Recuerdo como si fuera hoy esa época de violencia en la que vivía sumergido el municipio de Valencia (Córdoba) y, que a mí me tocó vivir, quizás no con la misma intensidad de 10 o 15 años atrás donde el pan de cada día era escuchar aquellos gritos que decían: "mataron a otro", "¿dónde están los tombos?", "que recojan el muñeco". Escuchar de un asesinato en Valencia se volvió una costumbre, y el sufrimiento de las madres y padres se reflejaba en cada una de las lágrimas que se veían caer de sus ojos, donde la tristeza y el silencio invadían las calles de mi pueblo cuando los sicarios apagaban la llama que daba vida a esos mortales.
Cada vez que llego a mi tierra adorada observo con gran discernimiento un letrero que queda ubicado en la entrada del municipio, en el popular "Callejón de Asturia", el cual tiene escrito en letra clara y precisa un mensaje muy corto pero con un contenido profundo, dice: "que la sangre de nuestros hombres, no pierdan su camino". A veces me pregunto: ¿por qué nos matamos entre nosotros mismos, si al fin de cuenta todos algún día nos vamos a morir? Esta es una pregunta que aún no he podido resolver, una pregunta que parece sencilla pero que al final del día te das cuenta que no lo es. No sé la respuesta aún, pero sé que estoy cerca de ella. Si no me equivoco está encaminada en que no hemos aprendido a abrirle nuestro corazón a Dios: porque Dios es amor.
No recuerdo las fechas exactamente cuándo presenciaba esos actos de barbarie, pero si recuerdo esos precisos momentos con claridad que me confundían entre el sonido de los disparos y los campanazos que daban en el colegio. Es de anotar, que de los 42.971 habitantes que tiene Valencia, 16 mil han sido víctimas del conflicto armado interno que sufre el país; es decir, son personas desplazadas que un día lo perdieron todo a causa de la guerra. Un alto porcentaje de ese gran número, son jóvenes que requieren de la ayuda de las instituciones del Estado.
Recuerdo esa mañana fría y envuelta entre el cantar de los pájaros y los colores de la naturaleza, cuando me dirigía al colegio en compañía de mis amigos, donde el reloj marcaba aproximadamente las 6:35am, andábamos entre burlas y risas en nuestras bicicletas cuando llegando a la casa de la Ex- Diputada de Córdoba Blanca Nelly Marqués, escuchamos desfundar de un arma los disparos que acabaron con la vida de un valenciano más; y como todo pelado ignorante, lleno de curiosidad y sin pensarlo dos veces, salimos dirigidos a la escena del crimen, donde un tiro de gracia hizo que la sangre de un hombre, perdiera su camino.
La muerte se les ha adelantado a muchos y al que Dios no se lleva, de aquí de la tierra se lo mandan a la fuerza; es la triste realidad que vive nuestro país y el mundo entero. No hemos comprendido el valor de vivir, no es vivir por vivir, por ser el que más poder y dinero tenga, no es vivir por tener el control de la economía, la industria, el comercio, las petroleras y las grandes vanidades de la tierra; es vivir despacio, sin afán, disfrutando de cada segundo de la vida, no disfrutando los momentos que respiras sino aquellos en los que te sientes satisfecho, disfrutar de los regalos de Dios: la naturaleza, los animales, los sonidos del campo, sus colores y todo el realismo mágico que conocemos, de eso se trata la vida, de estar bien con tigo mismo y con los demás.
En muchos momentos quisiera poder olvidar el sufrimiento y las lágrimas de inocencia de niños y niñas que sin saber el porqué, sus familiares se marchan de este mundo terrenal sin comprender el dolor que causan las despedidas eternas.
La guerra, la violencia y demás actos de irreprochabilidad no se acaban matando al ganadero, al comerciante, al policía, al guerrillero y demás que mueren por la fuerza; esto se acaba cuando cada uno de nosotros, desde la posición que estemos, desde el ángulo que veamos las cosas, comprendamos que se debe matar: Pero la pobreza, el hambre, el fanatismo político, la ignorancia, las desigualdades; cuando se erradique de una vez por toda estos factores, podremos decir que se está cambiando a este país.
"El cambio social no depende simplemente de los que tienen la voluntad de hacerlo, sino también del acto de disposición de cada miembro de la sociedad por hacer el cambio".