¿Qué tan dramático es intentar suicidarse en Colombia?

¿Qué tan dramático es intentar suicidarse en Colombia?

María ingirió siete pastillas de Amitriptilina y quedó viva de milagro

Por: María Montero*
mayo 23, 2016
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¿Qué tan dramático es intentar suicidarse  en Colombia?

A las 10 de la noche del sábado decidí por mi voluntad, por supuesto, ingerir 7 pastillas de 25mg de Amitriptilina, un medicamento antidepresivo que usualmente se receta a personas con problemas de sueño. Aclaro, suelo dormir muy bien. Previamente me tomé la molestia de investigar acerca de las pastillas y las consecuencias de tener una sobredosis de las mismas, y bueno, esa misma noche encontré que en el peor de los casos, ocasiona la muerte. Sabía que mi madre tomaba dichas pastillas de vez en cuando para combatir su insomnio, así que esculcando entre sus cosas encontré una tableta entera, de las cuales siete no habían sido consumidas. ¿Por qué lo hice? Son razones que a nadie le interesan, bastará decir que me pesaba la existencia, que quizá no quería morirme, pero sí sentía la profunda necesidad de dormir unos cuantos días, descansar, olvidarme por un rato de todo y de todos, diría Bukowski: "no era mi día, ni mi semana, ni mi mes, ni mi año, ni mi vida". Cuarenta minutos después, a las 10:40 p.m. ya sentía la vista borrosa, el corazón acelerado y sueño, demasiado sueño. Me dejé ir. Debo decir que la necesidad de dormir era tanta que no hubo tiempo para arrepentimientos, para miedos, para reflexiones, para temores. Total, no me acosté pensando que iba a morirme, solo que iba a dormir todo el fin de semana. El domingo a eso de las 12 del medio día, me desperté. Nunca había percibido tan fuerte el timbre de mi celular, sentía que retumbaba en mis oídos. Pasé ese día con algo de taquicardia y una ansiedad extraña, nada grave, comí y salí de mi casa con normalidad, luego regresé y antes de las siete de la noche me acosté a dormir de nuevo.

El sueño era increíble.

El lunes en la mañana, madrugué a la oficina, pero me sentía más ansiosa y tenía dificultad para respirar, así que acudí al médico de mi trabajo, le dije mis síntomas y solo como valor agregado, mencioné lo de las pastillas del sábado. Y es aquí donde empieza la verdadera historia. Nunca imaginé que esto llegaría tan lejos. Inmediatamente, como si hubiese cometido el acto más aberrante del mundo, me miró aterrado y me dijo "vos estás viva de milagro mujer, esto es un intento de suicidio y es mi obligación remitirte de urgencia a una clínica". Le dije que era una exageración y que solo me tomé esas dosis porque quería descansar. Aún así, el proceso fue rápido y para mi asombro, me atendieron en Urgencias de la EPS más rápido que si quizá hubiese llegado con un tiro en el pulmón. Al parecer, en este país aterra más una "tentativa suicida", como me habían impuesto en la historia clínica, que los cientos de homicidios y accidentes de tránsito que infestan los hospitales a diario. Al instante, en cuestión de minutos ya habían declarado que tenía que hospitalizarme y quedarme en observación 48 horas.

Fueron tantos exámenes que realmente perdí la cuenta. De sangre muchos, luego del corazón, luego del cerebro. Te sientan en una sala junto a otros que realmente sí están enfermos, gente que sangra, que se queja, que llora, que ha llegado allí porque realmente lo amerita; yo, por mi parte, solo podía pensar en que el sofá cama que utilizaba en ese momento, le sería más útil a otro. De hecho, era más confuso para mí presenciar tanto dolor, tantos lamentos, tantos rostros de angustia, cualquiera que haya pisado una clínica o un hospital público sabrá a lo que me refiero. Me preguntaba si dentro de la lógica médica cabría tal vez la idea, por ejemplo, de pensar en que si alguien como yo, cuyo diagnóstico era "intento suicida" (no siendo así realmente), no querría ahora sí estando allí dentro, suicidarse, ante tan devastador panorama. ¿Hasta qué punto si vos no has intentado matarte, te puede perjudicar estar hospitalizado en un lugar en el que la muerte solo espera para hacer goles? Como de esas cosas bizarras que no ocurren a menudo, resultó que una de mis compañeras de sala, se encontraba con una diagnostico igual al mío, con la diferencia que la joven de 23 años, se había tomado la bobadita de 50 pastillas de un antibiótico llamado Amoxixilina, y además, ya había visitado la clínica años atrás con un antecedente de venas cortadas. Allí comprendí por qué tan solo a ella y a mí nos permitían tener acompañante permanente. Esas primeras 24 horas se me hicieron eternas, a pesar de que yo soy mayor de edad, tuvieron que llamar a mi madre, la cual como era de esperarse, llegó con los nervios de punta ante tan brutal noticia por parte del médico que me había atendido. De ahí, supongo que empezó lo típico, los reclamos y el clásico "por qué lo hiciste". Me sentía algo ridícula teniendo que explicar algo que ni siquiera había planeado, solo repetía "no me quise matar, solo quería dormir" y cuando me llamaban por teléfono amigos o familiares, otra vez: "no me quise matar, solo quería dormir".

