Talento Visible: las raíces de un liderazgo de vanguardia

Talento Visible: las raíces de un liderazgo de vanguardia

No basta con tomar consciencia, hay que pasar a acciones. ¿Cómo estamos alimentando la esperanza? ¿Qué narrativas estamos perpetuando en nuestras comunidades? 

Por: Rubén D. Silva Paz
junio 19, 2024
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Talento Visible: las raíces de un liderazgo de vanguardia

     Hay gente que se vuelve árbol, no sé si lo saben. Cuando abren los brazos, acogen, protegen, conjugan la ternura y el amor.

Tienen las manos repletas de flores, de frutos y semillas, con cuerpos curtidos y doblados como madera, pero lo más sorprendente son sus raíces, un fuerte tejido de consciencia, resiliencia y valentía, con el que se aferran a la tierra, al futuro que nace en el presente, al presente que alguna vez fue origen.

    Yo conocí hace poco a una mujer-árbol, se llama Isabel Martínez de Guzmán, pero en Libertad, Sucre (el pueblo donde está enterrada su placenta) todos la conocen como “Chabelo”.

Ella es un árbol que se mueve y que canta, que compone bullerengues y que sonríe a la vida sin dientes, aunque los fantasmas de la guerra la persigan sin control. 

No llegué a ella por casualidad, sino más bien por destino, los caminos de la memoria y del autorreconocimiento tienen sendas preparadas, momentos y experiencias necesarias, pues bien, lo dice Saramago “Terminamos llegando siempre a donde nos esperan” y Chabelo me esperaba esa mañana calurosa del mes de mayo, con los pies descalzos y un café reciente.

Empezó a hablarme desde sus pensamientos, conectando los rizomas de sus recuerdos con los míos, compartiendo sin filtros el relato de su vida, conjurando la magia y la ancestralidad.

Libertad, aquel pueblo de casas coloridas, perdido en la espesura de los Montes de María, es un corregimiento de San Onofre, en el departamento de Sucre y hace 20 años exactos vivió uno de los pasajes más horribles y dolorosos de su historia.

Más de cien mujeres de esa comunidad sufrieron el oprobio de los abusos sexuales y las violaciones sistemáticas por un grupo de autodefensas que dominaba la zona, durante varios lustros el terror de los violentos pretendió silenciar no solo las voces de las mujeres, sino también la esperanza de los niños…

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Las balas sembraban el miedo, la desilusión, cerrando caminos de acceso, intimidando a los pobladores, prohibiéndoles todo tipo de expresiones artísticas y culturales. Sin embargo, a pesar de todo aquel sometimiento, jamás pudieron apagar el fuego interior de sus habitantes.

Los hombres y en especial las mujeres comienzan a fabular el futuro, soñando lo imposible, nutriendo sus raíces, transmutando sus humanidades en presencias místicas de resistencia, gerenciando las posibilidades de resistencia y de amor a la vida.

La historia de Libertad, Sucre, espejo de tantos pueblos y comunidades de las periferias de Colombia, comenzó a ser germen de transformación desde el momento en que liderazgos luminosos como el de “Chabelo” desafiaron los tormentos y las oscuridades.

Ella, a pesar de las prohibiciones de los violentos, comenzó a componer canciones, desempolvó los tambores y con sus hijos y nietos confrontó las sentencias, los castigos y la resignación. Consciente de su poder de liderazgo aquella mujer delgada y menuda, se fue transformando en un árbol inmenso, en un manglar de flores amarillas que motivó el crecimiento y el despertar de un coro de voces valientes (un bioma de resistencia) que estuvo dispuesto a enfrentar a los violentos y sacarlos por fin de su territorio.

Este propósito común, esta hazaña ignorada por completo por los medios de comunicación y por quienes escriben la peligrosa historia única, volvió a encender el fuego de múltiples liderazgos en las comunidades dispersas y olvidadas de la región Montemariana. Cuando un líder o lideresa descubre su poder, su vocería, ya no se puede ver con los mismos ojos la vida, la humanidad se enuncia desde la dignidad y los derechos, desde la responsabilidad histórica de la transformación.

Encontrarme aquella mañana con “Chabelo” escucharla al cantar y narrar su propia historia, comprometió mi acción y mi pensar, inspiró mi vida y mi liderazgo. Reafirmando mi vocación de gestor y gerente cultural, pero sobre todo de escritor y contador de historias.

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Yo, que sentí el llamado de la literatura desde muy pequeño, que comencé a apasionarme por los libros y que alimenté mi imaginación con los relatos de las historias clásicas y universales del canon, estaba delante de un libro abierto y existencial que me exigía cambiar paradigmas y reconocer que el poder de las historias, de la narración y del arte constituía un anclaje necesario para reinventar la vida.

En esta Colombia desigual repleta de brechas de acceso y oportunidades, todavía hay cientos de personas que no saben leer y escribir, faltan hospitales y escuelas, centros de tecnología, espacios de esparcimiento, de ocio y de recreación, hay tanto por hacer, sembrar y construir.

No basta solo con tomar consciencia o hacerse sensible, hay que pasar a acciones concretas, es necesario preguntarse una y otra vez: ¿Cuáles son las raíces de nuestros liderazgos? ¿Cómo estamos nutriendo y alimentando la esperanza? ¿Qué tipo de historias y narrativas estamos contando y perpetuando en nuestras comunidades y territorios? 

La conversación con aquella matrona de la esperanza no podía terminar sin visitar la playa (muy cerca de Libertad, hay un caserío que besa al mar y que se llama Sabanita) caminamos siete kilómetros bajo un sol inclemente, reconociendo plantas medicinales, trochas que en otrora eran caminos sin retorno, donde solo reinaba la muerte.

Chabelo cantaba, hablaba de la estatua de la libertad que adorna la plaza del pueblo, pero sobre todo comparaba su vida y la de las otras mujeres con los manglares dispersos por todo el paisaje. Esas plantas anfibias son una metáfora de adaptación desde sus raíces aéreas (neumatóforos) de su ósmosis y de su imbricación.

Con agua dulce y salada se oxigena la vida, se restaura el paisaje, se potencian soluciones. Al contemplar estos manglares, Chabelo y yo supimos lo imprescindible que es reconocer nuestras raíces para potenciar horizontes y liderazgos de vanguardia.

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