Svetlana Tijanóvskaya, la mujer que canalizó la ira contra Lukashenko

Svetlana Tijanóvskaya, la mujer que canalizó la ira contra Lukashenko

El fraude para sostener en el cargo al pésimo presidente que lleva 18 años en el cargo prendieron la mecha de la insatisfacción ciudadana en Bielorrusia  

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septiembre 06, 2020
Svetlana Tijanóvskaya, la mujer que canalizó la ira contra Lukashenko

La crisis comenzó el 9 de agosto de este año, cuando Bielorrusia celebraba unas elecciones transcendentales en las que por primera vez en 26 años una candidata de la oposición, Svetlana Tijanóvskaya, tenía serias posibilidades de ganárselas al actual presidente Aleksandr Lukashenko. De hecho, según la oposición, el presidente Lukashenko las habría perdido claramente y perpetró un fraude masivo. A partir del momento en que se conocieron los resultados supuestamente fraudulentos, comenzaron las protestas en la calle y el pueblo bielorruso, cansado de esperar en la cola de la historia, se echó a las calles demandando la dimisión del último dictador de Europa y elecciones libres.

La reacción del régimen fue brutal, desmedida y muy violenta, enviado a los cuerpos antidisturbios fuertemente pertrechados para reprimir a los manifestantes, utilizando incluso fuego real y armas de guerra. Tres muertos, centenares de heridos, un número indeterminado de desaparecidos y al menos 7.000 detenidos, casi todos ellos torturados y golpeados hasta la saciedad por una de las policías más salvajes jamás vista en el continente, fue el resultado de las órdenes dadas por Lukashenko para acallar a su pueblo, en un gesto que le revela como un dictador sin escrúpulos y sin piedad con tal de seguir en el poder.

Las imágenes de jóvenes torturados, de mujeres golpeadas sin miramientos, de ancianos detenidos y de un sinfín de escenas propias de otros tiempos, junto con la exhibición de una fuerza bruta por parte de la policía sin parangón en la Europa del siglo XXI, han provocado el repudio generalizado de casi toda la sociedad internacional si exceptuamos al sátrapa de Caracas, Nicolás Maduro, amigo por cierto de Lukashenko, con quien comparte sus métodos, y el silencio casi cómplice del inquilino del Kremlin, el sibilino y astuto Vladimir Putin. ¿Qué estará tramando el inquilino del Kremlin? ¿Acabará interviniendo en los asuntos internos de Bielorrusia tal como le ha pedido el dictador?

Incluso la candidata opositora, junto con una parte de su equipo de campaña, fue detenida, intimidada y retenida por unas horas por la policía, de tal forma que, temiendo por su vida, Svetlana Tijanóvskaya huyó hacia Lituania, donde pidió asilo, y desde allí se ha dirigido a su pueblo para reivindicar su legítima victoria en las urnas frente al cruel tirano.

Sin embargo, el régimen no ha podido detener las protestas, que le han estallado hasta en lugares donde el dictador esperaba ser bien recibido, como cuando hace unos días visitó una fábrica supuestamente afín a su causa y en donde le abuchearon y le aguaron la fiesta, pidiendo su inmediata salida del poder y elecciones libres. En estos días, el clima de exaltación nacional y las ansias de libertad del pueblo bielorruso no se han detenido y la oposición, que ya ha creado una suerte de consejo de coordinación para que lidere una futura transición, no parece dispuesta a rendirse fácilmente ante Lukashenko y parece decidida a llegar hasta el final, tal como se vio en estos días en las masivas y multitudinarias manifestaciones celebradas en Minsk

Por ahora, el presidente bielorruso está muy solo en la escena internacional y, aunque ha pedido ayuda a Rusia, no parece que el presidente ruso vaya a cometer la torpeza de apoyar a un aliado tan desacreditado y tan tóxico como Lukashenko, cuyo resultado final sería generar sentimientos antirrusos en la sociedad bielorrusa y perder, a la larga, uno de los pocos aliados que tiene todavía en su área de influencia.

Lo que nadie quiere, incluyendo aquí al Kremlin y a la Unión Europea (UE), es una transición hacia la democracia al estilo ucraniano, en que imperó la violencia, acabó en un baño de sangre y precipitó un enfrentamiento directo con Rusia, que se acabó anexionando Crimea e instigando una guerra civil en Ucrania apoyando a las regiones separatistas de Donbass y Donets. Se trataría de buscar una vía negociada con Lukashenko que permita su salida de la escena política y dé paso a una transición democrática liderada por la oposición. La gran duda que gravita sobre este escenario es si Rusia, que está negociando con Alemania y Francia una salida a la crisis, estaría dispuesta a liderar ese proceso y después apoyarlo, toda vez que Putin no quiere perder su influencia en este país y sigue manteniendo esa política neoimperial sobre sus antiguos socios en la extinta Unión Soviética.

Rusia, que sigue manteniendo una notable capacidad de decisión sobre los asuntos de Armenia, Georgia, Moldavia y Ucrania, no quiere perder esta área de influencia y, mucho menos, que la OTAN y la UE sigan extendiendo sus fronteras hacia esos países, que sigue considerando como ligados a sus intereses estratégicos. La mejor salida, piensan muchos en Moscú, sería una salida al estilo de la Revolución de Terciopelo en Armenia, que acabó propiciando un cambio de gobierno en una dirección más democrática en el país, pero sin cambiar la orientación prorrusa en su política exterior.

Por ahora, la oposición sigue su pulso frente a Lukashenko, desafiándole con marchas masivas, huelgas por todo el país y protestas generalizadas en todas las ciudades, y la primavera de Minsk no ha concluido todavía. ¿Cómo acabará? La situación es muy volátil, las espadas siguen en alto y el dictador se ha atrincherado en su búnker sin ánimo de ceder ni de negociar nada con la oposición, apelando a una defensa numantina del régimen utilizando todos los medios a su alcance y sin desdeñar la violencia para imponerse a sus detractores. Esperemos que impere el sentido común, pero, dadas las escenas de brutalidad y violencia policial que hemos visto en estos días en las calles de Minsk, no debemos descartar un baño de sangre al estilo Tiananmén o la disolución, como un azucarillo, de este movimiento de protesta sin resultados tangibles sobre el terreno. Veremos qué pasa, ¡atentos!

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