En el control económico y político, Colombia ha adolecido a lo largo de su historia de personas con amplia capacidad nacionalista con fines de hacer verdadera patria. Las quince o veinte familias, más las que se han anexado a través de los años, que han controlado el mando administrativo, todo se les ha reducido a tratar al país como una inmensa bodega privada con fines claros de lucro.
La historia habla tímidamente de algunas excepciones que han sido ocultadas a todo costo, como el caso del general Gustavo Rojas Pinilla, de quien se dice hizo una de las administraciones públicas con fines exclusivos a los beneficios comunes de la población. El ostracismo sepultó la verdad y ahora navegamos entre una historia ficticia y una verdad sospechosa.
Lo incomprensible es la baja estima patriota de los gobernantes colombianos, reducidos a precarios negocios con fines a corto plazo sin importar si hace bien o mal a toda la nación. Regalar bienes por unas monedas (ellos llaman regalías), es lo mismo que el tipo que dio una hacienda fiada para que se la paguen como puedan, o como quieran, siempre y cuando tuviera licor en su estante.
Desde la venta de Panamá, todo se ha reducido a eso, expoliar los recursos hasta el punto que multinacionales extranjeras hacen su agosto con bienes nacionales casi sin pagar un peso en compensación. Oro, petróleo, diamantes, electricidad, recursos hídricos, hasta el reciente recurso agrícola obsequiado sin mayor contraprestación al empresario extranjero en un TLC que no aguanta una investigación. Todos los recursos a cambio de una comisión y unas “regalías”
La pobreza y la carencia seguirán igual, o peor, en el grueso del pueblo colombiano porque los mandatarios y todo el grupo administrativo que se ha lucrado de los bienes del país durante décadas, lo que menos les interesa es una nación enteramente autónoma y con criterios propios.
En los años 70 la bonanza de la marimba en La Guajira y la costa arrojó unos beneficios sociales hasta que aparecieron los antioqueños con la cocaína. Sin embargo, ya venían los comerciantes extranjeros pisando fuerte en pos del negocio. Lo combatieron como una afrenta social que dañaba a los jóvenes, sin embargo, consiguieron sembrarla en EE. UU., por ejemplo y ahí se acabó el negocio para los nuestros.
Entonces apareció la cocaína, que resultó siendo mejor negocio que el oro o el petróleo por los inmensos beneficios a corto plazo que arrojaba. Otra vez los extranjeros utilizando los gobiernos de turno para combatir la producción acá lo que no hacían con el consumo allá.
El narcotráfico, como se le llamó al negocio, permeó todas las esferas sociales, casi toda la economía colombiana y mantuvo a flote al país por muchos años. Al parecer, el negocio ya dejó de ser activo de colombianos y pasó a manos de extranjeros. La presunción de que se acabó no deja de ser falsa. La presión que antes se ejercía para combatirlo, justamente desde casi los mismos lucradores, ha mermado porque al parecer ya está controlado por extranjeros que pagan comisiones y regalías.
No es alocada la idea del senador Gustavo Bolívar de regular el consumo o producción, pero ello conlleva meterse con el negociante extranjero, aunque sea el nuestro quien ponga el pecho y la supuesta indignación. Como siempre, los gobiernos nuestros, al parecer, están diseñados para acondicionar los beneficios del comerciante extranjero mientras se contentan con las monedas, que ellos llaman regalías y comisiones. ¿Ven por qué no existe patriotismo en los que han gobernado y, al parecer, seguirán haciéndolo? Ni siquiera sueñan con vivir y morir acá porque de Colombia solo les interesa el beneficio.