Con muy pocas semanas de diferencia el mundo ha presenciado la llegada al trono de dos reyes. Su Majestad de España, Don Felipe VI, y su Majestad de Colombia, Don Juanpa. En la primera ceremonia, en la que se recordaba la historia de más de quinientos años de un trono en cuyos confines no se ponía el sol, todo fue austeridad y recato, dignidad, sobriedad y respeto por un país que sufre. En la segunda, ostentación, excesos, gastos suntuarios y para decirlo de una vez, cursilería y ridículo.
Pasará mucho tiempo antes de que sepamos los costos de aquellas gigantescas banderas que saludaban la llegada del nuevo César Imperator. Y de aquellas alfombras interminables que hacían más glorioso su paso hacia la inmortalidad. Y de aquella ceremonia del besamanos, regada con copiosos y exquisitos vinos franceses dispuestos para los dos mil privilegiados que esa noche no sufrirían las penurias que padece la mayoría de los colombianos que presenciaban aquel despliegue formidable de riquezas y boato.
Así se posesionó Juanpa por segunda vez, en esta sin traicionar a sus grandes electores, porque los Ñoños y los Musas estaban muy cómodos, haciendo cuenta de los anticipos que recibieron y de las mermeladas que seguirán llegando a su mesa inexhausta.
Pero todo estuvo cargado de presagios y simbolismos. El ridículo que hicieron los generales pasará para siempre a la historia universal de lo grotesco. ¡Y en presencia de los cadetes de la Escuela Militar! ¡Y en presencia del mundo entero! Si los generales no saben llevar el paso en un desfile, no habrá mucho qué pedirles en la conducción de la guerra.
El Presidente del Senado debió practicar mejor la lectura de las infortunadas cuartillas que alguien puso ante sus ojos. Nos habían advertido que no era parecido a Nuñez, o a Evaristo Sourdís o a Raimundo Emiliani o a don Juan Fernando Vélez. ¡Pero que no leyera de corrido! Y lo pusieron a leer la concepción deplorable que el escribano tiene del Frente Nacional y la capacidad de adulación y servilismo con que maneja los actuales conversatorios de La Habana. El que compara a Alberto Lleras con De la Calle y a Timochenko con Laureano Gómez y al Frente Nacional con esta farsa, es simplemente un ignorante y un salvaje. Pero es lo que produce el clientelismo político de la hora. ¡Qué le vamos a hacer!
A Santos le alcanzó el tiempo para la grosería más inaudita. La omisión del nombre del Vicepresidente de la República, que lo fue hasta el juramento de Vargas Lleras, no resultó una jugada estratégica, ni un olvido, ni una simple agresión. Juanpa demostró que no se nace, sino que se hace. Es bien comprensible que los damascos y mobiliarios del Palacio no le salgan con un hombre humilde, con un hijo del pueblo, con un sindicalista puro como Angelino Garzón. Pero puestos a escoger, no hay dónde perdernos. Garzón tiene muchas lecciones de comportamiento y decoro que enseñarle al sobrino nieto del fundador de El Tiempo.
El discurso fue tan desteñido como el acto mismo. Los mismos lugares comunes sobre la Paz, las mismas advertencias a una guerrilla que se le convirtió en su carcelero, la misma frivolidad y el mismo estilo ramplón y diminuto que había usado el 20 de julio, en el acto apertura de las sesiones del Congreso. No nos consta que Santos hubiera escrito esas dos piezas deplorables. Pero tuvo el coraje de leerlas.
Santos hará de Colombia la Nación más educada de América. Pero toma una precaución, como los malos banderilleros ante el toro: aquello ocurrirá en el 2025. Ya tiene a quién echarle la culpa del fracaso.
Cuando lo oímos hablar de equidad, nos sorprendimos. Sin duda trataría de aquel valor aristotélico de la justicia individual, que el Estagirita diseñó en las páginas inmortales de la carta a Nicómaco. Al fin explicaría el origen de su fabulosa fortuna personal y el salto de trapecio que esa riqueza dio en el año de 2010, cuando empezaba su primer mandato presidencial.
Ni una palabra. Lo de la equidad juega con los demás colombianos. Con Juanpa no hay para qué hablar del tema. Recordemos que de acuerdo a declaraciones suyas ante la Cámara de Comercio, es dueño de una colosal fortuna cercana a los veinte millones de dólares. Esa suma es fabulosa para todos los colombianos y agresiva con la inmensa mayoría de ellos. Y cuando la ostenta una persona que no ha trabajado sino escribiendo en el periódico de su familia, y becado por la Federación de Cafeteros en Londres, deja toda clase de dudas por resolver. Entre otras, la de aquella virtud de la equidad o epiqueya, que ahora resuelve convertir en uno de los tres pilares de su gobierno.