El histórico psiquiatra Carl Jung, en una interesantísima entrevista, diserta sobre la realidad de la muerte. La muerte siempre ha estado rodeada de un aura misteriosa y de incertidumbre.
Independientemente de la naturaleza de las creencias religiosas de cada persona, de la fe que se profese, nadie en realidad tiene una certeza de lo que le espera cuando exhala el último hálito de vida.
Eso es cosa sabida; el miedo ancestral del ser humano a la muerte, pero más que al hecho mismo de morir, al no saber hacia dónde nos lleva ese tren.
Pero lo más interesante de lo que dice Jung, es que existen ciertos mecanismos o facultades de la mente humana que podrían demostrar que la vida a nivel psíquico podría continuar más allá de la muerte física.
Este pensamiento está desligado al concepto de la fe, es decir en el hecho de creer en algo cuya realidad no se puede demostrar a partir de una hipótesis, es el fruto de un análisis racional.
La conclusión sería más o menos así: la mente se proyecta fuera del espacio y el tiempo durante la vida por lo tanto podría seguir haciéndolo después de la muerte.
Así, aunque la gran certeza de la muerte es tan natural y tan verídica como el mismo nacimiento, si nos planteáramos seriamente esta idea podríamos redefinir la percepción de la muerte como un final definitivo de nuestra existencia, y ya no desde una concepción metafísica, religiosa o moralista que siempre conduce a un sistema de premio o castigo, de cielo e infierno, sino a una comprensión más profunda del significado de la vida.
Si nuestra mente continúa su propio camino autónomo, podríamos conjeturar que lo hará en otras condiciones. ¿Cuáles? Nadie lo sabe. De ahí se desprenden otras cuestiones muy inquietantes e interesantes. ¿Conservaríamos nuestra identidad actual?, eso teniendo en cuenta que la identidad está definida más que por la mente, por las condiciones físicas y demográficas: un lugar, un género, unas características físicas, una raza, una cultura, incluso un nombre. El qué quedaría de nosotros en nuestra mente inmaterial, esa sería la cuestión que se deberá plantear.
Tal vez es una forma de “resetear” nuestra memoria, nuestras experiencias y tener la oportunidad de empezar de nuevo. O quizás es la disolución de nuestra naturaleza inmaterial en la paz de la nada. Quién lo sabrá.