Los exámenes todos me salieron buenos, mi estado de salud estaba perfecto pero yo seguía ahí, privada de la libertad, como la peor de las delincuentes. Entonces, ya dejándome llevar por el desespero, decidí ir a hablar con la enfermera jefe, le cuestioné el hecho de que aún me tenía allí, cuando todo andaba bien conmigo, no me estaban aplicando ningún medicamento y no mostraba signos de demencia, ni había tratado de "suicidarme" nuevamente. Le exigí entonces que quería firmar alta voluntaria y que necesitaba irme a la casa, que mi madre estaba de acuerdo y yo como persona adulta, sin antecedentes psiquiátricos ni nada por el estilo, exigía se me dejara abandonar la clínica de inmediato.

La respuesta fue clara y cortante: "es imposible lo que usted pide, como entidad de salud no la podemos dejar ir, según la Ley. De acuerdo a su diagnóstico, usted debe permanecer aquí y luego ser remitida con el psiquiatra, hasta que él no decida qué tratamiento aplicar, usted por más que quiera no puede irse". Y toda esta aburrida historia ha sido precisamente para llegar a este punto de reflexión, en el que me molestó e indignó de sobremanera que se me negara el derecho a la libertad, y por el contrario se me obligara a permanecer en una clínica en contra de mi voluntad, todo por un diagnóstico en el que aparece la palabra suicidio.

Es decir, en ese instante me sentí carcelera de un pinche diagnóstico impuesto y exagerado. Me vi envuelta en una situación que más que ser molesta y atrevida, me llevó a reflexionar sobre el valor que se le atribuye a la muerte autoinflingida, me cuestionaba que si en últimas, mi intención final hubiese sido matarme ¿por qué no respetarlo? ¿cuál es el problema, total, es mi vida, no? ¡Mía, de mi propiedad! Me pertenece a mí, no al estado, no al gobierno, no al sistema de salud. Pensaba que la decisión de seguir viviendo o morirme seria tan inherente a mi como uno de mis brazos o alguna de mis piernas, como cuando decido si tatuarme o no, o si romperme la madre bailando en tacones de 15 cm, o cuando me quiero pasar el día entero acostada en una playa aguantando sol ¿tendría que un médico prohibirme alguna de esas cosas porque me ocasionan dolor, un dolor que yo decido si sufrir o no? En este caso, pensaba que entonces cada vez que decidiera lanzarme en paracaídas tendrían que internarme en una clínica de urgencia, ya que a futuro podrían estarlo considerando intento no deliberado de suicidio, cuando a la final para morirte, solo necesitás estar vivo.

Hasta dónde seguimos siendo un país sensible y dramático ante temáticas tan personales a cada quien como la homosexualidad, el aborto ¡el suicidio! y no ante problemáticas de verdadera trascendencia pública que sí deberían escandalizar a las entidades de salud como las miles de violaciones a los derechos humanos que a diario ocurren en el país, ataques con ácido, abusos físicos y psicológicos a infantes, violencia intrafamiliar. ¿Desde cuándo un suicidio --acto de acabar con la existencia, que puede ser llevado a cabo de manera consciente por un individuo que así lo desea para sí mismo, como una alternativa que no atenta ni involucra el daño o prejuicio a otros seres-- resulta siendo algo tan denigrante? Este entre muchos otros interrogantes me rondaron la cabeza. Pero, en efecto, para terminar este relato tan largo, tienen que saber que no hubo alegato ni argumento que valiera. Terminé en un psiquiátrico de Cali, en el que no duré ni un día, porque allá en medio de tanta demencia resulté siendo demasiado cuerda, por lo que me devolvieron con una historia clínica algo más mesurada: "paciente con crisis de ansiedad y cuadro de depresión, no aplica para tratamiento farmacológico, ni hospitalización psiquiátrica, pendiente programar citas de terapia psicológica grupal".

*Nombre modificado por sugerencia del autor

 

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