Desde mi Pacífico remoto, olvidado, despreciado, saqueado, idealizado y esperanzado, reflexiono sobre su devenir y me aventuro a escribir este texto, que no es un relato académico, que amerite un conocimiento técnico para descifrarlo, es una reflexión producto de una agenda global que sigue vigente.
El inicio de siglo, vino acompañado de una gran preocupación por los pobres, llenaron los discursos de quienes se tomaron la vocería para hablar en nombre de ellos. Foros, cumbres, alianzas, planes, políticas y programas, abundaron por doquier.
Era tanta la urgencia que, en el año 2000, 189 países firmaron los “Objetivos del Milenio”, ocho en total: 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre, 2: Lograr la enseñanza primaria universal, Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer, 4: Reducir la mortalidad infantil, 5: Mejorar la salud materna, 6: Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades, 7: Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y 8: Fomentar una asociación mundial para el desarrollo, cada uno de ellos cuenta con sus indicadores para ser alcanzados en 15 años.
No es necesario ser un estadista para saber que estos no se cumplieron, algunos países avanzaron y otros no; claramente, firmar, no es suficiente. Los países tuvieron que enfrentar sus problemas estructurales, los conflictos de intereses y la falta de mucho dinero, mucho dinero, para materializar sus apuestas. Esto conllevó a que en el año 2015, se firmara un nuevo pacto, esta vez llamado “los Objetivos de Desarrollo Sostenible” o la “Agenda 2030”, como también se le conoce, la cual contiene 17 objetivos que deben ser cumplidos en 15 años:
1- Fin de la pobreza, 2- Hambre cero, 3- Salud y bienestar, 4- Educación de calidad, 5- Igualdad de género, 6- Agua limpia y saneamiento, 7- Energía asequible y no contaminante, 8- Trabajo decente y crecimiento económico, 9- Industria, innovación e infraestructura, 10- Reducción de las desigualdades, 11- Ciudades y comunidades sostenibles, 12- Producción y consumo responsables, 13- Acción por el clima, 14- Vida submarina, 15- Vida de ecosistemas terrestres, 16- Paz, justicia e instituciones sólidas y 17- Alianzas para lograr los objetivos.
A 6 años de finalizar el plazo, el panorama es desalentador, dependiendo de la zona de estudio, se pueden encontrar pocos o nulos avances. El Resumen Ejecutivo: Informe Nacional de Desarrollo Humano. Colombia: territorios entre fracturas y oportunidades, publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo – PNUD, el 14 de mayo de 2024, contiene una fase contundente de Sara Ferrer Olivella Representante Residente del PNUD en Colombia
“Colombia está frente a una crucial encrucijada: continuar con un modelo de desarrollo que excluye amplios territorios y agota los ecosistemas y su biodiversidad; o, quizás, es la oportunidad de repensar con los y las colombianas, las trayectorias alternativas de desarrollo que necesita el país para abordar los desafíos que plantea el desarrollo humano sostenible hoy y mañana”.
Desde lo poco que conozco del Pacífico, y esto es muy importante subrayarlo porque muchos hablan del Pacífico y no conocen el mar, sus ríos, sus municipios, sus vicisitudes, sus historias, sueños, complejidades, realidades alternas y contrapuestas, más allá de las fotos, las noticias o los relatos, tendría que decir que, desde ese pedacito de Pacífico que conozco y reconozco, experimentamos un Desarrollo Inhumano Sostenible - DIS. El cual conceptualizaré como un desarrollo donde el desequilibrio, la desigualdad y la explotación se sostienen, disminuyendo las posibilidades para las futuras generaciones.
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No es desconocido que en los pocos documentos donde se encuentran datos sobre el Pacífico, se evidencian los embarcaderos para el desarrollo de una economía de enclave incipiente, que se ha logrado modernizar con la construcción de terminales logísticas y portuarias, por otro lado, la explotación de los “recursos” naturales, minerales, a través de la minería mecanizada, forestales, mediante la extracción de plantas y madera, además, culturales, por los conocimientos tradicionales que saquean a través de diferentes tipos de investigaciones que no suelen ser devueltas para beneficio de las comunidades (taxonomía de plantas, saberes asociados a la música y la danza, la gastronomía y las prácticas productivas, así como el testimonio de habitantes). Es así como el Pacífico se ha convertido en un territorio de inclusión, cuando es afín a los intereses de foráneos, y exclusión, cuando se trata de las particularidades y demandas de los territorios.
