Pienso en Álvaro Uribe Vélez como en uno de los personajes más nefastos en la historia reciente de Colombia: su visión de la política, sus formas, su estilo y su discurso representan —a mi modo de ver— la esquina más oscura de los colombianos y la médula de nuestra tragedia.
Aún así, en el imaginario caso de que tuviera que elegir entre el expresidente y cualquiera de los miembros del secretariado de las Farc —y se me prohibiera la abstención—, creo que elegiría a Uribe. El punto es, más allá del caso imaginario, que jamás depositaría mi voto por quien ha justificado el asesinato, el secuestro o el reclutamiento de menores.
Puedo escuchar la objeción de quienes levantan su mano para recordar la relación directa de Uribe con fuerzas que han hecho lo mismo que aborrezco de la guerrilla. A esas voces les digo dos cosas. La primera, que mi juego no es otra cosa que una ficción a modo de ejemplo (me haría monje antes de votar por Álvaro Uribe); la segunda, que al señor Uribe se le pueden acomodar adjetivos oscuros, pero habrá que reconocerle que se ha plegado al juego de las urnas, lo que es igual a decir que me ha dado la oportunidad de manifestarle, negándole el voto, lo que pienso de él y de su visión de país.
Algo como eso jamás he tenido la oportunidad de hacerlo con las Farc.
Mientras las Farc se mantengan clandestinas y fuera del juego electoral, nunca tendré la oportunidad de expresarles, de manera eficaz —y no con estériles pataletas en las redes sociales— mi rechazo absoluto al modo en que pervirtieron el espíritu que las originó, a la manera atroz en que utilizaron el discurso de la equidad para enriquecerse o a la forma en que traicionaron los ideales de varias generaciones de colombianos sensibles a los dolores de los más necesitados.
Si las Farc se convierten en un partido político,
serán ellas las que quedarán a merced de quienes elegimos
Mientras las Farc sigan siendo un grupo guerrillero yo seguiré estando a merced de ellas. Si las Farc se convierten en un partido político, entonces serán ellas las que quedarán a merced de quienes elegimos. Por eso —entre muchas otras razones— votaré por el Sí en el plebiscito.
**
De apostilla
Aprender a aprender. Vivir viviendo.
Escuchar a la voz que me incomoda
—sea roja carmín o sea goda—
pero con las caricias in crescendo.
Preguntar sin herir, dudar dudando,
defender con la voz, no con la lanza.
Solo aplaudo una forma de venganza:
la de incluir a quien te está ignorando.
Un grito es un abrazo que se cierra,
más que al bozal la paz imita al puente.
El odio que hoy odiamos se destierra
desodiando a quien piensa diferente.
Vinimos a acabar con una guerra,
no a abonar la raíz de la siguiente.
(Sobre una idea de Juan Fernando Mosquera).