Después de décadas de un conflicto social y político que se ha manifestado en Colombia con una lucha armada contra el Estado, hoy el país está a punto de subscribir con la Farc un histórico acuerdo de paz. Este hecho, además de abrir nuevos horizontes para el desarrollo del país, implica antes que todo la necesidad de sanar las heridas sociales de una nación dividida que ha venido acumulado rabia, odio y resentimiento durante años de guerra.
Por esto hoy en Colombia se habla de la necesidad de mirar al posacuerdo como un escenario fundamental de transición desde un estado de conflicto social hacía una verdadera y duradera paz, más allá de los acuerdos fruto de las negociaciones de La Habana. Cada vez es más fuerte el llamado a que la paz y la reconciliación pasen y sucedan en los territorios del conflicto, y no solamente en los cuartos del poder político, condición necesaria para poder pasar la pagina.
Ahora bien, el territorio es un concepto polisémico, cuya definición varía de acuerdo a la disciplina desde la cual se enfoque: puede ser constitucional, político, comunitario, social, y también geográfico u espacial. Personalmente, como urbanista lo asocio principalmente a los hechos geográficos y espaciales, sean estos naturales o antrópicos. Sin embargo, leyendo en los medios sobre las apuestas de “reconciliación territorial” que se están estructurando, tengo la sensación de que el enfoque espacial todavía no tenga el rol que amerita en la agenda política del posacuerdo. Por esto, haciendo referencia al caso de Sudáfrica, a continuación quiero evidenciar el papel clave que el manejo del espacio tiene en procesos de esta naturaleza, así como los riesgos implícitos de su mal manejo.
Sudáfrica, bajo la política del Apartheid, desde los cincuenta, desarrolló su territorio bajo un esquema de segregación racial meticulosamente planificada, apoyándose además en los dictámenes de la ciudad moderna. Durante cuarenta años, se crearon ciudades divididas espacialmente y racialmente, para que los blancos no se mezclaran con las poblaciones negras y coloured. Para lograrlo se desplazaron forzosamente 3.5 millones de personas obligándolas a vivir en asentamientos dormitorio, los townships, ubicados (en el mejor de los casos) en las periferias de los centros urbanos, con severas limitaciones en cuanto a servicios y dotaciones públicas, y quitándoles cualquier tipo de derecho a la ciudad. Es decir, se utilizó el diseño del espacio como herramienta principal para lograr el proyecto político del Apartheid: el control social y el aniquilamiento de la gran mayoría de la población en favor de la minoría blanca.
Como todos sabemos el Apartheid terminó en el 1994 con la liberación de su líder opositor Nelson Mandela y con la puesta en marcha de unas reformas constitucionales que tuvieron el objetivo de impulsar un cambio político y social duradero, así como la reconciliación de una nación profundamente dividida. A pesar de esto, y no obstante, hoy en Sudáfrica rige como principio constitucional la igualdad de las razas, el legado espacial del Apartheid sigue vigente: se ha vencido el sistema político, pero no se han podido erradicar las profundas huellas espaciales que este último logró insinuar en el territorio. En Cape Town, por ejemplo, los townships siguen presentes y en ellos siguen viviendo sus comunidades como si nada hubiera pasado y, justo al otro lado de la montaña, se encuentra la Cape Town de las postales, del surf y las playas, y de los increíbles paisajes naturales.
A esto se le suma que después de más de veinte años de esfuerzos estatales, las políticas territoriales Post Apartheid no han surtido los efectos esperados. Los nuevos proyectos de vivienda realizados se siguen construyendo al lado de los townships, se ha dado poca importancia a la calidad del entorno alimentando los focos de resentimiento y violencia, no se ha logrado impulsar la creación de servicios para el desarrollo socio económico de la comunidad, ni tampoco facilitar por medio del transporte público la accesibilidad a los servicios y al empleo que ofrece la otra ciudad. El resultado es la perpetración de la segregación social en el espacio, con un incesante incremento en los niveles de inequidad a pesar de los esfuerzos del gobierno. Esto, a la par de Colombia, hace de Sudáfrica uno de los países más desiguales del planeta.
El ejemplo sudafricano es sintomático de cómo el manejo del espacio incida fuertemente en las políticas sociales y económicas de un país, como nos han demostrado tanto el triste éxito de las políticas espaciales de segregación racial antes descritas, como también el incremento en los rezagos sociales durante el post Apartheid debido a políticas territoriales inadecuadas. En el caso de Colombia, si queremos lograr el cumplimiento de los objetivos de reconciliación y integración social planteados, resulta imperante la necesidad de articular la visión política, institucional y socio-económica que se está construyendo con un visión espacial del territorio. Esto no se puede limitar a las nombradas “victorias tempranas” de las cuales se habla en los medios, sino de una apuesta programática de mediano y largo plazo que permita delinear y planificar el territorio, resolviendo los conflictos del pasado y preparándolo a los desafíos sociales y económicos que la paz va a implicar.
@fmorsini