En estos días recordamos a nuestros seres queridos. Hoy, con la misma nostalgia, recuerdo a mi amigo Fernando de Szyszlo que falleció en extrañas circunstancias domésticas el 9 de octubre del 2017. Lo admiré y lo acompañé siempre. Compartí el triunfo de un gran pintor que fue un universal latinoamericano como lo fue Borges u Octavio Paz. También fue un hombre íntimo que amó a su mujer, Liliana Yávar toda la vida. Murieron juntos, él de 92 y ella de 96 años. Ellos recitaban juntos a Proust y la poesía fue su mundo y a través de ella vivió la muerte releyendo a Rilke. Juntos vivimos la muerte de su hijo Vicente en Arequipa y juntos celebramos la vida en muchas ocasiones.
Fernando de Szyszlo pintó con el mismo convencimiento en la pintura en óleo, el dibujo, el grabado y la escultura. (Acá en La Avenida El Dorado tenemos una gran Mesa Ritual). Distintos oficios que utilizó para trasmitir sus obsesiones más sensibles.
Dentro de lo contemporáneo y junto la prosa de José María Arguedas exploró los mapas y la geografía del Perú precolombino, él fue uno de los primeros en despertar ese único sentimiento de lo propio sobre la idea de las geografías y sus territorios peruanos y Szyszlo lo hizo desde el principio. El interpretó El mar de Lurín como el Camino a Mendieta hasta La muerte de Atahualpa. Sentimientos y desiertos. Lo consiente y lo subconsciente. De Szyszlo entendió con vehemencia que la fuerza de la geometría americana era un legado universal, supo que en las traducciones de Arguedas cómo la muerte de Atahualpa tuvo consecuencias para el Imperio Inca y que es otro aporte a lo contemporáneo dentro de su pintura.
Amigo de sus amigos y en su mística angostica, se comunicó siempre con la filosofía surrealista que, como André Breton, el francés quien comandó el grupo, creyeron en que el subconsciente, se encuentra parte de una gran verdad. Alguna vez, dijo De Szyszlo: “André Breton reclamaba la búsqueda de una nueva belleza que consideraba para fines exclusivamente pasionales y confesaba en su profunda creencia que la sensibilidad era necesaria para toda obra de arte y que desde el primer contacto no le preocupara una perturbación física sino que llegara hasta el estremecimiento” y, añadía que nunca ha podido establecer una relación entre esta sensación y el placer físico y no descubrió entre ellas más que diferencia porque no se trata de un ejercicio intelectual sino emocional.
Por eso Szyszlo pintó sus Mesas rituales. Mesas que unen el amor y la consagración. Lo universal es algo importante para que América conozca sus ritos ancestrales como asumir la modernidad como un acto sagrado.
Su fuerza interna y su convicción de que somos humanos. “Mi relación con el arte –anotaba Szyszlo- siempre ha sido del mismo género, que nunca ha buscado otra cosa que seguir ese hilo que idealmente lo conduciría a ser mejor, podría conducir a esa región donde las formas no son sino la delgada y trasparente envoltura de significados palpitantes, y en donde el arte entra oscuramente en el mundo que se llamaba lo sagrado”.
También lo llegaba a entender al alemán Nietzsche cuando hablaba “Esa enfermedad llamada hombre”. Esa protesta contra la condición humana.