A las élites locales y regionales, e incluso a las nacionales, les da miedo perder el poder y por ello utilizan la violencia como estrategia de competencia política
¿Vale la pena oponernos a la paz con palomas o conejos? ¿Tiene sentido compartir el estado de odio personal con un vacío nacional de paz deforme y maleable?
Parece irreversible el resultado esperado en La Habana. Pero es bueno dejar constancia que lo real será lo que venga en el posconflicto y los cambios que ahí se aporten