervención estatal, la burocracia y la centralización del poder.
La relación clientelista es esencialmente vertical y, aunque en ambos casos se trata de relaciones de intercambio, en el clientelismo se da entre desiguales mientras que la corrupción generalmente ocurre entre iguales. El intercambio clientelar es político, a diferencia de la corrupción que es un intercambio mediado por el dinero, público o privado. No es lo mismo el intercambio de decisiones administrativas por votos que el intercambio de dinero por contratos y licitaciones públicas.
La corrupción construye redes que no alcanzan a convertirse en un sistema cultural; los actores participan en forma individual, es una manera de actuar, un medio y no substancia de una cultura política, aunque se vuelva un problema generalizado.
Por su parte, las organizaciones criminales, mafiosas, tienen códigos de honor, rituales y valores que les permiten funcionar con coherencia. La mafia siciliana, su presencia cotidiana y su influencia en las actitudes políticas la convierten en una cultura política. “Estamos frente a una cultura política, porque ideas y valores, símbolos y normas, mitos y ritos, compartidos por una comunidad, influyen sobre su comportamiento político y sobre su actitud frente a las instituciones, regulando en suma su manera de vivir la política”.
La criminalidad organizada solapa las otras dos al alimentar prácticas clientelistas e involucrarse en actos de corrupción. Sin embargo, el clientelismo aunque incómodo y ser una forma de abuso del poder no es ilícito, mientras la actividad mafiosa de organizaciones construidas para saquear el Estado transgreden abiertamente la Ley.
La cultura de las mafias no se reduce a la mentalidad de la delincuencia organizada, sino que implica la negación de las reglas sociales a favor de las normas privadas, nepotistas y de favores a sus círculos más cercanos. Toda la cultura mafiosa opera bajo presupuestos de sumisión, obediencia, jerarquías piramidales de poder. Obedecer con una sonrisa, para no desagradar al “patrón”.
Las conductas mafiosas promueven el facilismo, la trampa, el chantaje para ascender económica, social y políticamente. La oportunidad de conseguir de “dinero fácil” es aceptada como un mal necesario. De hecho, la más grave herencia del narcotráfico en Colombia ha sido generar entre los jóvenes de todos los niveles socioeconómicos una cultura del enriquecimiento rápido y a como dé lugar.
La cultura mafiosa en Colombia se manifiesta en prácticas generalizadas en todos los sectores de la sociedad, como sacar ventaja con el mínimo esfuerzo, incurrir en negocios y transacciones ilegales, dar al dinero y al poder un valor superior a las virtudes ciudadanas las que se interpretan como conductas de tontos; fascinación por el lujo y el derroche, e incluso se llega a aniquilar al otro para acceder al poder, con una sevicia que da miedo, amparados por una impunidad que hace añicos cualquier esperanza de convivencia racional.
A continuación presento una lista 21 preceptos y frases que servirían para hacer una categorización de las conductas mafiosas o, al menos, para descubrir que tan proclive a aceptar la cultura mafiosa, por el grado de tolerancia, aceptación y práctica de las mismas. Se incluye a modo de información, a riego de ser tachado de superficial
- Ley del vivo (el vivo vive del bobo)
- Ley del más fuerte (el que pega primero pega dos veces. Es la lógica de la guerra, dispare primero y pregunte después)
- Ley del silencio “omertá” (el que habla se muere)
- Código de honor (el que traiciona se muere)
- Justicia por propia mano (se la “aplico” toda)
- Todo vale
- Nepotismo (primero la familia y los míos, vengo por lo mío)
- Cooptar la justicia, el gobierno, el congreso (las reglas) (“para mis amigos todo, para mis adversarios la ley”)
- Intercambio de favores (yo te doy, y tú me devuelves con beneficio)
- No dar papaya “a papaya partida, papaya comida”
- Si no lo hago yo, otro lo hará (hay que estar “mosca”)
- El que entra no sale (aquí es en “serio”)
- El que se mete con uno de la familia, se mete con todos
- Todo para los míos, el resto, “que se jodan”
- “Ese es un duro, no se arruga ante nada”
- “Yo no me dejo”
- “Todo me vale huevo”
- “Se quita o lo quito”
- “Me vende o me vende”
- “Quién lo manda a ser güevón”
- “Huele a muerto”, “Se lo buscó”.
@javierloaiza