Este grupo dominó la gran mayoría del país entre 1996 y 2001, un periodo en el que numerosos actores internacionales denunciaron violaciones a los derechos humanos y contra los derechos de las mujeres. Durante las dos últimas décadas estuvieron aislados en zonas remotas del país, pero combatieron contra el Gobierno afgano y las tropas internacionales y acrecentaron su influencia.
La historia parece repetirse en Afganistán. Un 26 de septiembre de 1996, las fuerzas talibanes entraron en la ciudad de Kabul con el objetivo de instaurar un emirato islámico que duró más de cinco años y que causó grandes impactos entre la comunidad internacional hasta su caída tras la invasión militar de la OTAN en octubre de 2001.
Casi veinte años después de esa invasión que marginó a los talibanes de su poder en esta nación asiática, la situación de 1996 parece más que real. En una ofensiva que ha neutralizado en cuestión de semanas los poderes estatales del Gobierno de Ashraf Ghani, este grupo islamista está ya a las puertas de Kabul con la intención de retomar su poder tras confirmar su presencia en más del 90 % del país.
Para entender qué podría deparar a Afganistán en los próximos años bajo el poder talibán hay que comprender cuáles son los orígenes de este grupo armado y las acciones que han perpetrado a lo largo de su historia.
El Talibán, un grupo surgido tras la guerra contra la Unión Soviética
Los primeros documentos que acreditan la presencia de combatientes que se hacen llamar talibanes datan de los primeros años de la década de los 90 del siglo XX. Para esos años, Afganistán era un estado totalmente fallido y destruido por años de guerra contra la Unión Soviética y conflictos internos en los que varios señores de la guerra se enriquecían a costa de enfrentamientos tribales y étnicos.
La Unión Soviética trató desde 1980 establecer un gobierno socialista que respondiera a las doctrinas lanzadas desde Moscú. Para ello, la URSS invadió militarmente el país con la certeza de poder establecer rápidamente su influencia debido a que para entonces Afganistán era una nación eminentemente rural y extremadamente pobre. Pero se equivocaron.
La guerra de Afganistán supuso una inversión histórica para la URSS que prácticamente la catapultó a la quiebra y posterior desaparición. Tras el fin de su influencia en la zona, se abrió un periodo de inestabilidad política en el que varios señores de la guerra establecieron su poder en determinadas zonas y realizaban enfrentamientos étnicos y tribales entre sí sin tener un poder fáctico sobre todo el estado.
Es en este contexto en el que antiguos soldados muyahidines que lucharon contra la invasión soviética se establecen las bases de lo que posteriormente serían los talibanes. Este nombre se traduce del pastún como “estudiante religioso” y sigue una doctrina islamista modernista combinada con una profunda ortodoxia en la que se condena la “anarquía” reinante en el país durante esos años, el “libertinaje” y la “influencia occidental”.
Esta doctrina es básicamente seguida por los pastunes, la etnia mayoritaria en Afganistán que tiene su presencia en el sur y centro del país. Sin embargo, otras minorías étnicas de Afganistán, especialmente del norte, se muestran mucho más reacias al ascenso al poder de este grupo.
Con el apoyo de estados como Arabia Saudita y Pakistán, su poder fue creciendo exponencialmente entre 1994 y 1996 y comenzaron a enfrentarse a los señores de la guerra dominantes en diferentes regiones. Su primer gran éxito se dio en 1994 precisamente con la toma de la ciudad de Kandahar, al sur del país. Esta ciudad tiene un importante valor histórico desde entonces para los talibanes.
Tras años de intensas luchas, el 26 de septiembre, los talibanes entraron en Kabul y expulsaron a las tropas del señor de la guerra Ahmed Shah Massoud, uno de sus principales enemigos, instaurando el Emirato Islámico de Afganistán a las órdenes del mulá Mohammed Omar.
Un régimen teocrático regido bajo la máxima ortodoxia
La llegada de los talibanes al poder fue celebrada por una parte significativa de la población. Este grupo consiguió eliminar en gran medida la grave situación de instabilidad constante provocada por décadas de conflicto interno y castigó duramente la corrupción estructural que existía en el país.
Sin embargo, para llevar a cabo este control severo, se impusieron una serie de normas extremadamente estrictas basadas en una interpretación ortodoxa de la ley islámica.
