Por la violencia desatada en los estadios y la belicosidad de la eliminatoria al mundial de fútbol del 2018 se puede deducir la enfermedad de fanatismo que viene padeciendo una parte considerable de la sociedad, estimulada por los comentaristas deportivos y los medios en general. El deporte es saludable y necesario, pero el exagerado fanatismo es dañino al organismo. Está bien que los habitantes de un país o municipio apoyen a sus representantes en las justas deportivas, pero muy mal que se desborden y lleguen hasta asesinar a sus contrarios por cursilerías, como portar la camiseta insignia de un equipo diferente al de sus afectos. Enfrentar técnicas de juego, novedades estilísticas, es creatividad y que ganen los mejores, pero las bajezas en los encuentros demuestran un alto grado de inmadurez mental de quienes así actúan y cohonestan con ellos.
Lo mismo sucede en la política, en la religión y en el ámbito cultural. ¿Cómo que al opositor político hay necesidad de eliminarlo y sacarle la lengua por la garganta y el pene colocárselo de cigarro?, ¿cómo que al contrario en pensamiento hay que torturarlo primero y luego desmembrarlo con una motosierra?, ¿cómo que si uno no cree en un dogma religioso debe ser arrojado a la hoguera?, ¿cómo que al grito de “Alá es grande!”, por amor a él, uno se debe suicidar arrojando bombas sobre una multitud de seres humanos?, ¿cómo que mis congéneres con inclinaciones sexuales diferentes, los de otro color de piel, los de otras etnias, no merecen estar a mi lado y debo excluidos? Entonces, ¿en qué consiste la diversidad cultural y política, el pluralismo?, ¿algún humano está en condiciones de demostrar científicamente que su dios y su religión son los verdaderos? Los partidos políticos se han formado por identidad y diversidad de intereses y, en consecuencia, es obvio que el partido que protege a los terratenientes no le sirve ni a los campesinos sin tierra ni a los pequeños y medianos. Tampoco les sirve a los trabajadores un partido que favorezca a los banqueros y multimillonarios. Los amigos de la libertad de pensamiento no pueden militar junto a los fanáticos políticos o religiosos.
La esencia de la democracia es poner en juego las diferentes concepciones existentes en materia económica, social, política, filosófica, religiosa, etc., a fin de que cada individuo pueda elegir libre y conscientemente aquellas ideas con las cuales está de acuerdo. Esto sin ventajismos de ninguna clase. Los padres, los educadores, y los medios deberán dar a conocer a sus hijos, a sus alumnos y a todo mundo las distintas opiniones o posiciones, explicándolas didácticamente de modo que cada quien pueda tomar una decisión consciente sobre cada tema. Lo anterior implica prohibición absoluta de promesas económicas y laborales, de compraventa de conciencias y de votos; la transparencia es condición necesaria de la democracia. Este párrafo es radical en cuanto al concepto de democracia, igual que lo es frente a la lucha por la garantía y defensa de los derechos humanos, por la vida digna para la humanidad. Ser radical no implica intolerancia con los demás sino compromiso con los principios y derechos que convienen a la especie humana, frente a los cuales no cabe ni la conciliación, ni la indiferencia, mucho menos la cobardía, blandenguería y falsedad.
A través de la historia hemos avanzado en materia de conocimientos; sin embargo, subsisten prácticas irracionales atrasadas, tipo esclavitud, servilismo o inquisición, utilizadas por quienes aspiran a mantener el poder o acceder a él pisoteando la dignidad de sus iguales humanos, a quienes los ricos y poderosos les encanta engañar, atemorizar, prometerles paraísos, en fin, jugar con su ingenuidad e ignorancia. Es preciso alejarnos de los fundamentalismos negativos, intransigentes, sectarios, y abrir las entendederas para lograr desterrar el esclavismo mental.