¿Y si viviéramos en un planeta sin gravedad?
A veces tener los pies en la tierra —en todos los sentidos— no es buena conseja. Una realidad plana y preconcebida desde las conspiraciones ya no interesa. Por ello, la gravedad sobra en esta aldea global. Todo lo sólido se desvanece en el aire (canta el profeta Marx). Es una insoportable levedad del ser (grita Kundera). Se convence uno que todo lo pequeños es hermoso (susurra Schumacher) y que el mundo corre hacia un desbarrancadero (llora Fernando Vallejo).
Gran parte de lo que vivimos a diario responde a instintos antes que a consciencias. ¿O es que la consciencia es más biológica que inmaterial? Los límites entre lo físico y lo intangible se desvanecen en un Ser abominable y tierno al mismo tiempo.
Eso somos nosotros. Engendros autónomos de lo que otros quieren que hagamos. Vaya paradoja. Occidente a ese estado de engaño lo denomina Libertad. Con eso nos han mantenido a lo largo de mucho tiempo apilonados en hordas con el remoquete de civilización. Bárbaros en el lenguaje. Discretos y vergonzantes con las culpas. Despiadados cuando en nombre de lo que creemos y defendemos, nos atrevemos hasta matar.
Mientras la gravedad exista, solo este mundo será posible.
Por eso nos aferramos a esta tierra. Por eso, las mismas leyes de la naturaleza no estimaron que el cielo era un límite certero para nosotros. Estamos condenados a serpentear como en un castigo terrenal del que hablan todos los mitos iniciales de la creación del mundo en cualquier cultura.
Buena parte de lo poco o mucho que exploramos más allá de la oscuridad se queda en el vacío del escepticismo. En la lejanía de lo incomprensible. Dicen algunos entonces: ¡ponga los pies en la tierra!
Y la gravedad aparece como una maldición que heredamos los condenados en esta prisión de la galaxia.
A veces no encontramos explicaciones coherentes a todo aquello que nos rodea. Y entonces justificamos la evolución como paradigma. En otras, nos asqueamos de la lógica y su finitud de las cosas y acudimos mansos al ala protectora de un Dios extraterrestre que no usa la gravedad y se burla de su ridícula creación.
Una especie de bipolaridad cierne sobre todos nosotros como regla mundana: el bien y el mal. Lo blanco y lo negro. El día y la noche. Principio y fin. Tontos y listos. Vivos y bobos. Bípedos bipolares.
La prisión no usa cadenas, ni barrotes, tampoco esposas ni chips de seguridad: para eso tiene a la gravedad. Nadie escapa después que ella siga presente. Es nuestra guardiana implacable. Acá no hay “dementores” como en el mundo de Harry Potter.
Ese mundo que llamamos ficción
es la otra realidad que volvemos ilusión
como tormento del prisionero
Ese mundo que llamamos ficción es la otra realidad que volvemos ilusión como tormento del prisionero. Las rayitas en las paredes. Los nudos en la cuerda. Las señales en el bastón. El ábaco primigenio. Los árabes y sus cuentas. Euclides, Pitágoras y sus muchachos insubordinados contra los dioses. Steve Job y su tributo a Turing. Son códigos extraños a la mayoría, pero son secretos a voces para quien se pone los ojos de gatos, la mirada de lince y el olfato del topo cuando la mancha extiende su manto de cansancio sobre la prisión de la galaxia.
¿Bueno pero a qué viene tanto nihilismo? Preguntarán algunos lectores. ¿Tiene sentido cuestionarse sobre esos temas cuando la gravedad es imborrable, es inexorable e inevitable?
Sí, ya sé. Este planeta es hermoso. Es una postal de la galaxia. Es azul y blanco como los jabones de lavar ropa. Es lo único que tenemos (quién sabe). También eso hace parte del código impreso en folletos a la entrada de la prisión para hacernos más amable la estadía de la condena.
Escaparse del planeta y evadir la realidad hace parte de las jugadas que tramamos para vadear los puestos de control de los centinelas implacables. Los dueños de la realidad. Los que te dicen cómo comportarte. Qué consumir. Con qué ropas te vistes. Qué música escuchar. Eso hace parte del “entertainment” de la prisión. En resumidas cuentas: presos pero contentos. Dicen que los únicos seres vivos que nos inventamos la felicidad debemos pagar un precio bien alto por ella. La gravedad es la moneda.
Coda: hay un cantante que estamos empezando a querer y apreciar que dice en una pegajosa canción algo así como “Y ahora sé cuál fue la fuerza que me ató a ti/ Corramos juntos vámonos de aquí /Pa´ donde tú quieras…” la canción es Afuera del planeta y el cantante se llama Manuel Medrano.