Las mujeres pasaron a estar completamente relegadas a un papel testimonial en el hogar, ya que se les prohibió realizar cualquier tipo de trabajo o estudiar. Durante el gobierno vigente entre 1996 y 2001, las afganas no pudieron salir de sus casas sin acompañar y fueron víctimas de la más absoluta regresión de cualquier derecho fundamental. Esta cuestión fue la que más impactó a la sociedad internacional de la época.
A esto se suman las condenas que siguen estrictamente la ley islámica. El adulterio conllevaba la ejecución pública y el robo suponía la amputación, también pública, de una mano. Las restricciones a la literatura, fotografías, música, bailes y cualquier expresión de tipo artístico también predominaron durante ese periodo. Las ejecuciones por este tipo de “violaciones” de la ley islámica eran a menudo realizadas por los propios familiares de los acusados bajo presión.
Durante esos años tan solo la Alianza del Norte, una coalición de mercenarios y señores de la guerra que se hicieron fuertes en las montañas más septentrionales del país, consiguieron ofrecer cierta resistencia al Gobierno talibán del mulá Omar.
Pero la atención internacional se centró en ellos cuando las acusaciones contra el Gobierno talibán por acoger terroristas comenzaron a aflorar. El aislamiento de este régimen con el exterior fue casi total – solo Pakistán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos les reconocieron- y las sospechas de que Afganistán era el campo de entrenamiento de Al Qaeda contribuyeron al aumento de la consideración de amenaza por parte de Occidente.
Esto empeoró tras el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, donde Estados Unidos lanzó un ultimátum a los talibanes para que entregaran a Osama Bin Laden y a miembros de Al Qaeda, algo que no pasó y derivó en una invasión internacional el 7 de octubre de 2001 bajo la operación “Libertad Duradera”.
En apenas tres meses todo el poder talibán fue depuesto por los actores internacionales en coalición con la Alianza del Norte y los líderes insurgentes se vieron obligados a capitular y abandonar el país.
20 años de acción en la sombra
Pero la caída del Gobierno talibán no supuso su destrucción. Aunque durante los primeros años tras el colapso del Emirato Islámico de Afganistán el grupo Talibán estuvo profundamente dividido entre distintas facciones, su poder fue progresivamente aumentando primero desde fuera de la frontera y después en regiones periféricas del estado.
El modelo pro-Occidental impuesto en Afganistán no supuso la consolidación como una democracia de este país y fomentó todavía más la creación de una especie de burbuja económica y política en torno a Kabul que estaba muy lejos de la realidad de pobreza y descontento que reinaba en el área rural de la periferia del estado.
El descontento en torno a la acción de Gobierno democrático debido a la corrupción y a las promesas incumplidas, unido a la constante presencia de fuerzas extranjeras en la zona, contribuyeron a un caldo de cultivo perfecto para que las filas de combatientes pertenecientes al Talibán se engrosaran de nuevo con el objetivo de retomar la lucha.
Aunque durante el Gobierno de Hamid Karzai estas acciones se limitaron tan solo a actos terroristas y su poder en la zona rural era realmente pequeño y fragmentado, su presencia empezó a aumenta a partir del año 2011 en diferentes zonas. Para ese entonces el presidente estadounidense Barack Obama aumentó a cifras históricas el número de soldados estadounidenses en la zona, algo que no sirvió de mucho.
Años después quedó claro que la acción militar no resolvería el conflicto en Afganistán y se empezó a creer en una solución pactada. Con la progresiva reducción de efectivos militares internacionales, el poder talibán fue aumentando poco a poco y finalmente esta tendencia se consumó tras el acuerdo con Estados Unidos para la salida de sus tropas.
El país norteamericano ha estado invirtiendo miles de millones de dólares durante dos décadas en un país que no ha podido adquirir una estructura estatal fuerte capaz de plantar cara a la amenaza talibán y ello se ha visto como en una ofensiva de apenas unas semanas todas las capitales de provincia y ahora Kabul han caído sin apenas resistencia de las fuerzas armadas, que en muchos casos han desertado o se han negado a combatir.
Afganistán afronta desde este 15 de agosto el final de un periodo en el que se intentó democratizar el país y la vuelta del islamismo más ortodoxo al poder tras veinte años de lucha contra el Gobierno y las fuerzas armadas extranjeras.
Texto por: Álvaro Cordero