Para nadie es desconocido que toda la vida se han comprado votos en Colombia. En esta bella república bananera, marcada por las guerras civiles del siglo XIX y por la lucha de guerrillas en el siglo XX, cuando no se puede llegar a la presidencia con las bondades de las ideas, pues se acude al juego sucio para alcanzar el máximo pináculo de la política nacional. Los tamales, las promesas de un puesto en cualquier gobierno y la compra del sufragio, representan los métodos más empleados por los latifundistas de este terruño cada vez más corrupto y descompuesto.
Hace poco Roberto Gerlein, el mítico ex senador que por más de cuarenta años ha vivido de los impuestos de los colombianos, dijo en un programa periodístico que la compra de votos en la costa atlántica es toda una tradición. Sin inmutarse, ni mucho menos sin preocuparse por lo que ha dicho Aída Merlano –que acusa a su casa política de toda la corruptela que la llevó al capitolio–, ratificó descaradamente un secreto a voces que debe hacernos reflexionar. Sí, debemos discernir, preguntarnos porque permitimos que se siga comprando la voluntad de los más pobres.
Ahora aparecen unas grabaciones que dejan muy mal parado al presidente Duque, en donde queda en evidencia sus nexos con un conocido narcotraficante de la Guajira, el Ñeñe Hernández. También se acusa a la señora María Claudia Daza, fiel escudera del ex presidente Uribe, de participar en la compra de los votos que le permitieron al Centro Democrático alcanzar el anhelado solio de Bolívar, siendo ella el enlace para llegar a los favores del mencionado narcotraficante. Cualquiera diría que nuestra cultura democrática huele peor que un canal de río cena antes y después de la revolución francesa.
Uribe, que también está vinculado al escándalo, sale a decir que nunca ha hecho nada que vaya en contra de lo políticamente correcto, que no ha comprado un solo voto en toda su larga carrera política y que, por su puesto, todo se trata de una artimaña para dañar su buen nombre. Abogados importantes, como por ejemplo Iván Cancino, lo apoyan y cuestionan la veracidad de las grabaciones encontradas. La extrema derecha apoya a su máximo líder, pero muchos colombianos (los que ya no creen en los mismos de siempre) saben muy bien que en nuestro quehacer político todo se vale.
Debemos cambiar como sociedad cuanto antes, porque una verdad no se puede esconder cuando es más que evidente. Gerlein habló de una tradición clientelista en la costa, pero yo creo que se quedó corto: se compran votos en todas las latitudes del territorio nacional.