Las dinámicas de abuso, sometimiento, esclavización, deshumanización, instrumentalización y exclusión, instauradas desde la época colonial, parecen seguir intactas, con otras prácticas y discursos, lo cual se resumen en condiciones estructurales que se evidencian en las enormes brechas entre el interior del país y las ciudades del Pacífico colombiano, evidenciando una gran deuda con estos territorios.
Pero retomando la segunda parte de las palabras de la doctora Ferrer Olivella, “oportunidad de repensar”, implica realizar una revisión profunda sobre la planificación urbana. La planificación urbana tiene dos connotaciones, una muy conocida y reconocida, la técnica y otra, de la que se habla poco, la política. Desde la visión técnica de la planificación, se define el qué se va a planificar, principalmente dominado por la primacía del uso del suelo; el porqué, obedece a las razones y el cómo, a los instrumentos.
Desde la política, hace alusión al quién o quiénes, develando a los líderes, tanto a los rostros como a los de rastros; el para qué, los intereses que impulsan las acciones y, por último, el para quiénes, cuáles son los reales beneficiarios. Por tanto, es innegable afirmar que la visión política de la planificación tiene una alta incidencia en la técnica. Lo anterior, se constata al evidenciar la diferencia entre las ciudades a lo largo y ancho del mundo.
Entonces, para lograr abordar “los desafíos que plantea el desarrollo humano sostenible hoy y mañana” debemos tener claridad frente a los roles que jugarán los diferentes actores, implica el inagotable debate respecto a quién lidera la planificación, si el Estado o el mercado. No es desconocido que, aunque normativamente al Estado se le asigne el rol de liderar la planificación, el mercado tiene una alta participación en las decisiones. El deber ser del Estado es planificar para garantizar los derechos a su población. Sin embargo, lo que logra percibirse es que, a mayor distancia del centro de poder, aumenta la brecha.
No obstante, cuando se goza de una posición privilegiada para la dinamización de la economía global o de un “recurso” apetecido, la ciudad es incluida en la agenda, prioritariamente, para planificar a favor de quienes controlan la economía.
En ese momento, se elabora un discurso para justificar las intervenciones bajo la denominación de proyectos de “interés social nacional” y se hace uso de todos los instrumentos políticos, de ordenamiento y financiación, para viabilizarlos. Contrariamente, cuando la acción del Estado, en los procesos de planificación urbana, debe orientarse a garantizar el goce pleno y efectivo de los derechos de los diferentes grupos étnicos y poblacionales, estos suelen ser lentos y traumáticos.
Si a lo anterior le sumamos, las pocas universidades, con limitaciones para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación, así como los laboratorios sociales, económicos y ambientales, que permitan diagnosticar y brindar alternativas de soluciones, su rol queda limitado.
Y si hablamos de los grupos poblacionales y étnicos, el panorama es más complejo, porque no solo carecen de poder, más allá de las movilizaciones que logran sostener, sino que, la gran mayoría se centra en resolver el sustento del día a día al tiempo que sobreviven a los estragos del fuego cruzado y los rezagos de la economía extractivista.
De los pocos que logran formarse, la mayoría se traslada a prestar sus servicios a las ciudades principales, unos siguen articulados aportando al que los vio nacer y otros olvidan su ombligo, dejando a sus coterráneos como presa fácil de una clase política viciada que contribuyen a empeorar su situación.
Con este panorama, los que logren sobrevivir al Desarrollo Inhumano Sostenible, firmarán nuevos objetivos y así lo harán cada 15 años, hasta que se someta a un gran cuestionamiento a los modelos económicos y los roles de los actores para redireccionar el devenir o hasta que se acaben las generaciones.
*Profesional de la Coordinación de Consulta Previa de la UVCP