Talladores de lápidas, un oficio en extinción que se niega a morir

Talladores de lápidas, un oficio en extinción que se niega a morir

Tallar piedra para homenajear los muertos lleva más de un siglo en el Cementerio Central de Bogotá. José Jiménez es un artista de martillo y cincel que queda

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diciembre 30, 2021
Talladores de lápidas, un oficio en extinción que se niega a morir

Escondidos en un local contiguo al suyo, como un secreto bien guardado, están los esposos a medio hacer en mármol que miden más de dos metros de altura. El escultor es ‘el Maestro’, a quien pocos realmente le conocen su verdadero nombre. La pareja en piedra que ‘el Maestro’ guarda celosamente es la copia de unos adinerados que encontraron en las marmolerías a las afueras del cementerio Central de Bogotá las manos perfectas para inmortalizar su ego en piedra pero a un precio más cómodo.

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El sobrenombre de ‘el Maestro’ que le pusieron a José Jiménez hace ya casi 40 años se lo ha sabido ganar. Es un artista con el martillo y el cincel. La piedra que cae en sus manos la transforma en obras de arte; la mayoría de estas obras son lápidas con la que los deudos le hacen un homenaje a sus muertos.

Tiene 55 años y desde hace 40 es tallador de lápidas. La escultura vino después. A los 10 años llegó a Bogotá junto a su mamá y tres hermanos más. Cuatro años después ya estaba trabajando en las marmolerías que rodean el Cementerio Central, aquel popular camposanto fundado en 1835, donde están enterrados expresidentes, líderes políticos y sociales y grandes empresarios, a quienes las gentes adoran y les rezan los lunes de las almas benditas.

‘El Maestro’ es uno de los pocos talladores en piedra que quedan en la zona. Empezó haciendo mandados y alistando los materiales para que los viejos talladores hicieran su trabajo. Aprendió el oficio sin esfuerzo alguno. Tenía el talento que luego pulió con años de experiencia y algunos semestres de artes plásticas que pudo hacer en la universidad de la Sabana, carrera que no logró terminar.

A los 15 años José ya era uno de los talladores más reconocidos del sector. Trabajaba como independiente para varias marmolerías. Hasta que unos años después se hizo con uno de los locales donde años atrás estaban puestas las floristerías que ahora están en la esquina nororiental del cementerio.

En algún momento de su historia y por algunos buenos años ‘El Maestro’ buscó ser un artista reconocido. Soñó con tener fama y dinero. Tocó puertas de galerías y críticos. Ninguna se abrió. Parecía que su condición humilde le quitara mérito y peso a su trabajo. Les hizo el quite a las humillaciones metiéndose de lleno en su local del cementerio a espaldas de los muertos.

José Jiménez también hace obras de arte que vende bien sin ningún afán. Tienen un par de caballos, un pensador pequeño que lleva en construcción unos meses y que tan solo talla cuando la inspiración le llega en medio de la rutina de adornar las piedras que cubren las tumbas.

Tomándose un tinto, recostado sobre el marco de la puerta de su local, y mirando la carrera 20 de norte a sur y volviéndola a mirar de sur a norte, haciendo un repaso mental de sus colegas, José dice que ya casi no hay talladores de piedra. Recalca que, contándolo a él, solo quedan unos cuatro en aquella zona. El oficio de tallar lápidas, que empezó hace más de un siglo con técnicas como alto relieve, retrato o foto escultura ha ido desapareciendo.

Las nuevas generaciones que han recogido el trabajo de sus abuelos y sus padres hoy en día ofrecen lápidas decoradas con vinilos plásticos y con figuritas hechas en yeso que fácilmente las pegan en la loza, un trabajo que no ya no lleva el arte de los talladores y que se ofrece a un precio mucho más económico e interesante para el cliente. Mientras que José dura tallando una imagen en la lápida un par de días, el pegar las figuritas en yeso no demora ni tan siquiera una hora.

El negocio ya no es tan bueno como lo era décadas atrás, cuando los clientes buscaban a los verdaderos talladores para homenajear a sus muertos. El trabajo sobraba por montones. Aunque la muerte es una constante que no se detiene y los clientes no faltan, las crisis y la economía decadente también se siente en las puertas del cementerio.

José termina de tomarse el tinto y vuelve a su oficio, que realiza acompañado de música de plancha de los años 80. Coge su martillo neumático, mira una pequeña estampita de la virgen del Carmen que tiene de muestra y sigue tallándola en la piedra de mármol.

Mientras le da forma a la virgen, cuenta que ha habido iniciativas por parte de varios talladores y funcionarios públicos para declarar este oficio como patrimonio inmaterial de Bogotá. No ha sido posible. El Maestro dice que esto ayudaría a devolverle un poco la importancia a este trabajo con el que se mantienen más de 200 familias que trabajan en los casi 100 locales que hay en este sector, que merecen ser reconocidos por mantener viva una tradición histórica que usa el arte para hacerle un homenaje a los muertos y embellecer su última morada mientras se van haciendo polvo dentro de sus criptas.

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